—Su Majestad lo espera en la sala del trono, Su Alteza, Sir Ralph —se inclinaron los guardias en la puerta cuando llegaron, con un tono extrañamente respetuoso.
Soleia levantó una ceja mientras observaba al guardia guiarlos hacia el palacio, el lugar que alguna vez llamó hogar. Las paredes nunca se habían visto más frías que ahora, especialmente desde que habían pasado dos años desde la última vez que pisó la capital.
Cada mirada que se dirigía hacia ella estaba llena de sorpresa y juicio, seguida por una serie de murmullos que eran demasiado suaves para que ella pudiera escuchar. Sin embargo, uno de ellos fue lo suficientemente alto.
—¿No es esa la Princesa Soleia? ¿Qué hace de vuelta aquí? —dijo alguien.
—¿No has escuchado? Su esposo, ese general campesino, llegó hace unos días. Trajo a una nueva novia y actualmente está esperando la aprobación de Su Majestad para casarse con ella —comentó otra persona.
—Oh, querida. ¿Y Su Majestad ha aceptado? —preguntó la primera.