—No sé —dijo Rafael—. No lo tengo.
—Oh, vamos, Su Alteza —dijo Elowyn con un puchero—. Había bastantes joyas elegantes atadas a tu caballo cuando fue confiscado. Fue una pena que no hubiera ni una sola piedra morada allí. Pero sé que tienes algunas pegadas a tu... —sus ojos recorrían su cuerpo arriba y abajo— persona.
—Me dijiste que necesitaba encontrar una gema de alta calidad —Rafael señaló, su ceja temblando ante su descarada inspección. Normalmente le encantaba cuando las mujeres lo miraban, pero cuando era Elowyn, solo hacía que se le erizara la piel de los brazos.
Se alejó de ella y deliberadamente se limpió la mano en los pantalones, como si Elowyn contuviera una enfermedad infecciosa.
—Lamentablemente para ti, no tengo nada que pase tus rigurosos estándares. ¿Por qué no tomas algo del tesoro en su lugar? —añadió, exasperado—. ¿O simplemente consigue que Orión consiga algo para ti como parte de los esponsales? ¿Por qué extorsionarme a mí?