Grimmauld Place #12 – 18:00 hrs
Los pasillos, usualmente silenciosos y apenas transitados, comenzaron a llenarse de vida. Arcturus observó en silencio cómo las sillas del gran comedor se ocupaban una a una, con rostros familiares y otros más jóvenes, nuevas generaciones que aún tenían mucho por demostrar.
Cuando el último asiento fue ocupado, Arcturus se puso de pie con la elegancia y autoridad que lo caracterizaban. Su mirada recorrió la habitación, asegurándose de que cada miembro de la familia Black prestara atención antes de hablar.
—Buenas noches, familia. —Su voz resonó con firmeza en el comedor—. Hoy los he convocado porque es un motivo de orgullo para nuestra noble y más antigua casa. En estos últimos meses, hemos tenido el privilegio de abrir nuestras puertas a dos nuevos miembros.
Hizo un leve gesto con la mano en dirección a los dos bebés, acurrucados en los brazos de sus respectivas madres. Las miradas de los presentes se posaron sobre ellos, evaluando con detenimiento a los herederos más recientes del linaje Black.
—Nuestra familia ha sobrevivido a la oscuridad de la guerra —continuó Arcturus con solemnidad—. Hemos visto a hermanos, tíos e incluso padres perecer en el transcurso de la contienda. Pero esto no es signo de debilidad. Al contrario, es prueba de nuestra fortaleza. Solo aceptando nuestras pérdidas podremos ver con mayor claridad el futuro que nos espera.
Los murmullos no tardaron en llenar la habitación. Algunos, aún marcados por el duelo, intercambiaron miradas sombrías. El peso de la guerra aún se sentía en el ambiente, y Arcturus lo sabía bien. No era ajeno al dolor de la pérdida. Después de todo, él mismo había perdido a su esposa, Melania.
Por un breve instante, su expresión se endureció aún más. Pero no era el momento de hablar de luto. Era el momento de hablar del futuro.
El murmullo persistió por varios segundos antes de que Arcturus alzara ligeramente la mano, llamando al silencio sin necesidad de palabras. Sus ojos grises recorrieron la mesa, deteniéndose en algunos miembros con una mirada evaluadora.
—No convoqué esta reunión solo para honrar los nacimientos de Altair Nigellus Black y Bellatrix Druella Black —continuó, su tono más grave—. Estamos aquí porque estos niños representan el futuro de nuestra familia.
Se recargó levemente en su asiento, entrelazando las manos sobre la mesa.
—La guerra ha terminado, pero su impacto se seguirá sintiendo durante décadas. Nuestro mundo se tambalea con ideas que desafían nuestras tradiciones, y si no somos cuidadosos, la sangre que durante siglos hemos protegido se verá corrompida por la complacencia y la debilidad.
Algunos asintieron con aprobación, mientras que otros mantenían sus rostros impasibles. Entre ellos, Walburga Black, quien sostenía a su primogénito con la misma devoción con la que un general cuidaría su estandarte. Druella, sentada a su lado, alzó una ceja con una leve sonrisa, orgullosa de su propia hija.
—Estos niños crecerán en un mundo que no será indulgente con ellos. Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que se conviertan en verdaderos Black —dijo Arcturus con firmeza—. Por ello, su educación deberá ser impecable, su entrenamiento implacable y su lealtad inquebrantable.
—Por supuesto, padre —intervino Orion Black con voz serena, aunque su expresión reflejaba la presión de ser el heredero directo—. Walburga y yo nos aseguraremos de que Altair esté preparado para su papel en el futuro.
—Y lo mismo haré con Bellatrix —añadió Druella, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Mi hija será digna de su linaje.
Arcturus observó a ambas mujeres con una leve inclinación de cabeza. Era lo que esperaba oír. Sin embargo, las palabras eran fáciles de pronunciar; los hechos eran otra historia.
—No solo Altair y Bellatrix cargarán con la responsabilidad de nuestra familia —añadió, recorriendo la mesa con la mirada—. Todos los aquí presentes tienen un papel en este legado. Cada decisión que tomemos desde hoy determinará la grandeza o la caída de la Casa Black.
Las caras más ancianas, como la de su hermano Pollux Black y la de su prima Dorea, asintieron con solemnidad. Ellos, más que nadie, comprendían que la continuidad del linaje dependía de la preparación de las nuevas generaciones. Sabían que su deber no solo era proteger el legado de los Black, sino moldearlo para que resistiera el paso del tiempo.
Sin embargo, no todos compartían la misma convicción. Entre los presentes, Alphard Black y Lucretia Prewett (de soltera Black) intercambiaron una mirada discreta. Ambos habían crecido bajo la misma presión asfixiante que ahora recaería sobre Altair y Bellatrix, y en el fondo no podían evitar preguntarse si todo esto no era más que una repetición cíclica de una infancia arrebatada. Aun así, ninguno de ellos expresó su inconformidad. Sabían bien que un comentario imprudente solo les ganaría la reprimenda de Arcturus.
El silencio que siguió se prolongó por unos instantes, hasta que Arcturus finalmente alzó su copa.
—Por la grandeza de la Casa Black.
Un murmullo solemne recorrió la mesa mientras todos alzaban sus copas en respuesta.
—Por la Casa Black —repitieron al unísono.
En los brazos de sus madres, Altair y Bellatrix permanecían ajenos a todo. Pero algún día, las decisiones tomadas en esa noche marcarían el curso de sus vidas.