Cuando Cati se fue, el chico tenía lágrimas de gratitud en sus ojos y ella le deseó buena suerte al salir.
Al ver una de las diligencias, se apresuró.
―¡Espere! ―gritó para alanzarla a tiempo.
―¿Cuánto por el viaje? ―preguntó.
―Veinticinco chelines, dama ―respondió el conductor, y ella se molestó.
―¿No son quince chelines, señor?
―Usted sabe que el precio de la noche es mayor comparado al del día, ¿sí? Ahora, ¿tiene veinticinco chelines o no? ―preguntó el conductor, haciendo reír a Cati con gracia.
Por el golpe emocional, ella le había dado todo su dinero excepto por quince chelines al chico, y este hombre decía que el pasaje era veinticinco.
―¿Cuál es la demora?
―¡Comience el viaje de una vez!
Los pasajeros del carruaje empezaron a preguntar y Cati suspiró.
―No tengo el dinero ―dijo sordamente y vio al conductor azotar a los caballos, llevándose la diligencia.