Escondidos amigablemente en la biblioteca, entre la amenaza de una tormenta de papeles y plumas rotas, el resto de la mañana pasó rápidamente para Darcy y Bingley. Cuando Stevenson golpeó en la puerta para anunciar que el refrigerio de la tarde estaba servido y las damas solicitaban su compañía, los dos se levantaron y abandonaron su ocupación satisfechos con el progreso alcanzado, y listos para un poco de diversión.
—¿Qué has estado haciendo toda la mañana, Charles? ¡Caroline y yo no pudimos encontrarte por ninguna parte! —se quejó la señora Hurst, mientras servía el té para los caballeros y su hermana—. El señor Hurst tenía especiales deseos de ver las perdices y discutir los planes para una partida de caza esta mañana, ¿no es así, querido? —Hizo una pausa para mirar vagamente a su esposo que, en ese instante, parecía más interesado en cazar los manjares que tenía enfrente, y no aquellos menos seguros que volaban en el exterior. Darcy y Bingley aceptaron sus tazas y rápidamente se instalaron en el extremo opuesto de la mesa del comedor.
—Pasé la mañana de la manera más satisfactoria, Louisa. Darcy ha accedido a hacerme algunas sugerencias sobre cómo puedo mejorar Netherfield, hacerlo más…
—¡Más como Pemberley! —exclamó la señorita Bingley, fijando en Darcy una mirada de súplica—. Ay, señor Darcy, ¿es eso posible?
—Caroline, no me has entendido. —Bingley la miró con un cierto fastidio—. Has de tener presente que Netherfield nunca podrá ser Pemberley, ¡porque Hertfordshire no puede ser Derbyshire! Sin embargo, yo creo, y Darcy está de acuerdo, que Netherfield tiene interesantes posibilidades que el tiempo y la paciencia revelarán. Ahora —se apresuró a continuar—, ¿qué noticias hemos recibido de nuestros vecinos? Espero que después de anoche nos envíen varias tarjetas.
—Sí, supongo que se podría decir que hemos recibido algunas. —La señorita Bingley frunció el ceño mientras golpeaba con los dedos el montón de correspondencia que reposaba sobre la bandeja frente a ella—. Hay una docena de cartas de bienvenida, siete invitaciones a cenar, cuatro invitaciones a tomar el té y tres anuncios de fiestas o veladas musicales privadas. De verdad, Charles, ¿qué hace uno para encontrar compañía en un lugar como éste?
—¿Para encontrar compañía? —preguntó Bingley—. ¡Disfrutar! El baile de anoche, por ejemplo. Estoy seguro de que rara vez había tenido una velada más placentera. Sí, ¡es verdad! ¡No frunzas el ceño, Caroline! La música era animada, la gente nos recibió con gran afecto y las jóvenes…
—Charles, tú eres demasiado complaciente —interrumpió la señorita Bingley—. Nunca había conocido gente con menos capacidad de conversación, o menos distinguida y más engreída. En cuanto a las jóvenes, sin duda eran jóvenes, pero…
—Vamos, Caroline, no puedo permitir que hables así al menos de una joven —interrumpió Bingley. Se volvió hacia Darcy, que acababa de levantarse de la mesa, con la taza y el plato en la mano—. Darcy, ¡apóyame en esto! ¿No es Jane Bennet una muchacha absolutamente adorable?
Darcy se dirigió hacia una ventana, mientras le daba sorbos a su té, y miró hacia el césped rodeado de madera de boj y un sendero de piedras. El desacuerdo entre Bingley y sus hermanas era ya antiguo y se había manifestado de innumerables maneras desde que los conocía. En general, Darcy siempre tendía a simpatizar con Bingley en aquellos desagradables intercambios, pero hoy el giro de la conversación le recordó la decisión que había tomado la noche anterior de prevenir a su amigo.
Sin darse la vuelta, respondió:
—¿Adorable? Creo que dije que era guapa. Si es adorable, me inclino ante tu criterio superior, teniendo en cuenta que tú bailaste con ella. Yo no.
—¡Pero tú tienes ojos, hombre! —replicó Bingley de manera enérgica.
—Y ante tu insistencia, los empleé, por si no lo recuerdas. —Darcy cambió de posición, pero mantuvo la mirada fija en el paisaje que se veía por la ventana. Le dio otro sorbo a su té—. Sonríe demasiado.
—Sonríe demasiado —repitió Bingley con incredulidad.
—Un hombre debe hacerse muchas preguntas ante tanta profusión de sonrisas. ¿Cuál puede ser la causa? —En ese momento Darcy dio media vuelta y clavó en Bingley una mirada penetrante, como si quisiera infundirle la magnitud de su desaprobación—. «Engañosa es la gracia y vana la hermosura», si se me permite la audacia de citar. ¡Piensa, hombre! ¿Acaso esas sonrisas indican una disposición feliz y tranquila, o son una pose ensayada, una manera de fingir buen carácter diseñada para atrapar o esconder la ausencia de verdadera inteligencia? —Darcy hizo una pausa, mientras sus palabras despertaban en él violentos recuerdos de George Wickham, cuyas sonrisas y halagos, tanto del hombre como del niño, habían encubierto una naturaleza vil y corrupta. Sin poder confiar en que sus emociones no lo traicionaran, Darcy se volvió bruscamente de nuevo hacia la ventana.
Bingley miró a su amigo con un poco de asombro, mientras sus hermanas asentían juiciosamente con la cabeza para mostrar su acuerdo con la opinión de Darcy.
—El señor Darcy es muy perceptivo, como siempre, Charles —comentó la señorita Bingley—. La señorita Bennet parece muy dulce, pero ¿qué puede pretender con esa permanente sonrisa en su rostro? Debo decir que yo nunca he encontrado tantas cosas que me diviertan o me agraden tanto como para sonreír todo el tiempo. Es indigno y muestra la carencia de una buena educación. ¿Qué piensas tú, Louisa?
—Estoy totalmente de acuerdo, Caroline. La señorita Bennet parece una chiquilla dulce y encantadora, y le deseo toda la suerte que se merece. Aunque no puedo decir lo mismo del resto de la familia. Es una sorpresa que sean bien recibidos, a excepción de las sonrisas de la señorita Bennet.
Darcy apenas escuchaba mientras las hermanas procedían a despellejar a sus nuevos vecinos. El repentino ataque de rabia que sintió cuando estaba disuadiendo a su amigo lo sorprendió y no sabía muy bien cómo serenar sus emociones en medio del salón y en compañía de otras personas. Atravesó la estancia hasta la ventana del fondo, como si quisiera tener una perspectiva diferente del jardín. Lo que necesitaba era ejercicio, ejercicio físico violento, para alejar sus demonios personales.