Leylin siguió las instrucciones de la bruja y colocó ambas manos en la bola de cristal.
Estaba fría como el hielo. ¡Y vibraba!
Sentía una sensación extraña en la punta de sus dedos al tocarla.
A Leylin le dolía la cabeza como si alguien se la estuviera revolviendo con una vara de vidrio.
Apenas comenzó a sentir dolor, la bola de cristal que estaba frente a él emitió un tenue brillo.
—¡Muy bien! ¡No la sueltes!
La bruja miraba atentamente la bola de cristal. A medida que el dolor aumentaba, la bola de cristal en las manos de Leylin se volvía más brillante.
—No. ¡Basta!
Leylin apretó los dientes y el dolor, que prácticamente le partía el cerebro en dos, le hizo perder toda la fuerza.
—Bien. ¿Entonces estás en este nivel? —dijo la bruja y asintió. Sacó una pluma de ganso e hizo un garabato en el formulario de Leylin.