Consciente de que no debía ser testigo de una riña familiar, decidió desviar la mirada, pero en ese momento los ojos de lady Sylvanie se cruzaron con los suyos. Una lenta sonrisa se dibujó en los labios de la dama. Al ver el cambio en la expresión de su hermana, Trenholme dio media vuelta y la expresión de enfado de sus rasgos fue reemplazada por una sonrisa de incomodidad, al ver la cara de sorpresa de Darcy. Mirando por encima del hombro, Trenholme dijo algo que hizo que ella se riera, antes de abandonarla bruscamente justo donde estaba. Lady Sylvanie entrecerró una vez más los ojos, avanzó hacia un asiento que estaba junto a lady Chelmsford y, sin mirar más a Darcy, pareció concentrar toda su atención en el dueto.
Las últimas notas de la pieza se dispersaron finalmente por el salón y fueron recibidas con un entusiasta aplauso por parte de los caballeros y las damas por igual. Darcy se sumó al aplauso, pero el implacable recuerdo de la presentación de otra dama frente al piano moderó su reacción. Mientras las dos intérpretes agradecían la admiración de su audiencia, Darcy no pudo evitar comparar sus exageradas reverencias con la sencilla inclinación de Elizabeth Bennet, que había agradecido el aprecio de sus oyentes con tan dulce sinceridad. La interpretación de Elizabeth no había sido mejor en su ejecución, admitió Darcy, pero su expresión musical había despertado en él una profunda respuesta, que la de lady Felicia no había alcanzado a evocar. Darcy cerró los ojos, dejándose atravesar por aquel placentero recuerdo.
Una súbita cascada de risa femenina le hizo abrir los ojos rápidamente, sintiendo una oleada de calor que le subía por el cuello. ¿Acaso alguien había notado su desliz hacia la ensoñación? No, lo que había causado la risa había sido un comentario de Poole. Darcy volvió a cerrar los ojos y esta vez se llevó los dedos a las sienes para masajearlas. ¿Es que no había nada que no se la recordara, o simplemente había perdido por completo la razón? ¡Estás aquí para encontrar un antídoto para sus encantos, no para fortalecerlos, hombre! Levantó la vista hacia el grupo de mujeres que tenía frente a él. ¿Acaso la mujer que podía curarlo se encontraba entre ellas? Suspiró suavemente, sintiendo otra vez los efectos del viaje. Tal vez sólo necesitaba descansar y un poco de tiempo para conocerlas. Quizás, en ese momento, ella asumiría gentilmente la apariencia de una de las damas presentes. Sólo podía esperar que así fuera.
—Un delicioso regalo —dijo lord Sayre, felicitando a sus invitadas—, tan delicioso como cualquier concierto que yo, o estas paredes, hayamos tenido el privilegio de escuchar, estoy seguro. ¿No estás de acuerdo, Bev? —Se dirigió a su hermano, que ya no mostraba ninguna señal de su inquietante entrevista con lady Sylvanie.
—¡Un privilegio, en efecto! —comentó Trenholme, ofreciendo su brazo a la señorita Farnsworth, mientras su hermano hacía lo propio con lady Felicia, acompañándolas hasta el diván.
—Entonces, ¿servimos ya el té? —Sayre miró a su mujer—. ¿Milady?
—Sí, Sayre, ya te entiendo —respondió lady Sayre, dejando escapar un delicado resoplido—, y te prometo no sugerir que escuchemos más música por esta noche. —Enarcó una ceja y les hizo una seña a los criados—. Beban su té, señoras, que los caballeros tienen sus propios planes para esta noche. —Luego se oyeron susurros de decepción que provenían del grupo de las damas y que fueron respondidos con elaboradas disculpas por parte de los caballeros. Darcy aceptó su té y los bizcochos en silencio, con la esperanza de que la pequeña rebelión de lady Sayre contra los planes de su esposo para pasar la noche jugando ganara alguna influencia. La idea de una noche de apuestas altas y juego temerario le resultaba espantosa.
—Milady. —La voz de Sayre se alzó por encima de las de los demás—. ¿Puedo sugerir que las damas aprovechéis la separación de esta noche para planear las actividades de mañana? Prometo que estaremos a vuestras órdenes, sea lo que sea que decidáis. ¿No es así, caballeros? —La oferta fue secundada con entusiasmo por los hombres y aceptada con seriedad por las damas.
—Entonces no permitas que sea una noche muy larga —replicó su esposa, haciendo una mueca de satisfacción—, o vuestra promesa valdrá muy poco por la mañana, querido.
Sayre permitió a los caballeros suficiente tiempo para hacerles justicia a los dulces, antes de excusarlos a todos de la compañía de las damas para llevarlos al ambiente más vigorizante de su biblioteca. Mientras se preparaba mentalmente para las batallas que le esperaban, Darcy se levantó con los demás e hizo una reverencia. Las damas les desearon buena suerte con dulces sonrisas cargadas de impotencia.
—Bonne chance, papá. —Lady Felicia cruzó rápidamente el salón hacia Chelmsford, que estaba junto a Darcy, y le estampó un beso en la mejilla. Fue una bonita imagen, pero debido a lo cerca que se encontraba, Darcy pudo ver la reacción inicial de sorpresa de Chelmsford, que enmascaró después con unas palmaditas en el hombro de su hija. Lady Felicia se apartó un poco para evitar el gesto de su padre, mientras que los otros caballeros susurraban exclamaciones de aprobación por ese despliegue de afecto. Darcy observó en silencio, totalmente perplejo.
—Esa es una ventaja muy injusta, Chelmsford —rugió Monmouth, bromeando detrás de él—. Yo no tengo ninguna rubia hermosa que me desee suerte de esa manera. —Chelmsford se rió con los demás, pero arrugó un poco el entrecejo cuando su hija se levantó de su reverencia.
Lady Felicia le sonrió a Monmouth con condescendencia.
—Milord, es verdad que no tiene usted una «rubia» hermosa, pero si se apresura, es posible que pronto pueda reclamar el favor de una dama de pelo oscuro.
—¡Cuidado, Monmouth! —rezongó Manning por encima del coro de bromas de los caballeros por la imprudencia del vizconde—. No hay que tomarse esas palabras a la ligera, hay que estar alerta.
—Sí, tenga cuidado, milord, como lo tendré yo. —Lady Felicia se volvió hacia Darcy y lo retuvo unos instantes, mientras el resto de los caballeros se marchaban.
—¿Milady? —preguntó él con cortesía, aunque el vello de la nuca se le erizó por la mirada que ella le lanzó. Sus ojos azules como el cielo lo atraparon desde el fondo de unas hermosas pestañas, al tiempo que la mano de la dama se apoyaba en su brazo.
—Como ya casi somos de la familia, señor Darcy, permítame desearle buena suerte a usted también. —La incredulidad de Darcy ante la audacia de la dama debió de resultar palpable, o tal vez ella sintió cómo le temblaba el brazo, porque lady Felicia enarcó una ceja y sonrió—. Pero tal vez usted no necesita que le desee suerte —murmuró, aproximándose más a él— y conoce bien su camino.