19 de noviembre de 1811
Netherfield Hall
Meryton
Hertfordshire
Querida Georgiana:
Darcy hizo una pausa y se encontró sin saber cómo seguir. ¿Qué debo decir? ¿Cómo debo comenzar a escribir algo que sólo puede traerle dolor? Dejó la pluma en el tintero, se recostó contra el respaldo de la silla delicadamente tallado y se quedó observando la hoja blanca que tenía ante él con la mirada perdida. ¡Piensa, hombre! ¿Acaso no habrías tenido noticias de Georgiana o de su dama de compañía si algo estuviera fuera de lugar? Tú disculpas tu carácter alegando la inquietud que sientes por ella; pero, en realidad, ¿haces bien al buscar tu propia paz a expensas de la de Georgiana, a quien le costó tanto trabajo y tiempo alcanzarla? Darcy cerró los ojos, mientras se masajeaba las sienes con los dedos, para aliviar la tensión que parecía haberse instalado allí para siempre desde el inesperado encuentro de aquella tarde. ¿Cómo debo proceder? Si alguna vez necesitara consejo… Sus ojos se posaron en sus acompañantes.
La señorita Bingley y la señora Hurst estaban absortas en las páginas de Le Beau Monde, mientras que Hurst les leía en voz alta los chismes más apetitosos de Londres que traía un periódico que acababa de llegar. Bingley intentaba ignorar las carcajadas y el escándalo de sus hermanas y concentrarse en Badajoz, pues el libro había captado todo su interés desde su lectura del día anterior. Pero sus esfuerzos no tenían mucho éxito, pues se había visto obligado a levantar la vista repetidas veces porque Hurst insistía en entretenerlo cada dos minutos con los resultados de las carreras y los combates de boxeo de la semana anterior. Darcy suspiró profundamente y se volvió a concentrar en su carta. No podría conseguir mucha ayuda de aquel grupo, estaba seguro.
Un golpecito en la puerta y la entrada de Stevenson con una bandeja de plata en la mano suspendieron toda actividad en el salón. La bandeja, que contenía una única carta, pasó bajo el sorprendido examen de todos los presentes hasta que llegó a Darcy. Al reconocer la letra de la dirección, Darcy la agarró rápidamente y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta.
—¿Una carta, señor Darcy? —La pregunta de la señorita Bingley dejó ver la fuerza de su curiosidad.
—Una carta, sí, señorita Bingley. —Darcy se levantó y se inclinó ante sus anfitriones—. Si ustedes me disculpan. No, por favor no te levantes, te lo ruego —le dijo a Bingley, que comenzaba a inclinarse para levantarse de la silla. Darcy salió del salón a grandes zancadas y en unos pocos segundos se encontró en el corredor que conducía a la biblioteca. Tras cerrar la puerta de aquel agradable refugio, se dirigió a la chimenea, atizó los carbones hasta reavivar las brasas y se dejó caer en uno de los sillones que estaban más próximos para recibir un poco de calor. Con dedos torpes encendió una lámpara cercana y sacó la carta del bolsillo.
Aunque la carta reposaba en sus manos, Darcy parecía no poder encontrar fuerza suficiente para romper el sello. Le dio vueltas varias veces, leyendo de nuevo la dirección: «Señor Fitzwilliam Darcy, Netherfield Hall, Meryton, Hertfordshire», escrita con la inconfundible letra de su adorada hermana. ¿Qué encontraría dentro? Querida hermana, ¿estás destrozada? En medio de una terrible agonía, Darcy se inclinó hacia delante, respiró hondo y rompió el sello.
15 de noviembre de 1811
Pemberley
Lambton
Derbyshire
Querido hermano:
Tu carta del día 11 revelaba un carácter tan tierno y divertido que la he guardado entre mis recuerdos para atesorarla siempre, así como atesoro tu preocupación y afecto por una hermana tan problemática como yo. Tu noble y generosa determinación de asumir la responsabilidad de todo lo ocurrido el verano pasado me ha dejado muy afectada. No pretendo contradecirte, pero debes permitirme, querido hermano, hacerme responsable de lo que de verdad me corresponde. Debes saber que la contrición que todo esto produjo fue necesaria; de hecho, fue indispensable para mi recuperación, a diferencia del doloroso incidente entre tú y mi padre que mencionas. (Sí, en efecto recuerdo los golpes y el dolor de nuestro padre, aunque ya hace mucho tiempo olvidé las malas acciones que los causaron). No quisiera que pensaras más en eso. Ya ha terminado y pasado y ha sido olvidado. Yo me encuentro libre del peso de esa historia, excepto como una lección aprendida, y desearía que no te acordaras más de ella. ¡Te aseguro que la señora Annesley y yo estamos trabajando firmemente en eso!
Trabajando firmemente en eso… que no te acordaras más de ella. Los ojos de Darcy volvieron a examinar el párrafo, con el temor de que hubiese pasado algo por alto. No quisiera que pensaras más en eso… libre… una lección aprendida. Darcy se desplomó en la silla, con los ojos cerrados y apretando la carta contra sus labios. Las palpitaciones que sentía en las sienes fueron disminuyendo, a medida que la sensación de alivio se fue deslizando con dulzura por su cuerpo. Wickham no la ha molestado más. Evidentemente, su aparición allí no tenía nada que ver con Georgiana. Durante unos segundos, Darcy saboreó el alivio de sus temores, antes de volverse a preguntar por qué estaba Wickham en Hertfordshire y qué haría él al respecto. Parecían estar destinados a encontrarse con frecuencia, si él prolongaba su estancia en Netherfield.
—Si yo prolongo mi estancia —murmuró Darcy para sus adentros. Nadie cuestionaría que partiera hacia Londres. Siempre existía la excusa de un negocio inesperado. Estaba comprometido a quedarse hasta el baile, pero ¿y después? Un par de ojos totalmente encantadores, sobre una adorable sonrisa que dejaba a la vista un hoyuelo, se colaron sin control en su recuerdo. ¿Debería lamentar su partida? Darcy bajó los ojos hacia la carta que aún no había terminado de leer y volvió a levantarla hacia la luz.