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Chapter 47 - Capitán de los Guardias

El ataque ya había comenzado, mientras la mayoría de los guardias estaban ocupados combatiendo contra los Perros Salvajes con la ayuda de algunos aventureros, en la parte norte del pueblo, atacantes asesinaban a las personas del pueblo, tomando todo aquello que fuera valioso, y llevándose consigo a algunas de las mujeres jóvenes y a los niños y niñas que encontraban.

Algunos de los aventureros que no fueron a ayudar a los guardias, y que tenían familias viviendo en la parte norte fueron a ayudar y combatir a los atacantes, lastimosamente, los aventureros eran muchos menos en comparación del centenar de atacantes, por lo que rápidamente muchos de ellos morían a manos de los atacantes.

Pero, no tardaría mucho para que alguna persona avisará a los guardias y aventureros que se encontraban en la entrada acerca de lo que sucedía.

"¡Maldición!" – gritó el Vicecapitán Glover al oír las noticias. – "¡Taylor!"

"¿Qué sucede Glover?" – se acercó Taylor al Vicecapitán que seguía combatiendo contra los Perros Salvajes restantes.

"Ve al pueblo con los aventureros rápidamente."

"¿Cómo? ¿Qué sucede?"

"Bandidos han atacado la parte norte." – dijo Glover mientras acababa con otro perro salvaje más. – "Nosotros los guardias terminaremos con los perros salvajes restantes, tú y los aventureros vayan a ayudar a la gente del pueblo."

"¿Estás seguro?"

"¡Solo háganlo!" – grito Glover desesperado.

"Entendido." – dijo Taylor. – "¡Todos los aventureros! ¡Síganme!"

Mientras que Glover se acercó a Evans.

"Tenemos que apurarnos, la gente del pueblo nos necesita."

"¿Qué sucede?" – preguntó Evans que no había escuchado la conversación entre Glover y Taylor, y quien se encontraba sorprendido al ver a los aventureros marcharse rumbo al pueblo.

"Bandidos, los malditos bandidos han atacado el pueblo desde la parte norte." – dijo Glover.

"¡¿Bandidos?!" – de pronto, Evans empezó a atacar con más fuerza y brutez a los perros salvajes que se dirigían hacia él.

"Sí, por lo que hay que acabar con los monstruos de este lugar y entrar a ayudar."

"¡Entendido!" – dijo Evans que comenzó a luchar más salvajemente, sin importar sí recibía algunas heridas en el proceso, pues quería apurarse para ir a combatir contra los bandidos.

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En la Mansión del Alcalde, al escuchar los gritos de las personas que eran atacadas, Kane finalmente ya no aguantó más, levantándose de su asiento.

"¡Es hora de irnos de aquí!"

"Sí señor." – contestó el guardia que se sintió algo decepcionado en Kane y que deseaba salir a combatir a los bandidos y ayudar a la gente del pueblo.

"¡Kane! ¿Qué hacéis?" – Carmen quien seguía sentada le preguntó al Capitán, mientras que Derka y otros guardaespaldas del alcalde más débiles que él se interponían en el camino de los guardias.

"Acaso no vez, me dirijo a ayudar a la gente del pueblo."

"Piensas desobedecer a mí esposo, ¿Kane?"

"Así es."

"Eres un idiota." – dijo Carmen, quien tocó la puerta de su marido.

"¿Qué sucede?" – dijo Malvin quien se mostraba algo molesto porque le interrumpiesen mientras se divertía.

"Querido, el tonto de Kane quiere desobedecer tus órdenes."

"¡¿Cómo?!" – Malvin se acercó a Kane, solo tenía puesto su bata que impedía que todos le viesen desnudo. – "¡Kane! ¿Qué significa esto?"

"Acaso no escuchas los gritos de tú pueblo, la gente allá afuera esta muriendo, y es mi deber como el Capitán de los Guardias en proteger a los ciudadanos del Pueblo de Esperanza."

"No seas tonto Kane, te prohíbo que salgas. Glover y la gente del gremio son más que capaces de proteger a los inútiles de la gente del pueblo."

"¡!" – Kane se enojo al oír las palabras de Malvin, y comenzó a caminar hacia la salida.

"¡Kane! ¡No te atrevas a irte!"

"Debo irme, pues hay gente que necesita de mi ayuda y la de mis guardias."

Los otros guardias asentían al oír las palabras de su capitán.

"¡Claro que no!" – grito Malvin. – "No te atrevas a irte, sí se marchan, todos serán despedidos de su puesto por no obedecerme, Kane ¡Tú deber es en servirme!"

"¡Mi deber es proteger a la gente del pueblo!" – gritaría Kane, quien empezó a marcharse de allí, pero en la salida, Derka y los otros guardaespaldas impedían la salida de Kane y sus guardias.

"¿Adonde Capitán?" – Derka sonreía. – "No puedo dejar que te marches, ya oíste a mi jefe, tú y tus guardias os quedáis aquí."

"Hazte a un lado Derka." – dijo Kane.

"Y, ¿Qué sí no lo hago?" – preguntó Derka con una sonrisa mientras se acercaba a Kane. – "¿Eh, Capitán?"

"Tch."

"Vamos, obedece al jefe, te lo contrario, te aseguró que te arrepentirás."

"No tengo tiempo para aguantar tus idioteces." – dijo Kane quien hizo a un lado a Derka.

"Buena suerte allá afuera." – dijo Derka con una sonrisa. – "La necesitaran."

Kane siguió su camino hacia afuera junto con los demás guardias, dirigiéndose hacia donde los atacantes estaban causando muerte y destrucción.

"¡Maldito seáis Kane!" – enojado, el Alcalde golpeó la silla en donde hace poco Kane se encontraba sentado. – "¡Cerrad las puertas! ¡No quiero que ningún bandido entre aquí!"

Y, Malvin regresó a su habitación, dándole una cachetada a la terrícola. – "¡¿Qué esperáis? ¡Servidme!"

"Ya oíste a mi marido Derka, no dejéis que nadie entre a nuestra Mansión."

"Así será mi señora." – dijo Derka que, junto con los otros guardaespaldas, vigilaban las entradas y salidas de la mansión.

"Vamos Orlando, es momento de que me hagas sentirme bien." – dijo Carmen al terrícola que la seguía a su habitación.

Con Kane al mandó, los guardias que estaban junto a él rápidamente comenzaron a enfrentarse a los primeros atacantes con los que se topaban en el camino, eliminándolos rápidamente.

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En el edificio del gremio de aventureros, Don Armando finalmente llegó junto con su familia y otras personas.

"Quedaos aquí." – dijo Don Armando a su familia.

"¿A dónde vas?" – Doña Julieta sostuvo el brazo derecho de su marido.

"Ya sabes adonde." – dijo Don Armando.

"Es muy peligroso."

"Pero debo de ir."

"Puedes morir."

"Lo sé."

"…" – Doña Julieta no quería soltar a su marido, por lo que Don Armando se acercó y le dio un beso en la frente.

"Sabéis muy bien el tipo de persona que soy."

"…" – ella empezó a llorar.

"Déjame ir a ayudarle, no debí haberle dejado solo." – dijo Don Armando. – "La situación es peor de lo que pensé."

"Él estará bien, seguramente él estará bien, por lo que… no vayas."

"¿Y sí algo le llega a pasar? Nunca me lo perdonaría."

"Yo…"

"Julieta, ya sabe lo que yo siento por Luciel, y sabes que no puedo dejar que algo le pase, por lo que, por favor, soltadme, y dejarme traerlo aquí, con nosotros, donde debe de estar."

"…"

"Julieta."

"Regresarás, ¿Verdad?"

"…"

"Armando." – ella miró a su esposo, el hombre del que se enamoró, con el que formaron una familia y manejaron un restaurante por décadas. – "¿Regresaras a mí?"

"No lo sé." – dijo Don Armando honestamente. – "Pero, debo de ir."

"…" – ella, aunque no quería hacerlo, finalmente soltó su brazo y le abrazó. – "Tened cuidado."

"Hm." – Don Armando abrazo a su esposa y dijo con una sonrisa: "Siempre."