Esa misma noche, Mariana regresaba a casa cuando notó una silueta en la calle desierta. Se apresuró, sintiendo el miedo en su pecho.
—¿Te sigo pareciendo tan interesante? —La voz de Gabriel la hizo detenerse en seco.
Ella se giró. Él estaba allí, en la penumbra, con la misma expresión sombría.
—No te tengo miedo —murmuró ella, aunque su cuerpo decía lo contrario.
Gabriel se acercó un paso.
—Entonces, ¿qué sientes?
Mariana tragó saliva. No lo sabía. No podía explicar esa mezcla de miedo, atracción y algo más… algo que dolía.
Pero Gabriel no esperó respuesta. Dio media vuelta y desapareció en la noche.