1951 – Mansión Black
La mansión Black siempre había sido un lugar de estricta formalidad, envuelta en un aire de solemnidad y plagada de retratos cuyos ojos fríos observaban con severidad a quienes osaban recorrer sus largos y estrechos pasillos. Sin embargo, en esta fría noche de febrero, las solemnes paredes de la antigua casa resonaban con voces provenientes de la habitación principal.
La luz tenue de las velas iluminaba el rostro de Walburga Black, una mujer de belleza imponente, con cabello rizado negro como la noche y ojos avellana que, en aquel momento, reflejaban el dolor y el agotamiento del parto. A su lado, su esposo, Orion Black, un hombre atractivo de porte elegante y rasgos aristocráticos, permanecía erguido, sosteniendo la mano de su esposa. Su expresión era la de una máscara imperturbable, pero sus ojos grises delataban una mezcla de expectación y nerviosismo.
Los gemidos de dolor cesaron. La partera, con una leve sonrisa, rompió el tenso silencio.
—Es un hermoso varón.
Por un instante, el aire pareció volverse más ligero. Walburga, aún cansada, logró esbozar una pequeña y casi imperceptible sonrisa. Sabía lo que esto significaba. Su hijo no era solo un niño; era el inicio de su linaje, la continuidad de una tradición inquebrantable. Orion, por su parte, se mantuvo en silencio, con la mirada fija en el pequeño. Comprendía el peso de lo que significaba tener un heredero varón. Algún día, ese niño asumiría el manto de la familia y, cuando llegara el momento, él se encargaría de forjarlo en un digno líder.
La partera interrumpió sus pensamientos.
—¿Cómo se llamará el pequeño?
Walburga, sin dudarlo, aclaró la garganta y, con renovada convicción tras haber ingerido las pociones que la partera le había proporcionado, pronunció el nombre que marcaría la historia de su estirpe.
—Se llamará Altair Nigellus Black.
En ese mismo instante, mientras la pequeña familia celebraba en privado, Walburga ya delineaba en su mente el futuro de su primogénito. Su educación sería rigurosa. Desde su infancia, aprendería los principios fundamentales de la familia Black: el honor de los sangre pura, el respeto por la tradición, el desdén hacia los mestizos y los muggles. No se le permitiría la debilidad. Sería el ejemplo de lo que un heredero debía ser: fuerte, astuto e implacable.
Altair crecería en un entorno marcado por expectativas implacables, donde cada acción y cada palabra serían observadas con atención. De él se esperaba grandeza. Después de todo, un Black nunca podía ser solo un mago. Un Black debía ser un líder.
Los acontecimientos posteriores al nacimiento de Altair no hicieron más que enorgullecer a la familia Black, pues, por parte de Druella Black y su esposo Cygnus Black III, había nacido su primogénita, Bellatrix Black. Una hermosa niña de piel pálida, fina como la porcelana, y con los rasgos aristocráticos característicos de la familia Black. Sin embargo, lo que más destacaba en ella eran sus ojos color lavanda, hipnóticos y llenos de una presencia magnética incluso en su más tierna infancia.
Pronto, las reuniones familiares no se hicieron esperar. La familia parecía más unida tras las tragedias y pérdidas que había traído la guerra contra Grindelwald, una guerra que, aunque había terminado, había dejado profundas cicatrices. Las bajas dentro del mundo mágico fueron significativas, y la crisis que se desató no solo afectó la política y la economía, sino también la estructura social misma. No obstante, la familia Black logró mantenerse firme, en gran parte gracias al liderazgo de Arcturus Black III, cuya astucia y previsión habían asegurado la supervivencia de su linaje en tiempos de incertidumbre.
Grimmauld Place #12 – Junio de 1951
Arcturus Black se encontraba sentado en el comedor principal de la mansión, con una expresión imperturbable. La noticia del nacimiento de sus dos primeros nietos lo había complacido profundamente, aunque su semblante serio no lo reflejara. Él comprendía mejor que nadie el costo de la guerra y el trauma que dejaba en aquellos que la vivían. Sin embargo, eso ya era parte del pasado. El mundo necesitaba avanzar, y con ello, nuevas generaciones debían ocupar el lugar de las antiguas.
Con ese pensamiento en mente, tomó una decisión. Era el momento de reunir a la familia y hablar sobre el futuro.
—¡Kreacher! —llamó con voz firme.
Un sonoro pop rompió el silencio de la habitación, y en un parpadeo, un viejo elfo doméstico apareció frente a él.
—Amo Arcturus, ¿qué puede hacer Kreacher por usted el día de hoy? —preguntó la criatura, encorvándose en una reverencia.
Arcturus, sin apartar la mirada de su copa de vino, habló con la misma autoridad imponente de siempre:
—Ve a las casas de mis hijos, sobrinos y demás parientes. Infórmales que habrá una reunión urgente.
El elfo asintió sin cuestionar la orden y desapareció en otro pop, dejando al patriarca Black solo en el comedor, sumido en sus pensamientos.
Pronto, la familia estaría reunida, y con ello, se trazaría el primer paso hacia el futuro de la Casa Black.