Bosque de las Sombras – La Primera Prueba
El guardián rugió con tal fuerza que las hojas secas a mi alrededor se alzaron en el aire como un torbellino. Su cuerpo era una amalgama de raíces retorcidas y piedra agrietada, con grietas que ardían como brasas vivas. Cada paso que daba hacía temblar el suelo bajo mis pies.
No tenía sentido esperar.
Corrí hacia él, esquivando su primer ataque cuando una de sus enormes extremidades se estrelló contra el suelo, dejando un cráter humeante. Giré alrededor, buscando un punto vulnerable.
Las raíces que formaban su cuerpo parecían regenerarse cada vez que se rompían, como si el bosque mismo le otorgara su fuerza.
—Genial —murmuré, girando mi espada entre las manos.
Si su poder provenía del bosque, entonces debía desconectarlo de él.
Salté hacia un tronco caído y me impulsé hacia su espalda. Antes de que pudiera reaccionar, hundí mi hoja en el centro de su torso.
El guardián rugió, sacudiéndose con violencia.
La energía dentro de su cuerpo se agitó, como si algo se estuviera desequilibrando.
—Funcionó.
Pero no era suficiente.
Concentré mi magia en la hoja, canalizando una ráfaga de energía oscura que recorrió su cuerpo como venas de fuego negro.
El monstruo se convulsionó y, con un último rugido, se derrumbó en el suelo, sus raíces volviendo a la tierra de donde vinieron.
El silencio regresó al bosque.
Respiré hondo, relajando los músculos.
La vidente, que había estado observando en silencio, asintió levemente.
—Has demostrado tu fuerza. La primera prueba ha sido superada.
Su voz aún sonaba distante, como si hablara a través del viento.
—Bien —guardé mi espada—. Ahora dime… ¿quién eres?
Ella me miró con sus ojos plateados antes de responder:
—Soy Elaeria. Última descendiente de los Orlith, los guardianes del conocimiento perdido.
—Orlith… —repetí en voz baja.
Había oído sobre ellos en viejas leyendas. Criaturas entre el mundo de los espíritus y los mortales, capaces de ver los hilos del destino y los secretos enterrados del mundo.
Elaeria flotó ligeramente en el aire, rodeada por un tenue brillo plateado.
—Aún te quedan dos pruebas, Cleymor. Si quieres conocer la verdad, debes seguir adelante.
—Estoy listo —dije sin dudar.
Elaeria sonrió apenas, como si supiera algo que yo no.
—La segunda prueba es de inteligencia. Veremos si tu mente es tan fuerte como tu espada.
Con un movimiento de su mano, el bosque a nuestro alrededor pareció distorsionarse. Las sombras se alargaron, los árboles cambiaron de posición, y de repente, ya no estaba en el mismo lugar.
El mundo a mi alrededor había cambiado.
La segunda prueba había comenzado.
Bosque de las Sombras – La Segunda Prueba
El mundo a mi alrededor se distorsionó como un reflejo en agua turbulenta. El bosque desapareció, reemplazado por una inmensa biblioteca sin fin. Filas interminables de estanterías de piedra negra se alzaban hasta un cielo inexistente, cubiertas de libros cuyas tapas parecían palpitar como si estuvieran vivas. Las páginas susurraban en un idioma que no entendía, y las sombras entre los pasillos parecían moverse con voluntad propia.
Fruncí el ceño. Esto no era una ilusión común.
—Bienvenido a la Biblioteca del Olvido —dijo Elaeria, su voz resonando por todo el lugar, aunque ella misma no estaba a la vista—. Aquí descansan los conocimientos prohibidos y las verdades que el mundo ha olvidado.
—¿Y qué tengo que hacer aquí? —pregunté, dando un paso adelante.
—Tu prueba es sencilla. Debes encontrar el libro que contiene la verdad sobre Arcadia.
Sonreí con ironía.
—De todas las opciones, me das la más imposible.
—No es imposible, solo requiere astucia. Tienes diez minutos.
Un tic tac resonó en mi mente.
Maldita sea.
Corrí hacia los estantes, mis ojos recorriendo los títulos, pero la mayoría estaban en lenguas arcanas o eran símbolos que cambiaban cada vez que los miraba.
No tenía tiempo para revisarlos uno por uno.
Pensé en lo que sabía. Arcadia era un reino que se decía capaz de conceder cualquier deseo. Un mito envuelto en advertencias sobre el precio a pagar.
Si yo escondiera un libro con la verdad sobre Arcadia… ¿dónde lo pondría?
Cerré los ojos por un instante, respirando hondo.
Variel dijo algo antes: "Los mitos no son solo historias, son advertencias."
Las advertencias no se ocultan en la luz, sino en la sombra.
Abrí los ojos y me dirigí hacia el rincón más oscuro de la biblioteca. Allí, en un estante cubierto de polvo, descansaba un solo libro.
No tenía título.
Lo tomé y, en cuanto lo abrí, las páginas brillaron con una luz dorada.
—Interesante —dijo Elaeria, apareciendo de la nada, con una leve sonrisa—. No buscaste el conocimiento en la acumulación de libros, sino en la lógica del mito.
—Un mito siempre deja rastros de verdad —respondí cerrando el libro.
Elaeria asintió.
—Has superado la segunda prueba. Pero la tercera…
El libro en mis manos se desvaneció en polvo dorado. De repente, la biblioteca desapareció, y nos encontrábamos de nuevo en el bosque.
—¿Cuál es la última prueba? —pregunté, preparándome para lo peor.
Elaeria me miró con seriedad.
—La última prueba no es física ni intelectual. Es una prueba del alma.
Antes de que pudiera preguntar qué significaba, el bosque a mi alrededor cambió de nuevo.
Pero esta vez… no era un lugar desconocido.
Era un recuerdo.
Y no cualquier recuerdo.
Era el peor día de mi vida.
Mis manos se tensaron.
—No…
Sentí el mismo dolor, la misma desesperación. Vi los rostros de aquellos que perdí. La impotencia me golpeó con una fuerza brutal.
—La última prueba es enfrentar lo que te ata —dijo Elaeria en voz baja—. Solo quienes son capaces de avanzar a pesar de su propio pasado… pueden continuar el camino hacia Arcadia.
El pasado que creía enterrado se alzaba ante mí, dispuesto a devorarme.
Y esta vez, no podía huir.
Bosque de las Sombras – La Última Prueba: El Peso del Pasado
El bosque desapareció, y en su lugar, me encontré de pie en un escenario que jamás habría querido revivir.
Un castillo en llamas.
Las torres ennegrecidas se derrumbaban mientras el fuego consumía la piedra y el hierro. El aire estaba saturado de cenizas y el hedor a sangre fresca.
El suelo bajo mis pies estaba cubierto de cuerpos. Demonios, humanos, criaturas híbridas… todos caídos en batalla.
Y en el centro de la carnicería, un niño.
Yo.
Mi versión más joven estaba de rodillas, cubierto de hollín y con los ojos abiertos de par en par, observando algo con horror.
Lo seguí con la mirada, y mi pecho se tensó como si una garra invisible lo atravesara.
Frente a mí, una figura yacía tendida en el suelo.
Era una mujer.
Su cabello blanco estaba empapado de sangre, y su cuerpo, cubierto de heridas mortales. A pesar del dolor evidente, una mano temblorosa se alzó para tocar mi rostro infantil.
—Cleymor…
Mi propio nombre en su voz se sintió como un puñal en la garganta.
Mis labios se separaron.
—Madre…
Recordaba este momento.
Recordaba cada maldita sensación.
—Corre… —susurró con esfuerzo—. No… mires atrás…
Pero el niño que fui no se movió.
Los escombros caían a nuestro alrededor, pero yo solo veía la sombra que se alzaba detrás de mi madre.
Un ser con alas negras, cuyos ojos brillaban con una luz dorada antinatural.
Un ángel.
El mismo que había aniquilado a todos en este lugar.
Un instante después, su espada se hundió en el pecho de mi madre.
Mi yo infantil gritó, pero no hubo sonido.
Y el ángel… me miró.
—Tú… no deberías existir.
Antes de que pudiera atacarme, el fuego lo envolvió.
Todo ardió.
Todo desapareció.
Y yo me quedé solo.
De vuelta en el Bosque de las Sombras
Caí de rodillas, jadeando. Mi cuerpo temblaba.
Elaeria me observaba en silencio.
—Así que este es el peso que cargas.
No respondí.
El pasado que había enterrado había regresado para recordarme quién era.
Un sobreviviente.
Un error.
Respiré hondo, cerrando los puños.
—No puedes cambiar lo que ocurrió —dijo Elaeria—. Pero puedes decidir qué hacer con ese dolor.
Levanté la mirada, con una determinación férrea en los ojos.
—Voy a encontrar Arcadia.
—¿Aun sabiendo que podría destruirte?
—Aun así.
Elaeria sonrió levemente.
—Entonces, Cleymor… has superado la última prueba.
El viento sopló a nuestro alrededor, dispersando las sombras.
Y supe que el verdadero viaje apenas comenzaba.
El final de la prueba del alma
El silencio en el claro del bosque se alargó tras la visión. Mis manos temblaban. Pude sentir el eco de esa voz aún resonando en mi cabeza: "Tú no deberías existir."
Mi respiración era irregular, como si mi cuerpo aún no hubiera regresado del todo de aquella pesadilla. Apretando los puños, levanté la vista hacia Elaeria.
La vidente me observaba con una expresión inescrutable, su túnica oscura ondeando ligeramente con la brisa nocturna. A su alrededor, las luciérnagas seguían danzando, indiferentes a la tormenta que rugía dentro de mí.
—¿Eso fue… real? —pregunté con voz ronca.
Elaeria inclinó levemente la cabeza, su mirada dorada reflejando la luz de la luna.
—Las memorias del alma no mienten. Aquello no fue un simple recuerdo, sino la verdad que siempre ha estado dentro de ti.
Tragué saliva, intentando calmarme. No entendía el significado completo de lo que había visto, pero una cosa era segura: mi pasado escondía algo que no podía recordar… algo que alguien se aseguró de borrar.
—Superaste la prueba —continuó Elaeria—. Pero el conocimiento que buscas aún está lejos.
Respiré hondo y forcé a mi cuerpo a relajarse.
—Entonces dime cómo llegar a Arcadia.
La vidente observó mi rostro por un momento, como si estuviera decidiendo cuánto debía revelar. Finalmente, extendió una de sus manos y la colocó sobre mi frente.
De inmediato, sentí un calor extraño recorriendo mi mente.
Imágenes fugaces aparecieron en mi visión. Un cielo teñido de rojo, una puerta de oro incrustada con inscripciones en un idioma que no comprendía. Y lo más extraño… la silueta de una figura de alas blancas, de pie frente a aquella puerta, esperándome.
Di un paso atrás y rompí el contacto.
—¿Qué demonios fue eso?
—Un fragmento de lo que está por venir —dijo Elaeria con voz tranquila—. Arcadia no es solo un destino. Es una verdad oculta entre los reinos, un lugar donde solo aquellos que han sido marcados por el destino pueden entrar.
Apreté los dientes.
—¿Y qué significa eso?
—Significa que Arcadia te espera, Cleymor. Pero antes de encontrarla… tendrás que descubrir quién eres en realidad.
No respondí. Mi mente aún procesaba lo que acababa de ver.
Elaeria deslizó la mano dentro de su túnica y sacó un pequeño cristal azul.
—Este objeto te guiará cuando el momento sea el indicado. No lo fuerces, no lo cuestiones. Cuando el sendero a Arcadia se abra, lo sabrás.
Tomé el cristal, aún sin entender su propósito.
—Entonces, ¿eso es todo?
Elaeria sonrió con un aire enigmático.
—Por ahora.
Me giré y empecé a caminar hacia la salida del bosque.
Aún con más preguntas que respuestas.
Aún con esa sensación en el pecho.
Y, en el fondo, sabiendo que una parte de mí… no estaba lista para conocer la verdad.