¡Excelente, Darcy!, se felicitó con sarcasmo. ¡Ahora alejas a tu aliado más seguro, precisamente cuando más lo necesitas! ¿En qué otra persona que no fuese Fletcher podía confiar Darcy para que desenredara la telaraña que parecía estarse tejiendo a su alrededor? Volvió a recordar las imágenes de la infamia que había visto en la Piedra del Rey. Necesitaba que Fletcher estuviera en la mejor forma posible y no lamentándose por un error menor, gracias a la imprudencia que había cometido al tratar de burlarse de él.
Se levantó de la bañera con gesto meditativo y se puso la bata que le tendía Fletcher, que de inmediato se dirigió a la cómoda con el fin de traerle un juego de ropa interior y medias. Después de vestirse con celeridad, Darcy trató de pensar en una forma de recuperar la confianza de Fletcher y dirigir su capacidad sin influenciar su percepción. ¿Debería contarle todo lo que había ocurrido? No le cabía duda de que Fletcher le sacaría la historia, o una versión de ella, a la criada o al ayuda de cámara de alguien. ¿No sería, entonces, más útil que Fletcher tuviera conocimiento de todos los hechos, para que pudiera observar libremente a los habitantes del castillo sin estar influenciado por el impacto de una revelación?
Mientras se ponía los pantalones negros de gala y se los abrochaba sobre las medias de seda, de repente, recordó las obligaciones sociales que lo esperaban. Esa noche iban a jugar a las charadas, recordó con fastidio, y se suponía que él estaba buscando una esposa. En eso, también, Fletcher podía ser inapreciable. Darcy pasó revista a los rostros de todas las jóvenes que había conocido hasta ahora y las descartó a todas, menos a una. Lady Sylvanie. No podía negar que le tenía intrigado su belleza sobrenatural y sus enigmáticos ojos, pero también tenía que admitir que ella todavía no había despertado en él esa fuerza irreprimible que se apoderaba de él cada vez que Eliza…
—Su corbata, señor. ¿Está usted listo? —Fletcher le mostró la prenda perfectamente almidonada. Darcy asintió y se sentó. Bueno, la verdad es que no había habido tiempo, ¿o sí? El hecho de que ella hubiese despertado su interés con tanta rapidez, teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se conocían, era un punto a favor de Sylvanie. Tal vez todavía había esperanzas de poder satisfacer sus necesidades y requerimientos rápidamente y de manera aceptable, para poder irse a casa. Con ese pensamiento en mente, sintió una punzada de nostalgia por su hogar… por la mujer que se había imaginado deambulando por él, en cada salón. Darcy sabía lo que deseaba; su deseo ya estaba comprometido con una insolente, ingeniosa y adorable criatura de nombre Elizabeth Bennet, que era absolutamente inadecuada. Pero él se encontraba allí para cumplir con su deber. Y el deber exigía que permaneciera en Norwycke, con gente que estaba llegando a aborrecer con una rapidez extraordinaria.
—Su chaqueta, señor Darcy. —La voz neutra de Fletcher interrumpió, una vez más, los pensamientos del caballero. Deslizó los brazos por la levita y se la ajustó sobre los hombros; luego miró se miró en el espejo, mientras tiraba de los puños. La chaqueta era nueva y le sentaba como un guante, pero no se sintió complacido. Estaba casi listo y pronto tendría que dejar su habitación para enfrentarse a las batallas que lo esperaban en el piso de abajo. ¿Cómo podía hacer para cerrar la brecha y poner a trabajar a Fletcher?
—Fletcher —dijo Darcy por encima del hombro, mientras el ayuda de cámara le pasaba un cepillo por la espalda para quitarle las pelusas—. Me imagino que usted ha leído o visto alguna vez una representación de Macbeth, ¿no es así?
—Sí, señor Darcy. Es extraño que lo mencione, porque yo también estaba pensando en eso, señor. Su chaqueta me recordó eso de: «¡Fuera, mancha maldita!». —Fletcher se rió con tristeza y luego se volvió a poner serio, como el perfecto caballero de un caballero—. Le ruego que me disculpe, señor.
—No se preocupe. Pero no estaba pensando precisamente en esa cuestión. —Darcy esperó hasta que Fletcher se colocara frente a él, para pasar el cepillo por la parte delantera de la chaqueta—. ¿Recuerda usted ese verso: «Por el picor de mis dedos…»?
—¿«… Noto que llega el infame», señor? —preguntó Fletcher y su rostro brilló con interés. Darcy le clavó una mirada penetrante.
—Exacto, Fletcher.