Miró nuevamente la escena que tenía ante la inmensa piedra. Aunque la sensación de horror se había reducido significativamente al saber que lo que había entre las mantas ensangrentadas era un animal, Darcy no pudo eliminar el estremecimiento que recorrió su cuerpo y cruzó su mente. ¡Todo ha sido dispuesto para que pareciese un niño! Alguien había dedicado tiempo y trabajo a aquel horrendo y perverso sacrificio, pretendiendo hacerlo pasar por un bebé. La maldad de dicho acto tenía horribles implicaciones, que estaban en total contradicción con la cuidadosa visión del mundo que tenía Darcy. ¡Aquello simplemente no encajaba! Esas prácticas execrables pertenecían a otras épocas, hacía muchos siglos, cuando los hombres eran esclavos de la superstición y temblaban de pavor ante un universo caprichoso. ¡Estaban ya en el siglo XIX, por Dios! Hacía ya muchos años los hombres se habían acostumbrado a regirse por los dictados de la lógica, ¡y no los de una deidad sedienta de sangre que rondaba por las antiguas piedras en una colina de Oxfordshire! La idea era totalmente irracional, absurda incluso, pero lo terrible es que era un hecho que en ese mismo momento manchaba el suelo que estaba a sus pies.
Miró hacia abajo, hacia el confuso grupo de personas reunidas en la base de la colina. Un grito de Sayre llegó hasta sus oídos. Aunque Darcy no pudo entender las palabras de su anfitrión, su significado fue evidente cuando todos los criados corrieron a empaquetar la comida y el resto de las cosas que habían traído para atender a los invitados. El paseo había llegado a su fin y Darcy debía reunirse con los demás. No había nada más que él pudiera hacer allí.
A excepción de Trenholme, que meditaba junto al fuego con una taza de sidra caliente en la mano, el resto de los invitados se dividió en dos grupos cerca de los trineos. Manning estaba en uno de los grupos, todavía con su hermana abrazada. A su alrededor, las damas murmuraban, tratando de llamar la atención de la señorita Avery, para que levantara el rostro de los pliegues del abrigo de su hermano. Los otros caballeros formaban el otro grupo, pero al ver que Darcy se acercaba, Monmouth y Poole se separaron del resto y avanzaron hacia él.
—Darcy, ¿qué ha sucedido? —jadeó Poole al detenerse—. Manning sólo dice que ha sido algo horrendo y Trenholme no quiere hablar con nadie.
—Recurrimos a ti, viejo amigo. —Monmouth asintió en señal de acuerdo con las palabras de Poole—. Las damas se están imaginando todo tipo de escenas sórdidas, a la manera de la señora Radcliffe. «Nada de eso», les dije. «Esto es Inglaterra, no Italia ni los confines de los Cárpatos. Probablemente ha tropezado con un conejo o un pájaro muerto», dije. Pero, de verdad, Darcy, ¿qué ha pasado?
Darcy vaciló. Esto es Inglaterra. Él sabía exactamente lo que Monmouth quería decir con esa frase. ¿Acaso no era eso lo que todos los hombres de este país habían dicho alguna vez, o les habían oído decir a sus padres? Los franceses podían cortar brutalmente la cabeza de sus aristócratas para seguir luego a un loco a través de toda Europa, pero esto es Inglaterra. Los italianos podían formar sociedades secretas y asesinas y considerar que el veneno no era más que otra herramienta de la política, pero esto es Inglaterra. Sin embargo, allí arriba, en una colina inglesa, yacía una realidad más malvada que cualquier novela que hubiese escrito la señora Radcliffe.
Darcy miró a la cara a sus viejos compañeros de estudios. Al ver que lo que los impulsaba a importunarlo no era un sentimiento de preocupación o compasión por la señorita Avery, sino el deseo de satisfacer su curiosidad, se sintió asqueado. No estaba dispuesto a proporcionarles ese placer.
—Si nuestros anfitriones prefieren no discutir el incidente —respondió de manera seca—, es natural que respetemos sus deseos y también guardemos silencio. Al oír las airadas protestas de los otros, Darcy añadió—. Disculpadme, pero el mozo tiene preparado mi caballo. Caballeros. —Hizo una rápida inclinación y los dejó atrás. El caballo agitó las orejas al sentirlo y dobló el cuello para observarlo, mientras él tomaba las riendas y se preparaba para montar.
—Señor Darcy. —La señorita Farnsworth se colocó a su lado con su caballo—. Me temo que debo pedirle humildemente que me disculpe, señor. Tenía razón al preocuparse, y debo confesar que también tenía razón en el consejo que me dio. —Sonrió con arrepentimiento—. Mi caballo —añadió, al ver que Darcy la miraba con indiferencia. Él inclinó la cabeza con expresión cansada, cuando se dio cuenta de que ella finalmente reconocía su error, y se acomodó en la silla.
Los conductores de los trineos les hicieron señas a los mozos del establo, que se apartaron rápidamente y el grupo abandonó la horrenda escena en medio de una charla nerviosa que hizo que Darcy prefiriera quedarse en la retaguardia de la comitiva, hasta que volvieran a salir al camino que conducía a Norwycke. Más adelante, alcanzó el trineo en que iba Manning para preguntar por la señorita Avery. Todavía estaba pálida y seguía temblando entre los brazos de su hermano, aunque su semblante iba adquiriendo ya un poco de color. Seguía con los ojos cerrados y gimiendo lastimeramente, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
¡Ella todavía cree que era un niño! Al darse cuenta de que Trenholme no había calmado el sufrimiento de la señorita Avery contándole qué era realmente lo que había descubierto, Darcy se estremeció de rabia. Reprochándose el hecho de no haberse asegurado enseguida de que ella conociera la verdad, se inclinó hacia delante.
—Manning —dijo. Su viejo antagonista levantó los ojos, que todavía mostraban el desconcierto por lo que habían visto.
—Darcy —dijo suspirando—. ¿Cómo podré agradecértelo? Pobre Bella… Gracias a Dios que has tenido la suficiente entereza para mantener el control.
Ignorando las expresiones de gratitud del barón, Darcy continuó:
—Manning, es muy importante que sepas la verdad… Tú debes saberla y comunicársela a la señorita Avery: No era lo que parecía ser.
El barón frunció el ceño con expresión confusa.
—Pero, yo lo vi… en medio de toda esa…
—Sí. —Darcy se apresuró a interrumpirlo, antes de que el barón describiera la escena y los otros ocupantes del trineo pudiesen oírle—. Eso es lo que parecía y con tal propósito fue hecho, pero no era semejante cosa; te lo aseguro. La señorita Avery se sentirá más tranquila al saberlo.
Desconcertado, Manning negó con la cabeza y luego miró a su hermana. Le acarició la mejilla y los rizos que se habían escapado de su sombrero.
—¿Por qué alguien querría hacer algo así? —preguntó jadeando y volvió a mirar a Darcy.
El caballero se enderezó y apretó la mandíbula al mirar hacia atrás. ¿Por qué? Volvió a mirar al barón e inclinó la cabeza.
—Me temo que no puedo responder a esa pregunta. Por favor, transmítele mi saludo a la señorita Avery. —Después de ver el gesto de asentimiento de Manning, Darcy detuvo su caballo y dejó que el trineo pasara ante él, deslizándose sobre la blanca nieve.