El viento, como testigo silente de la tragedia que se avecinaba, susurraba entre los árboles en una noche oscura. La luna, escondida tras las nubes, arrojaba su luz intermitente sobre algún lugar de la tierra, un lugar inexplorado, salvaje e inhóspito.
Día 7, año 2007
La doctora Hina y yo avanzamos con cautela por la selva, iluminando con nuestras linternas el camino. De pronto, nos detuvimos ante unas ruinas que sobresalían entre la vegetación. Era un mural de piedra cubierto de símbolos extraños.
—¿Será una escritura antigua? —me pregunté mujeres sacaba mi cámara para tomar una foto.
— ¿Por qué tienes que decirlo como si fuera una bitácora? Solo es un mensaje al campamento —le dijo la doctora Hina a su esposo en tono de burla.
Él le contestó que siempre soñó con hacer algo así si tenía que investigar algo. De pronto, entre los grandes arbustos y árboles, los doctores escolaron el sonido de algo que se les acercaba. Inmediatamente, el doctor Taichi tomó la mano de su esposa, quien intentaba con todas sus fuerzas no entrar en pánico al escuchar cada vez más cerca de los pasos de aquello que los acechaba. Fue el último rastro que dejó.
El silencio se apoderó de la frecuencia de radio. Los compañeros de aquellos científicos que estaban en el campamento se miraron con incredulidad y horror.
—¿Qué habrá ocurrido con el doctor Taichi y la doctora Hina? —nadie se atrevía a hablar.
Solo se oía la estática y el latido de sus corazones. Todos sabían que algo terrible había pasado y que quizás nunca volverían a ver a sus compañeros. El jefe de la expedición, el doctor Yamada, fue el primero en reaccionar. Con voz firme y decidida, ordenó a los demás que se prepararan para salir en busca de los desaparecidos. No podían perder ni un minuto. Tal vez aún hubiera esperanza de encontrarlos con vida.
Los demás obedecieron, aunque con dudas y miedos. ¿Qué se encuentra en la selva? ¿Qué secretos guardaban aquellas ruinas? ¿Qué riesgos correan ellos mismos?
Con el equipamiento necesario y el mapa en la mano, el grupo se pone en marcha siguiendo el rastro de sus compañeros doctores. Lo que no sabe es que el rastro que ellos mismos hicieron sería su última marca antes de desaparecer entre las sombras de aquellos árboles grandes y arbustos frondosos de aquella selva.
***
Días después de la desaparición de los doctores Hina y Taichi
Todavía recuerdo ese día. Siempre aparece en mis sueños, el día en que nuestra paz se fue con ellos.
—¡Lilas, Aiko ya casi está lista la comida! ¡¡Lávense las manos y vengan al comedor! —nos gritó mi mamá.
Fui la primera en levantarse e ir corriendo en dirección al baño, dejé los juguetes tirados mientras le gritaba a mi compañera de juegos y amiga:
—¡Apúrate, Aiko!
Mientras correa por los pasillos de la casa, pude escuchar el timbre de la puerta. Volteé hacia donde estaba mi mamá, que abre la puerta, revelando a un señor en traje. Me detuve por un instante para poder observar lo que estaba pasando e intenté escuchar de lo que habla mi mamá y aquella persona de traje. Era alguien que nunca había visto, pero al observarlo, solo grababa a aquellos personajes que veíamos Aiko y yo en una serie de televisión de detectives. No sé por qué, pero sentía algo de temor. Intenté escuchar su conversación, pero no lo logré. Solo pude ver cómo mi mamá casi se colapsaba, sosteniéndole de la puerta. Le hizo un gesto con la mano a la persona frente de ella y cerró la puerta. Al dar la vuelta, me observó; se veía algo pálida y me dirigió la palabra:
—Ve a lavarte las manos. ¿Dónde está Aiko?
—En el jardín —respuesta.
Inmediatamente, vi cómo se dirige hacia donde se encuentra Aiko. La siguiente, intentando que no se diera cuenta de mi presencia. Cuando llego a la puerta que daba al patio donde estaba Aiko, me detuve y vi a mi mamá cerca de ella.
Miré cómo Aiko que recuerda los juguetes con los que jugábamos hace un momento, como si fueran las piezas de un rompecabezas que en ese instante encuentra su lugar en la historia. Sus manos, antes ágiles y danzarinas, ahora recuerda cada pieza con delicadeza, como si quisiera atrapar los ecos de risas que pronto se descubre.
Con una voz quebradiza, algo muy inusual en ella, mi mamá llamada a Aiko. Aiko levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de mi madre, y se levantó para acercarse a ella. No había hablado mucho tiempo cuando el llanto desesperado de Aiko rompió el silencio. Al escuchar su llanto y sus gritos, una ola de miedo me invadió y corre hacia ella... Mi mamá, sorprendida por mi presencia, trata de ocultar su cara. Inmediatamente, abracé a Aiko y le grité a mi mamá:
— ¿Qué pasó? ¿Por qué Aiko llora? — Le pegunto de manera desesperada y en un tono alto
Mi mamá, con la voz más quebrada que cuando llama a Aiko, anunció la llegada de algo a la puerta: un agente del gobierno. Venía a informarme que los padres de Aiko, junto con sus compañeros, habían desaparecido. Han pasado días sin noticias de ellos y la policía ya está organizando un grupo de búsqueda.
Al escuchar a mi mamá, Aiko volvió a llorar. Yo me queda en silencio, mi cuerpo inmóvil mentes sentía cómo Aiko me abrazaba cada vez más fuerte. Ese recuerdo siempre viene a mí: el recuerdo de Aiko abrazándome y llorando, el rostro pálido de mi madre.
Un grito me sacó de mi neblina de pensamientos.
—¿Lilas, me está escuchando? —me gritó Aiko.
—Perdón, Aiko, estaba distraída —le respondí.
—Bueno, como sea, hoy es el día. Hoy vamos a buscar a mis padres —exclamó alegremente Aiko.
Miré a Aiko, tan enérgica como siempre, aunque desde ese día sus ojos ya no brillaban; pareciera como si todo lo viera en gris, cubierta por una gran sombra. Seguí mirando a Aiko, quien estaba explorando el velero que nos estaba llevando a la isla donde se encuentra el campamento científico que alguna vez utilizó sus padres. Esta isla a la que llegaríamos era una de las tantas que formaban un archipiélago que fue descubierto hace 12 años, cuando unos barcos pescadores se salieron de su ruta marítima por corrientes extrañas y fallas en sus brújulas. Estuvieron varados por varias semanas, y por esa razón se empezó su búsqueda. Cuando por fin los encontraron, gracias a la ayuda de la marina varios países y satélites, encontraron junto a el extraño archipiélago. De la tripulación de dos barcos, que en total sumaban 20 personas solo hallaron vivos a 7 personas.
Diferentes gobiernos tomaron la decisión de hacer investigaciones en este nuevo archipiélago y, junto a esta decisión, Lilas me dio la noticia de que sus padres eran parte de los científicos enviados a aquel sitio. Sitio al cual estábamos por llegar, sitio donde una vez estuvo aquello que Aiko atesoraba y el sitio que se los lleva.
Cuando el capitán del pequeño velero nos avisó que pronto estaríamos en aguas turbias y con eso por fin llegaríamos a nuestro destino, tuve una sensación de incertidumbre. Nuestro viaje fue de tres días bastante tranquilos, aunque Aiko el primer día estuvo mareada y vomitando constantemente. Cuando por fin se le paso, volvió a ser su yo enérgica y positiva, y yo solo estaba ansiosa y preocupada por lo que podría pasarnos en el archipiélago. Pero desde que Aiko dijo que quería investigarlo, yo solo quería seguirla y protegerla, aunque con miedo, la seguía hasta aquí.
—¡Capitán! —gritó Aiko—. ¿Cuánto más falta para llegar?
El capitán responde que no faltaría mucho, pero como había grandes olas, se estaba dificultando la llegada. En ese momento, un grito hizo que nos volteáramos hacia la proa del velero. Solo vi cómo se acercaba una gigantesca ola. Corría hacia Aiko y la abracé. Es lo último que recuerdo.
—¡Lilas! Lilas —escuché mentes poco a poco abría mis ojos.
Lo primero que vio fue a Aiko, quien estaba allí, sosteniéndome al borde de las lágrimas. Al recobrar la conciencia, me elevé con fragilidad y dirigí mis palabras a Aiko, cuya presencia era un faro en la penumbra de la incertidumbre. Aiko, con nerviosismo, me trataba de contar lo que había ocurrido.
—Una ola hundió el velero y de repente desperté aquí. Te vi a un lado mío y te intenté despertar, pero por mucho que lo intentaba, no despertabas. Tuve mucho miedo, no quería perderte tambien a ti.
Intenté consolar a Aiko, que con los ojos llorosos me abrazaba. Cuando Aiko por fin se calma, le pregunta:
— ¿Dónde estamos? ¿Es el archipiélago?
Aiko me responde que al parecer sí, pero no estamos en el sitio que debemos llegar. No veía el antiguo campamento científico donde trabaja sus padres. Sin darnos tiempo de analizar lo que estaba pasando, escuchamos un ruido que procedía de la inmensidad de aquella selva que teníamos justo enfrente.
"Las miradas con determinación de las personas, con interés del sonido atrayente de aquella playa esperando que la exploren. Ahora solo quedan ecos de los que estuvieron y están dando esperanza a aquellos que se encuentran pisando estos suelos. La esperanza de alguien pista, Juntas aquellas que no le temen a lo que hay allí, las que se adentrarán en la selva, ¿A dónde se dirigían? - hacia un destino que cambiaría sus vidas para siempre. ¿Qué encontraría en aquel lugar remoto y desconocido? ¿Qué peligros y maravillas les esperan? ¿Qué decisión tendrían que tomar al final del viaje?"