[Clang, clang]
Una alarma que sonó al golpear una placa de cobre despertó a Leylin, que dormía profundamente.
Abrió los ojos. Algunos rayos de sol entraban por la ventana y llegaban hasta sus zapatos.
—¿Ya es la mañana? —se preguntó. Luego se puso de pie, se dio una ducha rápida y salió.
—¡Buenos días!
—¡Buenos días, Leylin! —dijo Beirut, que tenía grandes ojeras y no dejaba de bostezar.
—¡Las condiciones aquí son terribles!
—Hay pulgas y hongos en mis sábanas, por Dios.
—No aguantaré ni un minuto más aquí.
Se oían voces enojadas de tanto en cuanto. Todos ellos eran discípulos de familias nobles y siempre habían vivido entre lujos, por lo que su situación actual los hacía sufrir.
Ese día todos habían dormido poco y tenían grandes ojeras. Aunque Leylin no pudo dormir al principio, logró quedarse dormido más tarde. Tenía más energía que los demás y estaba dispuesto a salir a caminar.