Todo está oscuro.
El aire es denso, como si la misma realidad se hubiera detenido, atrapado en un sueño que no me pertenece. He estado aquí antes, en este reino entre lo real y lo ilusorio. Es el mismo lugar donde siempre me encuentro con Lunareth cuando nuestras almas se rozan en los sueños. Pero algo está mal. Nada se siente como debería.
Este lugar… está roto.
Intento recordar cómo llegué aquí, pero los recuerdos se dispersan como cenizas al viento. Fragmentos de la última batalla parpadean en mi mente: el cielo desgarrado por la furia de Kaelzior, el Varnokai que protege Celestara desde lo alto. La voz de Zyphiel, el Profeta del Sol Poniente, aún resuena en mi cabeza, advirtiéndonos sobre el Juicio de Vaelgorath, el rayo divino que atraviesa el universo con un poder destructor imparable.
Por eso viajamos al Pilar de Zaryon.
Por eso cruzamos el Portal de Astrael.
Porque solo el poder de Kaelzior podría desviar el rayo antes de que Celestara fuera reducida a polvo. Pero él no nos creyó. No escuchó nuestra súplica. Y entonces… luchamos.
¿Ganamos? ¿Perdimos?
Si estoy aquí, en este vacío sin forma, lo más probable es que no lo logramos. Y si no lo logramos… entonces Celestara ya no existe.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Si todo ha desaparecido… ¿qué queda de mí?
Si lo pienso bien, todo apunta a que perdimos.
Kaelzior era demasiado fuerte, y sin su ayuda, el rayo divino debió haber caído sobre Celestara. Entonces, ¿por qué sigo aquí? ¿Por qué mi consciencia no se ha desvanecido en la nada?
Intento recordar, pero mi mente es un vacío.
Algo ocurrió… algo que no logro comprender.
Pero si aún existo, significa que la historia no ha terminado.