El calor sofocante del verano hacía que mi piel se sintiera pegajosa, como si la humedad se aferrara a cada centímetro de mi cuerpo. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla llegaba hasta mi habitación, colándose entre las rendijas de la ventana como un eco persistente de libertad. Un destello de luz, tímido y osado, se filtraba a través de las cortinas, iluminando los charcos de sudor en mis sábanas revueltas.
Con un bostezo prolongado, mi torso se despegó del colchón. La madera vieja del suelo crujió bajo mis pies descalzos mientras me acercaba a la ventana. La abrí de par en par y el aire marino acarició mi piel caliente, arrastrando consigo el aroma salado y embriagador del océano. Mi mirada se perdió en el horizonte, en ese paisaje de ensueño que me prometía el mejor verano de mi vida antes de empezar la universidad.
Pero entonces lo vi.
Un chico de piel trigueña y cuerpo esculpido, la encarnación misma del deseo, jugaba en la arena con su amigo. Sus músculos se tensaban con cada movimiento, su abdomen marcado brillaba bajo el sol, y el agua resbalaba por cada línea de su piel como si quisiera trazarlo con más detalle. Se empujaban, se rozaban, sus cuerpos apenas cubiertos por trajes de baño ajustados que dejaban poco a la imaginación. Donde otros veían un simple juego, yo veía una danza carnal, una provocación sin palabras. Mi cuerpo reaccionó de inmediato.
Mi mano, guiada por el instinto, ascendió lentamente por mi cuello hasta mis labios, humedeciéndolos con la lengua antes de deslizarse hacia abajo. Mi piel ardía, mis músculos se tensaban, y mi respiración se volvió errática. Mi otra mano, impaciente, descendió hasta mi zona más íntima, encontrándome ya completamente erecto, palpitante, necesitado.
Los gemidos escapaban de mis labios en susurros ahogados. Apretaba los dientes, mis ojos clavados en ellos, en la forma en que sus cuerpos se encontraban una y otra vez. Sus trajes de baño ceñidos revelaban el volumen de sus virilidades, el leve rebote al moverse, el roce de sus muslos velludos. Mi imaginación iba más allá: la tensión en sus cuerpos, el roce fortuito que podía volverse intencional, la posibilidad de que el deseo se apoderara de ellos en la misma arena caliente…
Mis dedos envolvieron con más fuerza mi miembro enrojecido, la presión creciendo, el placer escalando hasta el punto de no retorno. La velocidad de mi mano aumentó, mi espalda se arqueó y mi pecho subía y bajaba frenético.
Estaba a segundos de estallar, a un suspiro de la gloria cuando—
—¡Sam!
El grito de mi madre rompió la fantasía en mil pedazos.
Mis ojos se abrieron de golpe, mi cuerpo entero se tensó en seco, y la sensación placentera se convirtió en una mezcla de adrenalina y terror. Me giré con el corazón en la garganta, encontrándome con su mirada de incredulidad clavada en mí desde la puerta abierta.
Silencio.
Vergüenza.
El peor inicio posible para el mejor verano de mi vida.
English version
Chapter 1: "A Slight Mishap"
The scorching summer heat made my skin feel sticky, as if the humidity clung to every inch of my body. The sound of waves crashing against the shore reached my room, slipping through the cracks in the window like a persistent echo of freedom. A timid yet daring ray of light filtered through the curtains, illuminating the sweat-stained sheets tangled beneath me.
With a prolonged yawn, my torso peeled away from the mattress. The old wooden floor creaked under my bare feet as I approached the window. I flung it open, and the sea breeze caressed my heated skin, carrying with it the intoxicating salty aroma of the ocean. My gaze drifted toward the horizon, that dreamlike landscape promising me the best summer of my life before starting university.
But then I saw him.
A tanned boy with a sculpted body—the very embodiment of desire—was playing in the sand with his friend. His muscles tensed with every movement, his chiseled abdomen glistening under the sun, and the water slid down every line of his skin as if tracing him with even greater detail. They shoved each other, brushed against one another, their nearly bare bodies clad in tight swim trunks that left little to the imagination. Where others saw a simple game, I saw a carnal dance, a wordless provocation.
My body reacted instantly.
My hand, guided by instinct, slowly ascended from my neck to my lips, wetting them with my tongue before sliding downward. My skin burned, my muscles tensed, and my breathing became erratic. My other hand, impatient, traveled to my most intimate area, finding myself already fully erect, throbbing, desperate.
Moans escaped my lips in hushed whispers. I gritted my teeth, my eyes locked onto them—onto the way their bodies met over and over again. Their tight swimsuits revealed the outline of their bulges, the slight bounce as they moved, the friction of their hairy thighs. My imagination went even further: the tension in their bodies, the accidental touch that could become intentional, the possibility of desire taking over them right there on the scorching sand…
My fingers tightened around my flushed, aching length, the pressure building, pleasure climbing toward the point of no return. My hand moved faster, my back arched, my chest rose and fell in frantic rhythm. I was seconds away from release, a breath away from bliss when—
—"Sam!"
My mother's voice shattered the fantasy into a thousand pieces.
My eyes snapped open, my entire body tensing in an instant, the pleasure morphing into a mix of adrenaline and terror. I turned, heart hammering in my throat, only to find her staring at me in disbelief from the open doorway.
Silence.
Shame.
The worst possible start to the best summer of my life.
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