Por favor dale mis recuerdos a la señorita Bingley. Es muy amable por su parte clasificar mis escasos talentos como una muestra de «perfección». Espero poder ser fiel a la precisión de su gusto y sólo puedo sentirme honrada por el hecho de que ella tenga mis esfuerzos en tan alta estima. A tu amigo, el señor Bingley, por favor hazle partícipe de mis felicitaciones por haber adquirido una buena posición.
Contigo como guía, sus esfuerzos sólo podrán ser coronados por el éxito.
Ahora, querido hermano, debo decir que con el resto de tu carta me quedé un poco más sorprendida. No puedo pensar cómo es posible que alguien crea que tú, que has sido conmigo el hermano más considerado y gentil, eres «una persona insensible y prosaica». La señorita Elizabeth Bennet debe de ser, ciertamente, una mujer poco común para haberse defendido de tus argumentos, haberte desdeñado de esa manera y haber pensado que eres un personaje desagradable. ¿Es ella, quizás, una de esas personas que se queda con la primera impresión y la forma en que os habéis conocido, en su opinión, no fue precisamente agradable? No puedo creer que lo que haya provocado ese desacuerdo entre vosotros haya sido un desliz en las buenas maneras. Espero que cuando esta carta llegue a tus manos ya se haya restablecido su buena opinión sobre ti, pues no puedo soportar la idea de que alguien juzgue tan mal tu carácter, siendo tan querido para mí.
Termino con mis fervientes deseos de verte y mis oraciones para que Dios te guarde hasta que te reúnas con nosotros para Navidad. Hay tantas cosas que me habría gustado decir, tantas cosas que he aprendido, pero eso tendrá que esperar hasta que tenga tu querido rostro frente a mí. Como dices que soy el «tesoro» de Pemberley, te recuerdo que tú eres su corazón. ¡Regresa pronto!
Tu hermana que te adora,
GEORGIANA DARCY
Los ojos de Darcy se detuvieron un rato sobre la elegante firma y luego, lentamente, dobló la carta por los pliegues y se la guardó en el bolsillo interno de la chaqueta. ¡Georgiana, mi niña querida! musitó, entrelazando los dedos y apoyando la barbilla sobre ellos mientras observaba los tizones ardientes de la chimenea. Trató de imaginársela mientras escribía con tanta precisión y sagacidad sobre su situación, pero no pudo hacerlo. Aquella criatura era totalmente distinta a la que él había puesto al cuidado de la señora Annesley hacía sólo cinco meses. Luego sonrió, al pensar en la incapacidad de su hermana para creer que no todo el mundo lo veía a él como ella lo veía, y se sintió halagado por la absoluta fe de la muchacha en su capacidad de recuperar su posición frente a los ojos escépticos de Elizabeth Bennet. ¡Qué cerca había estado de adivinar la verdad! ¡De hecho, la manera en que Elizabeth y él se conocieron no podría haber sido menos favorable!
A pesar de que sabía que era ridículo, la confianza de su hermana en él hizo encender una llama de optimismo en medio del abismo de indecisión en que había caído en los últimos días. La determinación de corregir la consideración de Elizabeth se apoderó de él. Revisó las circunstancias que tenía a su favor: Wickham no estaría presente, habría un intervalo de una semana de ausencia durante el cual podría reunir tópicos de conversación, el buen espíritu que por lo general reinaba en un baile, la distracción que ofrecería la presencia de un grupo numeroso de gente y, finalmente, la sorpresa que provocarían su deferencia y condescendencia.
Aliviado ya del motivo inicial para escribirle a su hermana, Darcy se levantó de su ensoñación frente a la chimenea con energía renovada y regresó a buscar la compañía de sus anfitriones y la carta que había dejado empezada. Más tarde, mientras tomaban brandy y jerez, Darcy se limitó a sonreír cuando la señorita Bingley observó que rara vez había visto a alguien tan entretenido en la redacción de una carta a su familia.