Thomas Sawyer nació en una noche estrellada, cuando la brisa cálida de verano acariciaba las hojas de los árboles y el aroma de jazmines llenaba el aire. Scott y Rose lo sostuvieron en brazos por primera vez, maravillados por la pequeña criatura que ahora formaba parte de sus vidas. Sus ojos, grandes y curiosos, reflejaban la luz de las lámparas del hospital, y en ese momento, Scott se prometió a si mismo que haría todo lo posible para criarlo de la mejor manera para luego convertirlo en un gran hombre, siendo el deseo de su corazón que su hijo sea un héroe.
Desde pequeño, Thomas mostró una chispa especial. Era un niño lleno de energía y preguntas. Sus risas resonaban en cada rincón de la casa, creando un aura de felicidad. Su madre, Rose, lo llamaba cariñosamente "mi estrella fugaz", porque siempre parecía estar en movimiento, explorando y aprendiendo con una pasión insaciable.
En el taller del científico Scott Sawyer siempre había algo que aprender, y eso Thomas lo sabía muy bien. Así que mientras Scott avanzaba en sus proyectos, nunca faltaba el curioso Thomas.
—Papá, ¿cómo funciona esto? —preguntaba Thomas con frecuencia, señalando las piezas de metal que Scott utilizaba en sus inventos.
Scott, con una sonrisa paciente, se sentaba a su lado y le explicaba con detalle.
—Cada máquina tiene un propósito, hijo —le decía, sosteniendo una pequeña pieza de engranaje entre los dedos—. Pero lo más importante es la intención con la que la creamos. La ciencia puede mejorar el mundo si se usa con el corazón correcto.
Thomas asentía con los ojos brillantes, absorbiendo cada palabra de su padre para aprender cada lección importante.
Las noches en la casa de los Sawyer estaban llenas de historias y cariño. Rose adoraba leerle cuentos a Thomas antes de dormir, mientras el niño se acurrucaba en su regazo. Su voz melodiosa creaba mundos mágicos donde los héroes siempre encontraban su camino, sin importar los obstáculos. Scott los observaba desde la puerta con una sonrisa de amor, al ver a su esposa y su hijo compartiendo aquellos momentos tan preciosos.
—Siempre debes recordar, mi amor —le susurraba Rose a Thomas, acariciando su cabello—, que la verdadera fuerza de una persona no está en sus músculos, sino en su corazón.
A medida que Thomas crecía, el vínculo con sus padres se fortalecía. Pasaba tardes enteras con Scott en el taller, aprendiendo sobre ciencia y mecánica, mientras que con Rose compartía paseos por el bosque y tardes de cocina, donde terminaban cubiertos de harina y riendo sin parar. Aquel mundo parecía inquebrantable y duradero, una burbuja de felicidad en medio de un futuro incierto. Y en esos años, donde el amor y la felicidad siempre estaban presentes, nadie imaginaría que habría un día…en que termine todo.