Para Lucien, la situación resultaba interesante y confusa. Las mañanas obviamente no eran horas puntas para una taberna.
Una chica rubia y delgada estaba dando un vistazo al interior desde la puerta de la taberna. Entonces, suspiró y se dispuso a irse, pero se sorprendió al notar a Lucien allí parado, esperando a que ella se hiciera a un lado.
—¡Oh! ¡Lucien! —exclamó.
Lucien ya estaba acostumbrado a esta situación. Sonrió y la saludó:
—¡Buen día! ¿Qué estás haciendo aquí?
Las mejillas bronceadas de la chica se sonrojaron súbitamente.
—Yo... Yo solamente estaba pasando por aquí. Escuché que hoy hay un nuevo bardo en la taberna... Así que... En fin, tengo que irme, Lucien.
Antes de que este le dijera adiós, la joven chica se alejó de manera apresurada con las mejillas rojas. Lucien supuso que el bardo que había mencionado debía ser muy atractivo.
Sin embargo, no era asunto suyo. Él estaba allí para trabajar. Empujó suavemente la puerta e ingresó a la taberna.
Su primera impresión sobre el lugar no fue muy buena: un sitio oscuro, con un fuerte olor a alcohol, y con mesas y sillas desordenadas. Les tomó un momento a sus ojos adaptarse a la oscuridad del ambiente.
Numerosos borrachos fueron despertados por el ruido. Soltaron unas cuantas maldiciones y volvieron a dormirse sobre las mesas. Había un hombre de nariz aguileña vistiendo un abrigo apretado negro, probablemente en sus treintas, sentado en un taburete bebiendo a sorbos un vino de color ámbar. Sin decir nada, le dio un vistazo a Lucien.
Lucien miró a su alrededor. Luego de un momento, divisó a un enano roncando ruidosamente detrás del mostrador. Estaba sentado en un taburete alto con su redonda cabeza reposada contra la pared. Su brillante saliva estaba goteando sobre su rubia barba, la cual estaba atada como un lazo.
Sabiendo que el enano no iba a despertar por sí solo, Lucien golpeó el mostrador fuertemente con los dedos.
Los borrachos empezaron a soltar maldiciones a su espalda. El viejo enano despertó lentamente, y habló con una mirada somnolienta:
—Oh, ¡mi querido Lucien! ¡Finalmente, ya eres un adulto! ¡Por fin comprendes lo maravilloso que es el vino! ¡Salud! ¡Por nuestro nuevo cliente...!
—Ya es de mañana, tío Cohn —Lucien no estaba seguro de cómo llamar al dueño de la taberna.
Cohn se frotó los ojos y miró a su alrededor.
—No estoy borracho... No mientas. ¡Qué maravillosa noche la de hoy!
Luego de un largo rato, Cohn finalmente recobró la sobriedad. Cuando Lucien le preguntó sobre los trabajos, Cohn mostró una expresión ligeramente incómoda y habló:
«Um... No tengo nada muy bueno ahora. Todo lo que hay son algunos trabajos extraños. Mañana, a las nueve de la mañana. Déjame ver. Tres Fells por cargar cosas desde el almacén hasta la puerta. Pero, para que sepas, debes darle un Fell a los pandilleros allí al final del día. Entonces... Todo lo que obtendrás del trabajo serán dos Fells, que solamente alcanzan para comprar un pan marrón viejo.
Alguna otra cosa... Sí, aquí. La Asociación de Músicos hará una limpieza hoy. Puedes rentar una carreta y ayudarlos con la basura. Restando el costo de la renta, puedes ganar ocho Fells. Sin embargo... Tres Fells van para esos bastardos.
También hay algo más... No, no creo que estés calificado para eso.»
Lucien asintió; solamente llevaba consigo siete Fells. De verdad no contaba con muchas opciones. Trabajar para la asociación era la mejor.
—Cohn, ¿tienes trabajos con mejor paga? —preguntó Lucien con curiosidad.
Cohn rió estruendosamente.
—Sí, obviamente, hijo. Pero esos son para verdaderos hombres, pues requieren fuerza y valentía; no son para un jovencito. Ni siquieras sabes cómo beber.
Luego, habló en un tono más bajo:
—He visto a muchísima gente partir hacia la Cordillera Oscura desde mi taberna. Ellos eran mercenarios y aventureros experimentados. Pero, muy pocos regresaron vivos.
Cohn eructó y continuó:
—Aunque, claramente, todos los que regresaron amasaron una gran fortuna.
—No los subestimes. La mayoría de ellos eran Caballeros de Alto Nivel. —Una voz amable pero atractiva se oyó a espaldas de Lucien. Su tono se elevó ligeramente al final, sonando elegante y seductivo.
Lucien dio la vuelta y vio a un hombre de pelo plateado caminando hacia ellos desde uno de los cuartos del bar. Este llevaba puestos pantalones apretados y una chaqueta roja, cubierta por un abrigo negro de cuello alto. Aquellas prendas formales tomaban una apariencia casual pero elegante al estar sobre su cuerpo. Él tenía rasgos bastante refinados: ojos plateados, nariz respingada y recta, labios delgados... El hombre casi se veía como un encantador elfo con aquel sedoso cabello plateado cual luna llena durante la noche.
Con un arpa en la mano, el hombre escogió un taburete y se sentó.
—¡Hey, Rhine! ¿Quieres algo de beber? —Cohn agarró un vaso.
—Gracias, pero solamente bebo en la noche. —Sonrió.
—La paz ha prevalecido en el continente durante casi trescientos años. Hay más caballeros de los que la gente necesita. El Ducado de Orvarit, el más cercano a la Cordillera Oscura, está lleno de mitos y tesoros misteriosos. Muchos caballeros respetados y nuevos vienen aquí en busca de reconocimiento, honor y fortuna.
Él jugueteó con el arpa y continuó:
—Por otro lado, algunos de ellos eran caballeros corruptos, otros eran convictos, otros viajeros, e incluso algunos eran caballeros oscuros que no fueron admitidos por la iglesia.
Cohn estaba ligeramente descontento con el rechazo de Rhine. Murmuró:
—Lucien, este es Rhine Carendia. Ha viajado mucho como bardo. Y él acaba de escabullirse de tres apasionadas damas de Tria en el Reino de Siracusa.
—¿El Reino de Siracusa? —preguntó Lucien.
Cohn estalló en risas. Su larga y rubia barba se mecía con cada risotada. Con una ambigua sonrisa en su arrugado rostro, él contestó:
—Sí, La Siracusa. Una apasionada y romántica nación en donde el amor es la máxima prioridad.
Un borracho se unió a la conversación cuando empezaron a hablar sobre Siracusa. Eructó estruendosamente, y preguntó con entusiasmo:
—Rhine, ¿de verdad eran las da... damas y señoritas allí, allí en Tria, tan hermosas... y sensuales?
Rhine sonrió con tranquilidad y respondió con su peculiar tono:
—Sí, lo eran. Sus ojos eran como estrellas matutinas, su cabello como la sedad, sus labios como las rosas y su piel, clara como la leche. Aún puedo recordar sus perfumes, y sus húmedos y cálidos alientos. Unas cuantas damas y la duquesa incluso me invitaron a sus mansiones secretas...
El borracho lo interrumpió con entusiasmo:
—Entonces, ¿fuiste o no?
Lucien sabía que el tema más común entre los hombres eran las mujeres. Mientras que escuchaba, también estaba pensando en cómo aprender a leer.
Rhine, con la misma sonrisa, respondió:
—Les dije que no me gustaban las cosas sucias que habían sido usadas por alguien más. Amo las vidas hermosas, limpias, e inmaculadas; ya sean de hombres o de mujeres. Esas son las cosas más sabrosas del mundo.
—Patrañas, Rhine. No hay manera de que te atrevieras a hablarles de esa forma.
—Cierto. Si les hubieras respondido así, ¡ahora estarías en la famosa cárcel de Tría! ¡No seas así, Rhine!
—De aquellas damas, muchas podrían competir con los caballeros. ¡Cómo te atreves!
Rhine se encogió de hombros, enfrentándose ligeramente a las risas de Cohn y el borracho.
—Por eso es que estoy aquí ahora, y no en Siracusa.
Mientras aporreaba el mostrador, Cohn estaba riéndose tan fuerte que casi se atragantó. Todos los borrachos se despertaron por sus golpes, luciendo molestos pero confundidos.
—¡Qué... qué tremenda historia por parte de nuestro querido Rhine! —El rostro de Cohn se enrojeció.
—¡Salud! ¡Por la increíble historia!
Todo lo que les importaba a los borrachos era la cerveza. Todos se acercaron al mostrador para tomar sus bebidas gratis.
—¡Salud! ¡Por... Rhine, el fanfarrón!
—¡Por el fanfarrón! —gritaron todos entre risas.
Un tiempo después, cuando finalmente la actividad en la taberna volvió a tranquilizarse, Cohn se sorprendió mucho al notar que Lucien aún estaba allí.
—¿Algo más, hijo? —preguntó.
—Um... Sí. Tengo una nueva idea... Yo... Yo estoy pensando... En aprender a leer.
—¿Ah? ¿Leer? —Entonces, Cohn se sorprendió aún más.
—¿Has hablado con Rhine? Los dos son soñadores.
Varios sujetos en el lugar empezaron a molestarlo.
—Wuuuu... ¡Qué sueño más magnífico y glorioso para nuestro pequeño y valiente indigente!
Mientras tanto, otros le dieron su apoyo:
—Lucien, ¡bien por ti! ¡Los sueños hacen a un verdadero hombre!
Cohn rió con ellos por un rato y luego se volteó hacia Lucien.
—Dos años, Lucien. Te tomará al menos dos años aprender a leer. Vas a empezar de cero. ¿Tienes alguna idea de cuánto dinero y esfuerzo te tomará hacerlo?
Lucien lo miró a los ojos, y asintió con firmeza.
—Lo entiendo. Mucha gente me dice que soy muy mayor para hacer eso o aquello. Pero Cohn, como dice la gente, mejor tarde que nunca. Si no tomo una decisión, nunca habrá un comienzo.
Al ser un estudiante universitario en su mundo original, Lucien confiaba en que, con todo el conocimiento que había adquirido en el pasado, sería capaz de entender las normas del lenguaje y empezar a leer bastante rápido.
Jugando con su larga barba, Cohn asintió.
—Ya veo... Eres demasiado mayor para ingresar a la escuela de la iglesia... Eso es seguro. Entonces... Hay dos maneras: O te vuelves un aprendiz por diez años, o pagas a un maestro para que te enseñe. Sin embargo, la primera forma... Sabes, depende de quién quieres ser aprendiz. No veo la necesidad de que un herrero aprenda a leer. No van a pagarte por ello. Si puedes permitirte un profesor... Te va a costar cinco Nars al mes. ¡Cinco monedas de plata! Y ese costo es el mismo en cualquier parte de la ciudad.
Lucien no quería volverse un aprendiz. Diez años era un tiempo demasiado largo, pero también tenía que asegurarse de que nadie posiblemente descubriera que estaba intentando aprender magia. Ser un aprendiz implicaba que él tendría que vivir en el hogar de su maestro. Eso no sería bueno.
—Cinco Nars. Probablemente te tomará medio año ahorrar esa cantidad si trabajas de mañana a noche y comes el pan marrón más barato. ¿Y cuánto podrás aprender en un mes?
Dicho esto, Cohn añadió:
—¿Aún quieres hacerlo?
Lucien respondió con firmeza: «Sí, quiero.»
Cien Fells equivalían a un Nar. Era un comienzo difícil. Pero era posible.