—¡Espera, espera! No me mates… puedo darte lo que quieras.
Thio levanta la oz y la coloca en su espalda, preparándose para decapitarlo.
—¡Puedo decirles dónde están las mujeres! —grita el emperador, desesperado.
Thio detiene su movimiento.
El emperador se apresura a mover unos libros en la estantería y una puerta secreta se abre en la pared.
Los tres hombres ingresan en un pasillo oscuro… hasta que, de pronto, emergen en un salón gigantesco.
La habitación está repleta de mujeres encadenadas, cubiertas de suciedad, con moretones, heridas abiertas y marcas de látigo.
En el centro del salón, un anciano remueve el contenido de una enorme olla con un palo de madera.
—¿Qué sucede, Vargoth? —pregunta el anciano sin voltear, su voz calma y monótona.
—Les traje invitados, señor —contesta el emperador con una sonrisa servil, inclinándose en una reverencia.
—Thio… tengo un mal presentimiento —susurra Matt, completamente pálido.
—Las mujeres… la sangre por todas partes… y esa olla… Esta habitación secreta… ¡Creo que nunca debimos venir!
El anciano interrumpe la conversación levantando lentamente un dedo.
—Creo que no entendiste tu papel en esto, Vargoth…
El emperador se congela.
—Mi señor… yo intenté, pero no pude...
Antes de que pueda terminar la frase, la sangre brota en un torrente de su boca.
En su pecho hay un agujero. Su corazón, ahora sostenido en la mano izquierda del anciano, palpita por última vez antes de recibir una lamida y ser arrojado a la olla.
—Solo eres una Marioneta— dijo El anciano ahora molesto.
Matt y Thio observan con horror.
—Thio…
—No me digas que…
Thio guarda silencio por un instante. Luego, sin pensarlo, empuja a Matt hacia un costado.
—¡¿Qué haces?! ¿Por qué me empujas? —se queja Matt mientras se frota el brazo.
—¡Ahora entiendo todo...!
Hace una pausa. Sus puños se cierran.
—¡Es Aíma... el traficante de órganos más grande de toda la ciudad de Boltron! Tiene una recompensa de 100 mil Ruins. Su cartel de "Se Busca" está puesto desde que era un niño.
—¡No, espera, Thio! Su cartel lleva más de 80 años. ¡Este tipo no es normal!
—Yo creo que sí lo es. Será solamente soplarlo y ya está listo para su funeral. No ves que es un vejestorio.
—Creo que no entienden la situación, almas errantes...
El anciano coge un vaso, lo mete en la olla y lo saca lleno de un líquido oscuro, parecido a la sangre.
—Porque aquí… todos estos enfermos consumen sangre —dijo Matt, repugnado.
—Ya lo sé, Matt. Son vampiros. Solo se mencionan en libros e historias, pero desde niño siempre he sabido que existen —dijo Thio, incrédulo—. Lo mataré y rescataré a estas chicas.
Sin pensarlo, Thio corre con la oz en la mano, completamente frenético, hacia el siniestro anciano.
—¡Espera, Thio! ¡Deberíamos analizar mejor la situación!
—Bah, es por gusto, nunca me escucha... —dijo Matt mientras se pasaba la mano por la cara.
Aíma, terminando de tomar su último sorbo de sangre, comienza a levitar de forma vertical.
—Oh, típico de un sucio murciélago —dijo Thio, aún más emocionado, aumentando el ritmo de su carrera.
De repente, Aíma comienza a brillar.
—¡Aléjate, Thio! —gritó Matt mientras se tapaba el rostro con el antebrazo.
Thio fue reduciendo su paso hasta quedar paralizado bajo el anciano.
Entonces, una pequeña explosión sacude la habitación, lanzando la oz por los aires. El arma cae en la entrada de la habitación, justo a espaldas de Matt.
Thio y Matt tosen; el polvo aún no se ha disipado.
—Piensa, Thio… Ya no tengo la oz. Tengo que buscar un arma que sepa manejar... —susurra mientras analiza su entorno.
Poco a poco, el cuerpo de Vargoth se revela entre la neblina de polvo. A su lado yace una gran espada dorada.
—¡Perfecto! ¡Esta sí la sé usar! —exclama Thio, ignorando la oscura presencia que se alza frente a él.
Al alzar la vista, Thio se encuentra agachado frente a un joven con una túnica roja con pequeños contrastes blancos y una apertura en el pecho, que deja ver un medallón dorado en forma de gota de agua.
Un escalofrío le recorre la espalda.
Por un momento, siente la misma muerte en su ser. Es como si fuera asesinado una y otra vez, de distintas maneras.
Desesperado, Thio salta hacia atrás, pero, herido en un hombro y de espaldas, no logra alejarse lo suficiente.
Ahora puede ver claramente la escena.
Frente a él, un niño de apenas 10 años, de cabello negro y largo, ojos entrecerrados y una sonrisa inocente, lo observa con desdén.
Thio no puede resistirse a preguntar:
—¿Quién eres…?
—¿Cómo te atreves, inmundo gusano, a dirigirte a mí de esa manera? —dice el niño con un tono arrogante y mirada de desprecio.
Matt, al ver la escena, siente sus rodillas temblar.
Observa a su compañero, tan cerca de ese niño extraño.
El miedo lo invade.
Algo en ese lugar… en ese ser… le indica que están en presencia de una oscuridad inimaginable.