—¡Darcy! —El conde de Matlock y el dueño de Pemberley intercambiaron reverencias, antes de que su tío estrechara la mano de Darcy y le diera un buen apretón—. Tu tía tiene razón. —Se volvió ligeramente hacia su esposa—. Como siempre, querida. —Ella hizo una reverencia como respuesta a aquella asombrosa declaración, al tiempo que el conde le hacía un guiño a su sobrino—. No hemos tenido el placer de verte durante la mayor parte del otoño. Ahora, si es verdad que una buena cacería te impidió ir a visitarnos, entonces, como cabeza de esta familia, debo insistir en mi derecho de saber dónde queda ese paraíso.
—A su debido tiempo, padre —interrumpió su hijo más joven—. ¡Brrr! Está haciendo tanto frío como en… ¡Ah, huelo algo por ahí! Fitz, ¿tienes algo para calentar la sangre de un pobre hombre? Mi hermano estaría feliz de tomarse algo ardiente ahora, ¿no es así, Alex?
Lord Alexander Fitzwilliam, vizconde D'Arcy, le lanzó a su hermano una mirada de furia, antes de inclinarse ante su primo.
—No le hagas caso, Darcy. Mandamos al menor al ejército, y todavía no ha aprendido a comportarse como un caballero.
—¡Si yo sólo estaba velando por tus intereses, hermano!
—¡Richard, no me conviertas en excusa de tus malos modales! —replicó D'Arcy.
—Como ves, Fitzwilliam, tus primos todavía no pueden pasar más de media hora en el mismo carruaje sin pelearse como cuando eran niños. —Lady Matlock les lanzó una mirada de censura a sus hijos, que la sobrepasaban bastante en estatura—. Pero ¿dónde está Georgiana?
Darcy le ofreció el brazo a su tía.
—Os está esperando en el salón amarillo, entre la multitud de platos que juzgó apropiados para daros la bienvenida, señora. —Miró por encima del hombro a sus primos y a su tío y añadió—: Incluyendo algunos tés y cafés «ardientes» que, si deseáis, yo estaré encantado de complementar con algo más fuerte.
Después de oír esto último, la expresión del coronel sufrió una gloriosa transformación.
—Entonces, ¡condúcenos hacia allí, Fitz! ¡No debemos hacer esperar a mi prima! —Darcy se rió y acompañó a su tía y a sus parientes escaleras arriba. Entraron en un salón pintado de un color amarillo limón muy pálido, adornado con un hermoso friso de yeso color crema compuesto por ramos de viñas y rosas entrelazados. La chimenea presentaba la misma decoración y sus extremos se levantaban para enmarcar un magnífico espejo que captaba y reflejaba la amplitud del salón y los delicados candelabros de oro y cristal. Diseñado por la difunta lady Ann, el salón tenía la espléndida capacidad de proyectar una gran calidez en las estaciones frías y una refrescante atmósfera en el verano, y por eso era uno de los lugares de reunión favoritos de la mansión. Decorado con los adornos navideños, el efecto del salón fue inmediato sobre los visitantes, y cuando Georgiana avanzó hacia la puerta para saludar a su familia, parecía un ángel en medio de aquella festiva decoración.
—¡Mi querida niña! —exclamó lady Matlock, antes incluso de que Georgiana se hubiese levantado de hacer su reverencia—. ¡Pero qué milagro es éste! ¡Te has convertido en toda una damita mientras tu hermano te tenía sepultada en el campo! —Se zafó del brazo de Darcy y avanzó hacia su sobrina. Tomando las manos de Georgiana entre las suyas, lady Matlock se dirigió a su sobrino—: Fitzwilliam, ¿por qué tu hermana no ha estado en Londres?
—¡Señora! —protestó Darcy—. Sólo tiene dieciséis años.
—¡Dieciséis! ¡Sólo dieciséis! Bueno, está bien; pero esto no debe continuar. No es bueno que una joven damita no sepa nada de Londres y de la vida social antes de su primera temporada. ¿En qué estás pensando, Fitzwilliam?
—Tía, por favor… no debes enfadarte con mi hermano —intervino rápidamente Georgiana—. He sido yo la que quiso quedarse tranquila en Pemberley. —Sonrió al ver la mirada de desaprobación de su tía—. Pero él ha insistido mucho en que lo acompañe de regreso a Londres después de Navidad.
—Así debe ser, querida. —Lady Matlock le dirigió una sonrisa de simpatía a su sobrino—. Aunque, a tu edad, Darcy, no me sorprende que hayas tenido poco tiempo u ocasión de acompañar a una jovencita y estar al mismo tiempo detrás de tu primo.
—¡Madre! —objetó Fitzwilliam.
Lady Matlock ignoró a su hijo menor.
—Debes llevármela cuando tu tío y yo regresemos a la ciudad. Hay que presentársela a la prometida de D'Arcy lo más pronto posible.
La reacción de los dos hermanos ante el anuncio de su tía fue exactamente lo que la dama deseaba.
—¿Prometida? —preguntaron al unísono Darcy y Georgiana, fijando la mirada en su primo, que recibió las felicitaciones con una sonrisa forzada.
—¡Oh, Alex, me alegro por ti! —continuó Georgiana.
—Sí, bueno… claro, tenéis razón —contestó D'Arcy y luego le lanzó a su hermano una mirada de advertencia, antes de añadir—: Lady Felicia es exactamente lo que deseaba para ser mi vizcondesa.
—La hija de lord Lowden, marqués de Chelmsford —informó lord Matlock—, es intachable, un gran honor para su familia, y muy pronto también para la nuestra. Una unión excelente.
Darcy miró a su primo fijamente, mientras le estrechaba la mano. Lady Felicia Lowden era, según había tenido ocasión de comprobar, todo lo que su tío había dicho y mucho más. De hecho, había sido la reina de la última temporada social, alabada por su belleza, su conversación, su linaje y su fortuna. Darcy había formado parte del grupo de caballeros a los cuales la dama había favorecido con su atención y la había acompañado a la ópera y a varios bailes, pero pronto se dio cuenta de que lady Felicia necesitaba más admiración de la que un solo hombre podía prodigar. Al no ser uno de esos hombres que aspiran a formar parte de una corte, le cedió su lugar a aquellos que sí estaban felices de hacerlo, aunque no dejó de lamentarlo un poco. De acuerdo con los estrictos estándares de la sociedad, lady Felicia era un premio; sin embargo, Richard no parecía muy complacido con el éxito de su hermano. Intrigado por lo que percibió, Darcy le hizo un gesto con las cejas a Fitzwilliam, pero sólo recibió una sonrisita como respuesta.