Con su acostumbrada precisión, Darcy estampó su firma en el último documento de negocios que esperaba encontrar antes de marcharse de Londres para pasar la Navidad en Pemberley, y se lo entregó a Hinchcliffe para que le echara la arenilla secante y lo sellara. ¡Por fin estaba libre de los aspectos tediosos de su regreso a la ciudad y podía dedicar su atención a actividades más placenteras! Aunque, en realidad, la velada de esa noche en casa de lord y lady Melbourne en Whitehall no respondía exactamente a todo lo que él consideraba placentero, reconoció para sus adentros, mientras cerraba los libros de contabilidad. Únicamente la muy anunciada aparición de la Catalani podía haberlo convencido de aceptar una de las invitaciones de lady Melbourne, porque, en general, él siempre seguía el consejo que le había dado a Bingley y evitaba al grupo de esa dama tanto como era posible.
La manera en que lady Melbourne alentaba las excentricidades del príncipe regente no era la única razón para que Darcy mantuviera una actitud distante. Los rumores sobre las intrigas y las irregularidades que ocurrían dentro de las paredes de Melbourne House se remontaban a treinta años atrás, hasta el nacimiento del heredero del vizconde, y llegaban hasta la actualidad en forma de chismes sobre la escandalosa conducta de la nueva esposa del heredero. Darcy había estado presente en la boda del honorable William Lamb con lady Caroline Ponsonby, durante una de sus escasas visitas a la ciudad mientras su padre estaba enfermo. Consideraba a Lamb como un buen tipo, sensato en su objetivo de seguir una carrera política y de un carácter más serio de lo que podían esperar sus electores a juzgar por sus antecedentes. Pero su matrimonio con lady Caroline, que ya era conocida por una conducta poco convencional, fue, en opinión de Darcy, una imprudencia. En esto Darcy había tenido mucha razón, y mientras asentía para autorizar a Hinchcliffe a guardar los libros, pensó en cuál de las dos damas tendría más probabilidades de dar un espectáculo esa noche: ¿la temperamental diva o la impredecible lady Caroline?
—Otro buen día de trabajo, Hinchcliffe —le dijo Darcy a su secretario en tono elogioso—. Usted ha supervisado todo de manera admirable. Nunca podría haber conseguido tantas cosas sin contar antes con su atención.
—Un placer, señor —respondió el sombrío secretario, bajando ligeramente los ojos—. ¿Ya ha fijado fecha para su partida hacia Pemberley, señor? Me gustaría empezar a disponerlo todo.
—El martes 17, creo, si logro ver a Lawrence el lunes. ¿Ya hemos recibido respuesta a mi solicitud?
—Llegó esta tarde, señor Darcy. —Hinchcliffe abrió su omnipresente carpeta de cuero, extrajo una nota un poco arrugada y manchada de pintura y leyó: «El señor Thomas Lawrence tendrá el gusto de recibir al señor Fitzwilliam Darcy a las dos y media el lunes 16 de diciembre, en su residencia, Cavendish Square»—. ¿Envío confirmación, señor?
—Sí, hágalo. Si mi entrevista sale bien y él está de acuerdo, Lawrence hará un retrato de la señorita Darcy cuando ella venga a Londres conmigo en enero. —Darcy sonrió al ver la expresión de sorpresa de Hinchcliffe—. De hecho, tengo total confianza en que podré convencerla de que venga conmigo. No para la temporada social, claro, es demasiado joven, pero habrá reuniones suficientemente tranquilas, óperas y obras de teatro y… —añadió en voz baja después de hacer una pausa—: y será estupendo tenerla entre nosotros, ¿no es así?
—Así será, en efecto, señor Darcy. —La expresión de ternura que cruzó fugazmente por el rostro de Hinchcliffe confirmó lo que Darcy sabía desde hacía años. Él podía estar seguro de la lealtad de su secretario, pero la depositaria de la devoción de Hinchcliffe era su hermana, que había nacido el mismo año en que él entró a trabajar para la familia.
El reloj de la biblioteca dio las cuatro, y como si estuviera planeado, Witcher abrió la puerta en ese momento, pero no para hacer el esperado anuncio de que el té estaba listo.
—Señor Darcy, lord Dyfed Brougham está aquí para…
—Sí, sí, estoy aquí para verte, Fitz; y sé que estás en casa. No trates de deshacerte de mí con algún cuento chino, ¡porque sé que estás aquí! —La elegante e imponente figura de lord Brougham invadió el umbral de la puerta y luego pasó junto al mayordomo—. Buen intento, Witcher, pero Fitz me recibirá, ¿no es así, viejo amigo? —le dijo a Darcy con una sonrisa triunfal.
—Dy, ¿no tienes nada mejor que hacer que perturbar a mis empleados? —Darcy sacudió la cabeza al dirigirse a su viejo amigo de la universidad.
—¡Absolutamente nada más! ¡Excepto, tal vez, molestarte a ti! —Lord Brougham estiró la mano y estrechó la de Darcy con fuerza—. ¿Dónde has estado este último mes? Llegué a la ciudad y encontré cerrada tu puerta, y lo único que pude sacarle a Witcher fue que «El señor Darcy estaba de visita en el campo». Le ofrecí veinticinco libras para que me dijera dónde, pero el señor Witcher aquí presente —dijo lord Brougham, señalando con la cabeza al mayordomo— no soltó palabra.
—Que eso te sirva de lección para que no intentes sobornar a los criados leales —le contestó Darcy con una carcajada.
—Bueno, todos esos años en la universidad no me han enseñado nada, así que dudo que esto lo haga. ¡Soy un caso perdido, ya lo sabes! —Brougham se dejó caer pesadamente en uno de los sillones al lado de la chimenea y miró a su alrededor—. Te pillé haciendo cuentas, ¿no es así, Fitz?
—No, de hecho acabamos de terminar; y estaba esperando el té…
—¡Té! ¡Buena idea! —Se incorporó en su asiento de un salto—. ¿Por qué no vamos hasta el club tú y yo? Apuesto a que no has visitado Boodle's desde que regresaste de… ¿en dónde has estado escondido?
—Hertfordshire.
—¡Dios, no me digas! ¡Hertfordshire! —exclamó Brougham con aire pensativo—. ¿Haciendo qué, Fitz?
—Te lo contaré cuando lleguemos al club. —Darcy se volvió hacia su mayordomo que, conociendo la naturaleza alegre de lord Brougham, estaba sonriendo discretamente tapándose la boca—. Mis cosas, Witcher, si es usted tan amable. Parece que tomaré el té en Boodle's.