Mientras Fletcher borraba con hábiles y suaves movimientos de brocha y navaja la sombra de barba que había aparecido durante el día, Darcy volvió a pensar en las lágrimas de su hermana. Georgiana lo había acusado de sentirse avergonzado por su causa y esa acusación lo había acechado durante todo el trayecto, lo mismo que las razones que le habían impulsado a emprender ese viaje. Porque, a pesar de lo que le había dicho a la señorita Bingley y de la promesa que se había hecho a sí mismo y que había sellado con brandy, el rostro de Elizabeth Bennet y su voz seguían presentes en sus pensamientos. Darcy se había desprendido del marcador de páginas como un primer paso en el proceso de restablecer el orden de su vida, pero todavía lo buscaba en momentos de distracción, tal como acababa de suceder. Desde la noche en que había decidido buscar esposa, se había consolado con el pensamiento, perfectamente razonable y lógico, de que su incapacidad para alejar de su mente a Elizabeth Bennet sólo se debía a que todavía no había encontrado a la mujer apropiada. Cuando lo hiciera, la otra se desvanecería, o tal vez sería eclipsada por completo. Pero, tal como había expresado Shakespeare a través de las astutas palabras del viejo rey Juan, ése había sido un «tibio consuelo». Para un hombre que siempre se había preciado de su capacidad de autocontrol, esta debilidad de la voluntad, esta falta de control sobre sus propias facultades parecía un tormento enviado directamente desde el infierno.
Para acabar de menoscabar su seguridad, la mirada de preocupación de Georgiana se había sumado ahora a la mirada pensativa de Elizabeth. ¡Claro que tenía razón en su apreciación! Cuando Fletcher terminó, le pasó una toalla limpia y caliente. Darcy la apretó contra su cara y se quitó lentamente los restos de crema de afeitar, reflexionando sobre una idea. Se levantó de la silla, se quitó el chaleco y la camisa y fue hasta el aguamanil lleno de agua caliente para completar su aseo. ¿Acaso Georgiana era capaz de ver en su corazón con más claridad que él mismo? ¿Tal vez su incomodidad con la devoción de su hermana se debía más a las consecuencias sociales que ésta podía acarrear que a sus propias e inquietantes dudas sobre el hecho de que esa devoción estuviese ingenuamente mal enfocada?
Formó un cuenco con las manos e, inclinándose sobre el aguamanil, se echó agua en la cara y el pecho. El golpe del agua caliente fue estimulante, al igual que la vigorosa aplicación de la toalla que Fletcher le dejó a mano. ¡Había estado pensando demasiado y eso era claramente peligroso! Lo que su mente y su cuerpo necesitaban era acción, actividad, no esas reflexiones interminables, que giraban siempre sobre sí mismas. Había venido a encontrar una buena esposa, o al menos a iniciar seriamente la búsqueda de una, y a divertirse. ¡Así que, a ello!
Fletcher sacó una camisa almidonada de fino algodón y la deslizó por los brazos de Darcy hasta los hombros.
—Señor Darcy —murmuró, mostrándole el traje que había seleccionado para su aprobación.
—Sí —asintió Darcy—. Fletcher, ¿qué hay del corte? —El ayuda de cámara lo miró con cuidado, estiró la mano y le dio un delicado tirón al esparadrapo. Darcy hizo una mueca de dolor.
—Todavía está sangrando un poco, señor. Y no me gustaría verle la corbata manchada de sangre, mientras está en compañía de jóvenes damas. Gracias a Dios el corte está en la parte posterior de la barbilla. Creo que el cuello y el nudo ocultarán el esparadrapo totalmente.
—¿El nudo? —le preguntó Darcy al ayuda de cámara—. ¿Qué tiene usted en mente para mí esta noche, Fletcher?
—Oh, esta noche será uno más bien sencillo, señor, yo… es decir, usted no querrá comenzar con una gran exhibición para no tener luego nada que mostrar.
—¡Sin duda! —Darcy torció la boca, mientras Fletcher lo ayudaba a ponerse el traje, al tiempo que esbozaba su estrategia.
—Lamento no poder ser más específico, señor, pero acabamos de llegar —se disculpó—. Cuando haya descubierto los planes de su anfitrión para estos días y la identidad de los otros invitados, sabré exactamente cómo proceder.
Darcy decidió que la meticulosidad con que el ayuda de cámara se enfrentaba a sus deberes y el orgullo que sentía por su trabajo merecían un poco de franqueza de su parte.
—Hay un factor que debe usted tener en cuenta, Fletcher.
—¿Sí, señor? —La expresión de Fletcher mostró claramente su convencimiento de que nada importante podía habérsele escapado a su juiciosa atención.
—He decidido que es hora de tomar esposa.
—¿Esposa, señor? ¿De verdad, señor Darcy, esposa? —Una peculiar sonrisa cruzó el rostro de Fletcher—. Entonces, ¿están aquí, señor?
—¿Quién está aquí? No he tenido el placer de conocer toda la lista de invitados de lord Sayre. ¿A quién se refiere, Fletcher? —preguntó Darcy, al oír la extraña respuesta de su ayuda de cámara.
Fletcher lo miró con desconcierto.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí, señor?
—¿Por qué? Para buscar una candidata apropiada… ¡eso es obvio! ¿Dónde más deberíamos estar?
Darcy observó a su ayuda de cámara con asombro. Fletcher abrió la boca para responder, pero luego la cerró antes de que se le escapara más de una sílaba ininteligible. El ayuda de cámara se puso colorado al decir con voz entrecortada:
—¡En ninguna parte, señor! Es decir… aquí, supongo, señor. ¡Perdóneme, señor Darcy! —Luego le dio la espalda para rebuscar en un cajón que acababa de arreglar.
Darcy siguió vistiéndose, mirando de reojo los curiosos movimientos de su ayuda de cámara, hasta que sólo le quedó por hacer el nudo de la corbata de lazo.
—¡Fletcher! —Se vio obligado a llamar—. Estoy listo para usted.
—Sí, señor. —El ayuda de cámara se le acercó con un regimiento de corbatas en los brazos, una clara indicación de su perturbación.
—Pensé que sería algo sencillo esta noche —dijo Darcy, señalando la carga de los brazos de Fletcher.
—Perdóneme, señor Darcy, pero de repente me he sentido mal. Esto es sólo una precaución. —Sacó la primera corbata, la puso alrededor del cuello de su patrón y comenzó a anudarla.
—¡Mal, Fletcher! ¿Se pone usted enfermo cuando más lo necesito? —señaló Darcy con sarcasmo, dudando de que la causa del intrigante comportamiento de su ayuda de cámara fuera realmente una súbita enfermedad—. ¿Cómo voy a encontrar una esposa si no estoy bien vestido? ¡Dependo de usted, hombre!
En lugar de una sonrisa, la respuesta de Fletcher al comentario burlón de Darcy fue fruncir el ceño y preguntarle con una ceja enarcada:
—¿Va usted a bailar esta noche, señor?
—No tengo ni idea. Supongo que lo descubriré durante la cena. ¿Por qué? —preguntó Darcy, esperando que Fletcher le contestara con una respuesta igual de ingeniosa a su comentario.
—Si va a haber baile, señor, yo evitaría la giga escocesa, si no, tal vez usted descubra después que la Zarabanda se convierte en una ocupación de por vida. Fletcher les dio un último tirón a las puntas de la Corbata—. Listo, señor, creo que ya está.
—¿De verdad, Fletcher? —El caballero miró al ayuda de cámara—. ¿Y de cuál de las obras de Shakespeare ha extraído esa cita? No logro recordarla. —Fletcher abrió la puerta hacia el corredor y le hizo una reverencia para despedirlo, pero Darcy agarró la puerta y la mantuvo abierta antes de que su ayuda de cámara alcanzara a retirarse detrás de ella—. ¿De qué obra, Fletcher? —insistió Darcy.
Fletcher movió la barbilla y frunció todavía más el ceño; pero como Darcy no tenía intenciones de moverse hasta obtener una respuesta, esperó. Finalmente levantó la vista y miró a su patrón. Enderezando los hombros hacia atrás, dijo:
—Mucho ruido y pocas nueces, señor Darcy, y ¡ésa es mi opinión sobre el asunto… señor!