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Chapter 102 - Capítulo 102.- La naturaleza de la clemencia IV

—¡Oh, Fitzwilliam, eso no puede ser cierto! —protestó Georgiana, apretándole el brazo—. La señorita Bennet no puede ser de una cuna tan baja que los dos debáis negaros la felicidad.

—Los dos no —replicó Darcy con amargura—. La dama no me mira con muy buenos ojos, y si ella descubre que… —Darcy se contuvo—. No tiene muchas razones para cambiar de opinión —concluyó—. Pero no pienses en mí como una figura trágica, mi niña. Ese papel no me queda bien. —Darcy se inclinó y besó la frente de Georgiana.

—Pero los hilos, con seguridad significan algo —exclamó Georgiana.

—¡Se los robé, querida! —Darcy guardó la trenza en el bolsillo de su chaleco—. Los olvidó en Netherfield y yo me apropié de ellos —confesó—. Ya ves, se trata de una situación más patética que trágica. O, más bien, cómica; no sé cuál de ellas. Debo preguntarle a Fletcher —dijo entre dientes—. Él sabrá decírmelo.

Georgiana levantó los ojos para mirarlo a la cara, todavía con una expresión de preocupación.

—¿La amas?

—Realmente no lo sé —dijo Darcy en voz baja e hizo una pausa—. No tengo mucha experiencia con ese tipo de sentimientos en concreto. —Condujo a su hermana hasta el diván—. Conozco el amor en diferentes aspectos: amor por la familia, por la casa, por el honor. Pero ese vínculo entre un hombre y una mujer… —Darcy guardó silencio—. Lo he visto en su expresión más sublime en nuestros padres y, ocasionalmente, en otros matrimonios; pero eso parece una excepción. Los hombres y las mujeres se profesan amor eterno todo el tiempo, sólo para desmentirlo un mes después. ¿Era realmente amor? ¡Sospecho que no! Enamoramiento, más bien, un impulso hacia la pasión motivado por un bonito rostro o unas palabras cautivadoras.

—Entonces —dijo Georgiana alargando la palabra—, ¿catalogas a la señorita Bennet sólo como un bonito rostro que te incitó?

—No, querida. —Darcy se movió con incomodidad y se ruborizó al pensar en el significado de lo que su hermana estaba a punto de sugerir—. No es eso lo que estoy tratando de decir y seguir discutiendo sobre el asunto sería una falta de delicadeza. —Miró a la muchacha, y al notar su insatisfacción por la manera en que él se había apresurado a responder a su pregunta, continuó—: Al menos yo no pienso en ella en términos de «sólo» esto o aquello, como tú sugieres. —Le devolvió a su hermana la sonrisa de triunfo—. Admiro su inteligencia, su gracia y también su compasión. Me gusta la manera como me mira a los ojos y me dice exactamente lo que está pensando o lo que quiere que yo crea que está pensando. A veces es difícil distinguir.

—Y la echas de menos, eso ya lo sé. Sin embargo, ¿no estás preparado para llamarlo amor? —insistió Georgiana.

—No me atrevo y no lo haré —contestó él de manera tajante—. ¿Con qué propósito? —preguntó al ver el gesto de desacuerdo de su hermana—. ¡Ya te expliqué todas las razones por las cuales, tanto para Elizabeth como para mí, esa declaración sería inútil!

—Pero —insistió Georgiana— ¿estarías dispuesto, ante Dios, de serle fiel sólo a ella?

Darcy abrió los ojos al oír aquella pregunta tan directa, pero rápidamente la imagen de su rostro fue reemplazada por imágenes de su propia creación, que él había tratado de dejar a un lado, aunque no había conseguido alejar. ¿Dispuesto? Darcy se llevó la mano al bolsillo del chaleco y sacó los sedosos hilos anudados. Jugando con ellos entre los dedos, los contó: tres verdes, dos amarillos, uno azul, uno rosado y uno lavanda, unidos por un bonito y gracioso nudo.

Si sus hermosos ojos se dignaran a mirarlo de verdad, de la manera en que él se imaginaba… Darcy casi se abandona a aquel pensamiento, pero, de repente, la imagen que tenía ante él se convirtió en otra muy distinta, devolviéndolo enseguida a la realidad.

—¡Bingley! —gruñó, sorprendiendo a su hermana.

—¿El señor Bingley? —repitió Georgiana, y el sonido de su voz trajo a Darcy de nuevo a lo que le rodeaba—. ¿Acaso el señor Bingley también ama a Elizabeth?

—No, no —replicó Darcy de manera tajante—. Pero sí juega un importante papel en este asunto, el cual no puedo divulgar —dijo y luego, anticipándose a la reacción de su hermana, continuó—: Y no, Elizabeth tampoco cree estar enamorada de él. Me temo que tendrás que contentarte con eso, querida, y yo tendré que encontrar la felicidad en otro lugar, independientemente de mis inclinaciones. —Volvió a guardarse los hilos en el bolsillo y se levantó del diván—. Ahora, ¿practicamos el dueto? —Le ofreció la mano a su hermana y ésta la tomó, agradecida. Tras acompañarla hasta el piano, Darcy le acercó el taburete y volvió a tomar su violín.

—Fitzwilliam, ¿te molestaría que yo incluyera esto en mis oraciones? —La tierna preocupación de Georgiana lo conmovió profundamente, y aunque no podía entender el giro que había dado la vida de aquella muchacha, no era inmune al amor con el que ella la expresaba.

—No, preciosa, no me molesta en absoluto. —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Los hombres estamos notoriamente mal preparados para dirigir los asuntos del corazón. —Se incorporó y volvió a ponerse el violín bajo la barbilla, antes de añadir—: Pero sería una negligencia de mi parte no recordarte que no vivimos en la era de los milagros y que eso es lo único que podría resolver este asunto.

* * *

—Richard, ¡qué alegría verte! —Darcy estrechó la mano de su primo y lo invitó a entrar en el vestíbulo de Pemberley, lejos de la ventisca—. ¿El viaje ha sido horrible? ¿Cómo está mi tía?

—Lo suficientemente bien, Fitzwilliam, como para contestar por sí misma —fue la respuesta que se oyó desde atrás del voluminoso abrigo del coronel—. Sí, ha sido horrible, como suelen ser siempre los viajes en esta época del año. —La cara flemática de lady Matlock apareció finalmente detrás del hombro de su hijo—. Pero eso no significa que lamentemos haber venido. Pasar la Navidad en Pemberley es algo por lo que vale la pena enfrentarse a cualquier desafío que nos presente el tiempo. —Darcy dio un paso hacia ella, se inclinó ante su mano y luego estampó un beso de saludo sobre la mejilla de su tía—. Vaya, querido —le dijo ella con afecto—, es maravilloso volver a verte. Tu tío y yo llevamos años sin verte. —Lady Matlock tiró de las cintas de su sombrero y lo depositó con elegancia sobre los brazos de uno de los numerosos criados que se apresuraban a descargar los carruajes que habían transportado a la familia del conde y sus sirvientes.

—Estuve en el campo —contestó Darcy—, visitando la propiedad que ha adquirido un amigo recientemente, señora.

—Y la cacería fue buena —le dijo su tía, mientras se quitaba los guantes—. Sí, sí, he oído esa historia varias veces.

—Así es. —Darcy sonrió como respuesta y dio media vuelta para saludar a su tío—. Bienvenido, milord.