Elowyn soltó un fuerte jadeo cuando el brazo de Orión cayó mansamente a su lado. Él se había hundido sobre sus rodillas con un sombrío golpe. Las agujas de sangre que se habían clavado bajo su piel lo estaban haciendo sentir mareado. Cerró los ojos, intentando desesperadamente detener el martilleo en su cabeza. Sus extremidades empezaban a sentirse pesadas.
—¡Orión! —Elowyn gritó, por una vez, realmente, verdaderamente aterrorizada. Intentó levantarlo del brazo, pero era equivalente a empujar una roca cuesta arriba. ¡Orión no se movió ni un centímetro!
De hecho, parecía que ni siquiera la había escuchado.
Rafael cayó con gracia al suelo, limpiándose la sangre de la nariz mientras miraba fijamente la figura de Orión. Desde este ángulo, Orión parecía menos como un ángel temido y más como un mastín espinoso al borde de la muerte. Una sonrisa sarcástica cruzó el rostro de Rafael.
Cómo han cambiado las cosas.
—Tú... ¡Tú monstruo! ¿Qué le hiciste? —Elowyn siseó.