El aire de la habitación aún estaba cargado con el eco de la vergüenza. La imagen de mi madre en el umbral de la puerta, con el rostro encendido y los ojos muy abiertos, me perseguía. Solo atiné a subir mis calzoncillos mientras ella, con voz entrecortada, murmuró:
—Te espero abajo…
La puerta se cerró y me quedé quieto, sintiendo el pulso retumbar en mis oídos. Respiré hondo, tratando de calmar el ardor en mi rostro, y me vestí a toda prisa antes de bajar. En la cocina, mi madre estaba lista para la inevitable conversación que ambos evitábamos, pero el rugido de un motor en la entrada me salvó justo a tiempo.
—¡Llegó papá! —exclamé, sintiendo el alivio recorrerme como un bálsamo.
Salí al recibidor y vi a mi padre bajando del auto, pero mi atención se desvió de inmediato hacia la figura que emergió del asiento del copiloto. Alto, de hombros anchos y presencia dominante, su traje oscuro se ajustaba a su cuerpo con una precisión insultante. Su perfume, una mezcla embriagadora de madera, cuero y algo más denso, flotaba en el aire como una promesa latente.
No apartó la mirada de mí.
—Tom, este es mi hijo —dijo mi padre.
Él sonrió levemente, extendiendo su mano.
—Un placer conocerte.
Su voz era profunda, vibrante. Cuando nuestras manos se rozaron, sentí un escalofrío que me recorrió entero. Sus dedos eran firmes, seguros, sosteniéndome apenas un segundo más de lo necesario antes de soltarme.
—Tom Davison —intervino mi madre con entusiasmo—. ¡Por supuesto que lo conozco! Es un artista reconocido, está en todos los periódicos.
Entonces lo recordé. Su nombre aparecía en noticias, en revistas de élite, en eventos exclusivos. Pero lo que más me inquietaba no era su fama, sino la intensidad con la que me miraba, como si pudiera ver a través de mi ropa, de mi piel… hasta la parte más oscura de mis pensamientos.
Pasamos al comedor, y mientras la cena avanzaba, la conversación se llenó de brindis y sonrisas. Mi padre anunció su ascenso, pero lo que realmente me hizo contener el aliento fue la última revelación.
—Tu madre y yo viajamos mañana —dijo con orgullo—. Comenzamos una nueva etapa.
Mi corazón se detuvo por un instante. Me quedaría solo en esta casa enorme por todo el verano.
Después de la cena, mi padre me llevó a su despacho junto con Tom.
—Si necesitas algo, llámalo —dijo, entregándome una tarjeta.
Tom la sostuvo entre sus dedos antes de dármela, pero en el momento en que nuestras manos se tocaron, su pulgar rozó mi palma con una lentitud casi imperceptible. Una caricia efímera. Un roce que me dejó sin aire.
—No dudes en llamarme —murmuró con una leve sonrisa.
Subí a mi habitación sintiendo el calor de su tacto impregnado en mi piel. Me metí a la ducha con la esperanza de apagar la sensación que latía en mi interior, pero el agua caliente solo avivó el fuego que se acumulaba dentro de mí. Mi cuerpo reaccionaba a algo que aún no entendía del todo, a una atracción que se expandía como un veneno dulce.
Salí envuelto en una toalla, el vapor aún flotando a mi alrededor.
Y entonces, lo vi.
Tom estaba en mi habitación.
Mis músculos se tensaron al instante.
—Lo siento —murmuró, con esa voz grave que vibró en el aire.
Su mirada descendió lentamente, recorriendo cada gota de agua que resbalaba por mi pecho desnudo, deteniéndose en la toalla que apenas se sostenía en mi cintura. Su lengua humedeció sus labios, y un ardor sofocante subió por mi espalda.
Me cubrí instintivamente, aunque parte de mí disfrutaba esa mirada depredadora.
—El baño de visitas está al final del pasillo —dije con un hilo de voz.
No se movió de inmediato. Sonrió, apenas un poco, con un aire de diversión antes de salir de la habitación.
Pero su presencia quedó impregnada en el ambiente… y en mi piel.
Me vestí con las manos temblorosas y bajé a despedirme. Tom ya se marchaba, y cuando me acerqué a él, mi padre le lanzó una frase que me dejó sin aliento:
—Espero que cuides bien de mi hijo.
Tom rió bajo.
Cuando me acerqué para despedirme, me jaló sutilmente, inclinándose para darme dos besos en la mejilla. Pero en el segundo, su nariz rozó mi piel con una lentitud exasperante. Inhaló mi aroma, tan cerca que sentí su aliento cálido deslizarse sobre mi cuello.
—Descuida… estas serán tus mejores vacaciones —susurró.
Su voz me envolvió como un hechizo.
Se apartó, subió a su auto y se esfumó en la carretera…
English Version
"A Powerful Visit"
The air in the room was still heavy with the echo of shame. The image of my mother standing at the doorway, her face flushed and her eyes wide, haunted me. I only managed to pull up my underwear as she, in a shaky voice, murmured:
—I'll wait for you downstairs…
The door closed, and I remained still, feeling my pulse pounding in my ears. I took a deep breath, trying to calm the burning in my face, and dressed in a rush before heading downstairs. In the kitchen, my mother was ready for the inevitable conversation we had both been avoiding, but the roar of an engine in the driveway saved me just in time.
—Dad's here! —I exclaimed, relief washing over me like a soothing balm.
I rushed to the foyer and saw my father stepping out of the car, but my attention immediately shifted to the figure emerging from the passenger seat. Tall, broad-shouldered, exuding dominance, his dark suit fit him with insulting precision. His cologne—a heady mix of wood, leather, and something deeper—hung in the air like a lingering promise.
He didn't take his eyes off me.
—Tom, this is my son —my father said.
He smiled slightly, extending his hand.
—Pleasure to meet you.
His voice was deep, resonant. When our hands touched, a shiver ran through me. His fingers were firm, steady, holding mine just a second longer than necessary before letting go.
—Tom Davison —my mother interjected enthusiastically—. Of course, I know him! He's a renowned artist, all over the newspapers.
And then I remembered. His name appeared in the news, in elite magazines, at exclusive events. But what unsettled me the most wasn't his fame—it was the way he looked at me, as if he could see through my clothes, my skin… straight into the darkest corners of my thoughts.
We moved to the dining room, and as dinner progressed, the conversation was filled with toasts and smiles. My father announced his promotion, but what truly took my breath away was his final revelation.
—Your mother and I leave tomorrow —he said with pride—. We're starting a new chapter.
My heart stopped for a moment. I would be alone in this huge house all summer.
After dinner, my father took me to his study along with Tom.
—If you need anything, call him —he said, handing me a card.
Tom held it between his fingers before giving it to me, but as our hands touched, his thumb brushed against my palm with an almost imperceptible slowness. A fleeting caress. A touch that left me breathless.
—Don't hesitate to call me —he murmured with a faint smile.
I went up to my room, feeling the heat of his touch lingering on my skin. I stepped into the shower, hoping to wash away the sensation pulsing inside me, but the hot water only fueled the fire accumulating within. My body reacted to something I didn't fully understand yet—an attraction spreading like sweet poison.
I stepped out, wrapped in a towel, steam still swirling around me.
And then, I saw him.
Tom was in my room.
My muscles tensed instantly.
—Sorry —he murmured, his deep voice vibrating in the air.
His gaze slowly traveled downward, tracing every drop of water sliding down my bare chest, stopping at the towel barely hanging from my waist. His tongue wetted his lips, and a searing heat crawled up my spine.
I instinctively covered myself, though a part of me relished that predatory stare.
—The guest bathroom is down the hall —I said, my voice barely a whisper.
He didn't move right away. He smiled—just a little—with an amused air before leaving the room.
But his presence lingered in the air… and on my skin.
I dressed with trembling hands and went downstairs to say goodbye. Tom was about to leave, and as I approached him, my father's words stole my breath.
—I hope you take good care of my son.
Tom chuckled lowly.
When I moved closer to say goodbye, he subtly pulled me in, leaning in to give me two kisses on the cheek. But on the second one, his nose brushed against my skin with excruciating slowness. He inhaled my scent, so close that I felt his warm breath glide over my neck.
—Don't worry… these will be your best holidays —he whispered.
His voice wrapped around me like a spell.
He pulled away, got into his car, and vanished down the road…