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Chapter 3 - 1. Un Milagro en Tottenham

Liam

—Cariño, ¿no quieres que te lea un cuento?

—Mamá, me acabas de leer uno, además ya me voy.

Su mirada arrojaba un atisbo de tristeza, la cual enseguida cambió por una falsa sonrisa.

—Está bien, no olvides lavarte los dientes y acostarte temprano que mañana tienes colegio; y saluda a tu padre de mi parte. A ver si deja de trabajar y viene a visitarme.

—Se lo diré —dijo Liam mirando hacia abajo.

—Emma —dijo una enfermera entrando a la habitación con una bandeja—, es hora de sus vacunas.

Estaban en una pequeña habitación en el último piso del hospital universitario de Middlesex. Era un alivio económico que el seguro y la cortesía del director del hospital ayudaran en los tratamientos de la Sra. Sollem, ya que ella había sido enfermera aquí por mucho tiempo. Sin embargo, el seguro y las cortesías se estaban acabando.

Liam miró a su madre, parecía estar cada vez más flaca. Antes era la mujer más hermosa del barrio, su hermoso cabello castaño era la envidia de las vecinas y sus ojos color cielo enamoraban a cualquiera que se atreviera a mirarlos. Pero ya no quedaba nada de eso, en su lugar, yacía una mujer famélica que se alimentaba en base a sueros y vitaminas. Sus ojos ya no brillaban como antes y su pelo, tan maltratado por la quimioterapia, se había ido hace mucho. Pese al dolor, la Sra. Sollem nunca se quejaría, ni mostraría signos de debilidad ante su único hijo.

—Que vengan esas vacunas, no les tengo miedo —exclamó Emma poniendo ambas manos en su cadera e hinchando el pecho con una sonrisa en su rostro.

—Mamá no hagas cosas vergonzosas por favor —dijo Liam tapándose la cara para luego sonreír—. Hasta mañana mamá. —Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y un fuerte abrazo.

Liam recogió su mochila, la cual estaba a un lado de la cama, y salió de la habitación cerrando la puerta para no tener que verla fingir más. Él sabía que ella se hacía la valiente para aliviarlo. Entonces él también tenía que fingir que estaba bien, pese a que ver a su madre en ese estado le dolía tanto. Solo un milagro podía salvarla, le había dicho el doctor Brown. Y un milagro es lo que esperaba.

—¿Otra vez leyeron el patito feo? —preguntó el doctor Brown. Siempre esperaba a Liam al salir de la habitación para hacerle las mismas preguntas.

—Sí, y otra vez tiene periodos de amnesia —respondió angustiado.

—Ya veo.

Siempre la misma conversación y siempre ese "ya veo" al final. Tan solo faltaba la habitual conversación con la enfermera de la recepción del piso. Liam estaba seguro que lo iba a llamar, pero no escuchó su nombre, así que miró hacia la recepción. Allí estaba la enfermera con su uniforme azul y a su costado estaba un hombre. Un señor algo ya pasado en años, vestía una chaqueta marrón y llevaba un ramo de flores en su mano derecha. El hombre y la recepcionista estaban discutiendo.

—¿Cómo que el seguro no cubre estos gastos? —gritó el señor bastante exasperado—. Esto es un abuso, que me cobren tanto por una habitación, ni que fuera un hotel de 5 estrellas.

—Oiga, yo no pongo los precios —dijo la enfermera igual de enojada—. Y si me vuelve a levantar la voz tendré que llamar a seguridad para que lo saquen de aquí. Además, lleva atrasado en los pagos varios meses.

Después de decir esto el ánimo del hombre decayó.

—A eso vine de hecho —dijo el hombre cabizbajo sacando su billetera y mostrando su tarjeta.

—Bien, con mi compañera por favor —dijo la recepcionista señalando a la enfermera de su costado. Luego miró alrededor buscando algo y al parecer lo encontró—. Liam, ven por favor.

Él había aprovechado la discusión para poder escabullirse, pero no lo logró a tiempo. El señor volteó y se encontró con los ojos de Liam por un momento. Ambos parecían estar pensando lo mismo, que al ser este el piso de los "milagros", ambos debían tener la misma pena. El señor terminó de hacer sus pagos y fue por el pasillo hasta entrar a una habitación y perderse de vista. Liam llevaba casi un año viniendo al hospital, conocía a la mayoría de doctores y enfermeras del piso, hasta algunos pacientes, pero era la primera vez que veía a ese hombre.

—¡Liam! —gritó la enfermera sacándolo de sus pensamientos. Él se acercó al escritorio— Tienes curiosidad ¿cierto?

—Ehh, no. Bueno, solo un poco.

—Trasladaron a su esposa aquí hace unas semanas. Está en una situación complicada —contó la enfermera, Liam se quedó pensativo—. Bueno, cambiando de tema. La administración me está presionando, podrías hablar con tu padre. No puedo postergarlo más.

Su padre había muerto cuando él tenía dos años así que apenas lo recordaba. La persona a la que se refería la enfermera era Robert, su padrastro. Hacía ya unos años atrás su madre y él se casaron. En un principio todo estuvo bien, los días eran tranquilos y agradables. Estaban esperando a un hijo, y entonces comenzó la enfermedad de Emma y todo se vino abajo. La señora Sollem no paraba de empeorar, su esposo estaba preocupado por el bebé y Liam solo podía observar y rezar. Pese a todo, al séptimo mes de embarazo la familia perdió a quien iba a ser su nuevo miembro. Robert la culpó por perder a su hijo, lo cual solo empeoró su estado aún más. Debido a eso tuvo que ser internada para un mejor tratamiento, y luego recibir la noticia de que su enfermedad era terminal e incurable. Desde entonces, el padrastro de Liam se volvió un ebrio histérico cegado por el dolor de perder a su hijo, culpando a su esposa y desquitándose con el niño.

—Yo hablaré con él —respondió el niño. La enfermera no parecía muy convencida.

Ya se estaba haciendo algo tarde y Liam debía levantarse temprano mañana, con suerte Robert no estaría en casa, si es que aún puede llamársele casa. Como sea, era mejor volver pronto, se dirigió hacia el ascensor y presionó el botón para llamarlo. Pero al hacerlo, sintió que le pasaba corriente. Sacudió su mano haciendo un gesto de dolor, al menos el ascensor había llegado. Subió y presionó el botón del primer piso, era muy extraño que no haya nadie. Miró su reflejo en el espejo del ascensor, un niño de nueve años le devolvió la mirada. Tenía pelo negro y largo, antes lo confundían con una niña por sus finas facciones. Ahora era imposible, su voz había engrosado, también tenía la piel un poco pálida, unas leves ojeras debido a pesadillas y unos apagados ojos azules con una mirada cansada de sobrellevar el día a día.

Al llegar al primer piso el ascensor se abrió para revelar a un doctor y a una persona de traje negro. El primero parecía sorprendido y el segundo estaba de brazos cruzados con la cara seria.

—Pero... ¿Qué? —se sorprendió el doctor.

—Solo me haces perder mi tiempo —respondió el del traje.

Liam pasó a un costado de ellos y no pudo escuchar lo que el doctor dijo después.

—Le juro que no funcionaba, hasta escuché un estallido —dijo el doctor persiguiendo al señor del traje. 

El barrio de Tottenham no tenía la fama de ser el mejor de Londres, es más al contrario. Los londinenses les aconsejaban a los turistas evitarlo, ya que por las noches era un lugar peligroso. Debido al asentamiento de inmigrantes de diferentes países, era la zona de la ciudad más diversa. Por causa del choque cultural y buscar el control del barrio era la cuna de múltiples delitos: venta de drogas, robos y hasta a veces balas perdidas eran bastante comunes. Sin embargo, era el hogar de nuestro protagonista. Había recorrido estas calles tantas veces casi a diario, que lo conocía como la palma de su mano, sabía que calles evitar y cuales eran seguras, después de todo era muy maduro e inteligente para su edad, o eso le gustaba pensar. Al salir del hospital tomó un autobús que lo dejaría cerca a su casa en la calle Hanbury.

Su casa era blanca, sencilla, con solo dos pisos y un porche de madera. Al llegar frente a la puerta Liam dudó un segundo, pero luego sacó la llave de su bolsillo y entró. Pasó y cerró la puerta sigilosamente y escuchó un murmullo de gente, era el televisor que estaba prendido. Caminó de puntillas a la sala, ahí estaba su padrastro dormido botella en mano frente al televisor. "Maldición", pensó y siguió caminando en silencio hasta la cocina, cogería algo para comer y subiría rápidamente a su habitación. Ya en la cocina encontró unos panes, así que abrió el refrigerador en busca de mantequilla. Estaba lleno de botellas de alcohol, y al tratar de sacar la mantequilla del fondo, su mano empujó una botella la cual se estrelló contra el piso.

Todo quedó en silencio hasta que:

—¡Niño! — Robert había despertado y no estaba de buenas—. Tienes idea de cuánto cuesta cada botella, idiota. Es el colmo, te mantengo a ti y a tu madre, y no haces más que estorbar en esta casa. No me faltan ganas de botarte de aquí.

"Pues bótame" habría querido gritar también Liam si no fuera por el miedo que le tenía. Robert había ganado peso bebiendo, pero seguía intimidando cada vez que gritaba.

—Limpia todo esto y lava esas cosas también —vociferó Robert señalando el piso y el lavadero de la cocina. Cogió una botella, la bolsa de panes y regresó a la sala.

Liam fue por un trapeador y una escoba para limpiar los pedazos de vidrio. Luego fue al lavadero a lavar varios platos y tazas, también había botellas vacías. Parece que su padrastro había vuelto a traer "compañía". Al terminar de lavar, cogió las botellas vacías para meterlas en una caja, pero el piso aún estaba mojado lo que lo hizo patinar y perder el equilibrio soltando las 3 botellas que llevaba. Robert se enojaría de nuevo y esta vez no solo serían gritos. Mientras se preguntaba cómo iba a salir de esta, las botellas caían. Todo parecía ir en cámara lenta, solo pudo contener la respiración hasta que las botellas chocaron con el suelo haciendo un ruido suave. Ninguna se rompió, se sentía tan aliviado que no se cuestionó nada, recogió las botellas y las llevo a la caja.

Parece que no comería nada esta noche, tuvo el fugaz pensamiento de preguntarle a Robert sobre los pagos, pero decidió que era mejor no hacerlo hoy. Subió rápido a su habitación y cerró con cerrojo la puerta. Tirado en su cama se puso a llorar preguntándose cuándo su madre volvería a casa, cuándo toda la angustia que sentía desaparecería.

Cuándo volvería a ser feliz.