El aire en Nox Aeterna estaba particularmente tenso esa noche. Tal vez era la conversación con Kittens lo que me había dejado una sensación extraña, o quizás era el hecho de que el peso de mis propios pensamientos parecía volverse más denso con cada minuto que pasaba.
Decidí dirigirme a la biblioteca. No porque quisiera leer algo en particular, sino porque el silencio de ese lugar siempre me había servido para aclarar mi mente. Sin embargo, al doblar una esquina en los pasillos de piedra, escuché un sonido sordo, seguido de un gruñido bajo.
—¡Maldita sea! —una voz grave resonó en el pasillo, acompañada del ruido de unos libros cayendo al suelo.
Al girarme hacia el origen del ruido, vi a un chico de cabello rizado castaño claro, inclinado sobre un montón de libros desparramados en el suelo. Vestía el uniforme de la academia con cierta despreocupación, la camisa medio desabotonada y las mangas arremangadas hasta los codos. Sus ojos marrones brillaban con fastidio mientras se agachaba a recoger los libros.
Me detuve un instante, observándolo. No lo había visto antes, pero su presencia no me resultaba desagradable.
—No es tu noche de suerte, ¿eh? —comenté, cruzándome de brazos.
El chico levantó la vista y me lanzó una mirada entre molesta y divertida.
—Sí, bueno, la gravedad y yo tenemos una relación complicada —bufó mientras recogía el último libro y se ponía de pie. Me sorprendió lo alto que era, casi de mi estatura—. ¿Tienes pensado quedarte ahí mirándome o vas a ayudarme?
No pude evitar esbozar una pequeña sonrisa. Era raro encontrar a alguien que me hablara con tanta naturalidad en esta academia llena de individuos que o me temían o me evitaban.
—Depende —respondí con calma—. ¿Debería ayudarte?
El chico soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Nah, ya está. Solo intentaba no parecer un completo idiota frente a un desconocido. Pero supongo que ya es demasiado tarde.
—Cleymor —me presenté, observándolo con curiosidad.
—Bastian —respondió, acomodando los libros en su brazo—. Y antes de que lo preguntes, sí, soy un licántropo. Pero tranquilo, no muerdo… a menos que tenga hambre.
Su broma era tan despreocupada que me hizo soltar una breve risa.
—Lo tendré en cuenta —dije.
Bastian parecía alguien fácil de tratar, y por alguna razón, su presencia disipó un poco la pesadez que había sentido tras mi conversación con Kittens.
—¿Y qué hace alguien como tú vagando solo por los pasillos a esta hora? —preguntó con una ceja levantada—. Déjame adivinar… intentando no pensar demasiado.
No respondí de inmediato, pero mi silencio bastó para que él supiera que había acertado.
—Sí, pensé que sí —dijo con una sonrisa ladina—. Bueno, si necesitas distraerte, la biblioteca es una mala opción. A esta hora solo hay viejos libros de magia oscura y algún que otro estudiante dormido sobre un pergamino.
—¿Tienes una mejor idea? —pregunté con fingida curiosidad.
—Siempre —respondió con confianza—. Pero tendrás que seguirme si quieres descubrirla.
No estaba seguro de por qué, pero acepté. Quizás porque, después de todo lo que había ocurrido en las últimas horas, un poco de distracción no sonaba tan mal.
Sin saberlo en ese momento, esa decisión marcaría el inicio de una amistad que, con el tiempo, se volvería más fuerte de lo que imaginaba.
Seguí a Bastian por los pasillos de Nox Aeterna, sin saber exactamente qué esperaba encontrar. Su paso era relajado, como si conociera cada rincón de la academia mejor que nadie, y la forma en que giraba las esquinas con confianza me hizo preguntarme cuántas veces había hecho esto antes.
—¿Seguro que no vamos a meternos en problemas? —pregunté con un tono neutro, aunque en el fondo no estaba realmente preocupado.
Bastian soltó una risa baja.
—Por supuesto que vamos a meternos en problemas —dijo con naturalidad—. Pero esa es la parte divertida, ¿no?
No respondí, solo lo seguí mientras nos adentrábamos en una de las secciones menos transitadas de la academia. Aquí, las antorchas en las paredes parpadeaban con una luz más tenue, y el aire tenía un leve olor a tierra húmeda y piedra antigua.
Finalmente, nos detuvimos frente a una puerta de madera pesada. Bastian se giró hacia mí con una sonrisa juguetona.
—Dime, Cleymor, ¿te gustan los desafíos?
—Depende del desafío —respondí sin perder la compostura.
Bastian empujó la puerta con una facilidad sorprendente y me hizo una señal para que entrara. Lo hice, solo para encontrarme en lo que parecía ser una enorme sala de entrenamiento, pero con un diseño peculiar. Las paredes estaban decoradas con antiguos escudos y armas de distintas razas, y en el centro había un círculo de combate delimitado con inscripciones mágicas.
—Bienvenido a mi pequeño rincón de entrenamiento —dijo Bastian con orgullo—. La mayoría de los estudiantes se limitan a las clases regulares, pero yo prefiero practicar de verdad.
—¿Un combate? —pregunté, arqueando una ceja.
—Exacto. Sin magia, sin armas. Solo nosotros, como bestias salvajes —dijo con una sonrisa divertida—. ¿O acaso los demonios como tú no saben pelear sin usar trucos?
Su comentario me hizo soltar una leve risa.
—Cuidado con lo que dices, lobo —respondí con una media sonrisa—. No vaya a ser que te haga tragar tus palabras.
Bastian alzó las manos en un gesto de desafío.
—Eso quiero verlo.
No era la primera vez que peleaba sin armas, pero algo en la energía de Bastian me hizo sentir que este combate sería diferente. Sin darnos cuenta, esta noche marcaría el inicio de una rivalidad amistosa, una que nos llevaría a superarnos a cada paso.
Y así, en medio de la fría noche de Nox Aeterna, mi primer combate contra Bastian estaba a punto de comenzar.
El aullido del lobo y la determinación del demonio
El silencio de la sala de entrenamiento se rompió cuando Bastian dio el primer paso dentro del círculo de combate, flexionando los hombros como si estuviera preparándose para algo grande. Su sonrisa lobuna nunca desapareció.
—Te dejaré hacer el primer movimiento, Cleymor —dijo con un tono burlón—. Para que veas que soy generoso.
No le respondí con palabras. En su lugar, avancé con rapidez, cerrando la distancia entre nosotros en un instante. Llevé el puño hacia su rostro con precisión, pero Bastian lo esquivó con un ágil movimiento lateral.
—Nada mal —dijo mientras se inclinaba hacia atrás para evitar mi siguiente golpe—. Pero vas a tener que esforzarte más.
No me sorprendió su agilidad. Los licántropos eran famosos por sus reflejos, y Bastian no era la excepción. Antes de que pudiera atacarlo de nuevo, se impulsó hacia mí con la fuerza de un depredador, girando sobre sí mismo para lanzar una patada lateral.
Interpuse mi brazo a tiempo para bloquear el impacto, pero la fuerza detrás del golpe me obligó a retroceder unos pasos.
—Interesante —murmuré mientras sacudía el brazo—. Eres más fuerte de lo que pareces.
—¿Esperabas algo menos? —preguntó con una sonrisa confiada.
Sin responder, avancé de nuevo, esta vez con un ataque más calculado. Fingí lanzar un puñetazo directo, pero en el último momento cambié la dirección de mi golpe y lo dirigí a su costado.
Bastian intentó reaccionar, pero no fue lo suficientemente rápido. Mi puño se estrelló contra su abdomen, obligándolo a dar un paso atrás.
—Auch, eso sí lo sentí —dijo entre risas, masajeando su costado—. Me gusta.
No le di tiempo para recuperarse. Aproveché la apertura y lancé otra serie de golpes, forzándolo a ponerse a la defensiva. Por un momento, sentí que tenía la ventaja, hasta que vi su sonrisa ensancharse.
—Hora de devolver el favor —anunció.
Antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia adelante y usó su velocidad para girar detrás de mí. Sentí su brazo rodear mi cuello en un intento de derribarme con una llave.
—Demasiado lento, Cleymor —susurró cerca de mi oído.
Fruncí el ceño, pero en lugar de forcejear, usé su propio impulso en mi favor. Me incliné hacia adelante y lo lancé por encima de mi hombro, haciéndolo aterrizar de espaldas contra el suelo con un golpe seco.
—¿Decías? —pregunté mientras lo miraba desde arriba.
Bastian soltó una carcajada desde el suelo, sin moverse de inmediato.
—Maldita sea, eso fue bueno.
Finalmente, se incorporó, sacudiendo el polvo de su ropa. No parecía molesto, al contrario, se veía aún más emocionado.
—No me equivoqué contigo, Cleymor —dijo con una sonrisa de satisfacción—. Eres más fuerte de lo que aparentas.
—Tú tampoco estás mal —admití—. Para ser un lobo.
Bastian rió y me dio un fuerte golpe en el hombro, en un gesto amistoso.
—Ya me agradas, demonio. Tendremos que hacer esto más seguido.
No pude evitar sonreír levemente. A pesar de su actitud desafiante, había algo genuino en él. Algo que me hacía sentir que, después de mucho tiempo, tal vez había encontrado a alguien en quien realmente podía confiar.
Esa noche, entre risas, golpes y competencia, se forjó una amistad que, sin que lo supiéramos, sería puesta a prueba más adelante en nuestro camino.