Darcy no esperó a que la gigantesca puerta principal terminara de cerrarse para dar media vuelta y buscar nuevamente el refugio de su biblioteca. Casi se desploma en la silla. Permaneció allí inmóvil, y ni siquiera se inmutó cuando un criado entró en silencio para atizar el fuego de la chimenea.
«Siempre has sido un buen amigo». Darcy cerró los ojos y apretó la mandíbula. ¿Acaso las heridas causadas por un amigo nunca curan? Darcy dirigió su pregunta al cielo. ¡Mejor ponerse colorado una vez que pálido toda la vida porque ese amigo no hizo nada!
La repentina necesidad de hacer algo, cualquier cosa, se apoderó de él. Se puso de pie, dirigiéndose hasta la vitrina que tenía a su espalda, se quitó la chaqueta, el chaleco y la corbata y los tiró sobre una silla. Tras abrir rápidamente la vitrina, examinó la colección y seleccionó un estoque perfectamente equilibrado. Tomando una lámpara que había sobre el escritorio, salió de la biblioteca hacia el corredor. ¿Adónde ir? Después de dudar sólo un instante, se dirigió al salón de baile. No se encontró con ningún criado en el camino y pudo deslizarse en la gran estancia sin hacer ruido. Puso la lámpara sobre una consola estilo Sheraton que estaba contra la pared, y se dirigió hacia la pista, ejecutando movimientos amplios y cortantes mientras avanzaba. Los músculos de su hombro protestaron después de un mes sin hacer ejercicio, pero Darcy los ignoró y siguió con el entrenamiento hasta que aflojaron y él se sintió seguro del alcance y el equilibrio de su espada. Luego, llevándose el estoque a los labios, asumió la posición de «en guardia», poniendo el cuerpo en la curiosa pose al mismo tiempo tensa y relajada de los espadachines expertos.
Darcy lanzó una estocada. Su oponente imaginario esquivó el movimiento. Volvió a atacar. Esta vez el golpe fue esquivado, pero el oponente lanzó un rápido contragolpe. Levantó el estoque para bloquear el ataque, luego dobló la muñeca y usó el filo para desequilibrar a su enemigo. No tuvo éxito. Bloquear… bloquear otra vez, atacar. Darcy soltó una carcajada. ¡Eso lo estremeció! Atacó y el otro tuvo que retroceder un paso, luego dos.
La llama de la lámpara se reflejaba de manera intermitente sobre la espada, mientras Darcy practicaba las formas clásicas de avance y retroceso. Adelante y atrás sobre la pista a oscuras, Darcy persiguió, acechó y otras veces se enfrentó a su enemigo imaginario, hasta que unas gotas de sudor aparecieron en su frente y el brazo que sostenía el estoque sucumbió al peso del arma. Con un movimiento final en forma de arco, levantó el estoque a manera de saludo y, haciendo una inclinación, le presentó sus respetos a la oscuridad que le sirvió de contrincante.
Sintiendo un agudo dolor en los costados, agarró la lámpara, se deslizó en silencio por el corredor y devolvió la lámpara y el estoque a la biblioteca. Volvió a colocar el arma en la vitrina y recogió su ropa. A pesar de que estaba cansado, sabía que todavía no se sentía preparado para sucumbir al sueño. ¡Su libro! Leería hasta que el sueño lo rindiera. Desde donde estaba, podía ver Fuentes de Oñoro en espera de su atención, y junto a él, un antiguo regalo de su padre, los sermones de Whitefield. Darcy tomó Fuentes de Oñoro del estante y, tras metérselo debajo del brazo, apagó la lámpara y salió hacia su habitación.