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Chapter 2 - Capítulo 2: Brisas de Cambio

El sol asomaba tímido sobre los tejados de Baishu, y una brisa suave recorría la ciudad, arrancando pétalos de los ciruelos dispersos en los patios. En la casa de la familia He, sin embargo, aquella brisa parecía un presagio de que algo más turbulento estaba en camino.

El Emisario y la Ambición de He Rulong

Apenas se despuntó el alba, He Rulong se hallaba en el patio trasero, acariciando un medallón de jade que colgaba de su cuello—un objeto que había comprado tras meses de ahorro y que lucía con pretensiones de nobleza. A su lado, un hombre bajo de estatura y rostro afilado, con el emblema de la Secta Loto Carmesí bordado en la solapa, escuchaba con atención.

—Agradezco su tiempo, señor He —dijo el emisario con voz pausada—. Nuestras fuentes indican que hay nacimientos singulares en Baishu. Niños con afinidad especial para el Qi.

He Rulong asintió, apretando el medallón con una mano temblorosa, mezcla de orgullo y nerviosismo.

—Rumores hay por doquier, señor. Mi hijo… bueno, tiene apenas un mes. Pero no negaré que he oído historias sobre su potencial. —Forzó una sonrisa, tratando de parecer indiferente.

El hombre de la secta esbozó una sonrisa enigmática.

—La Secta Loto Carmesí observa con interés. Cuando sea el momento, volveré para comprobarlo personalmente.

Tras despedirse, el emisario cruzó el umbral hacia la calle. He Rulong soltó el aire contenido y, antes de entrar en la casa, volvió a acariciar su medallón de jade. Para él, aquello no era solo un simple adorno, sino un recordatorio de su ascenso social: el símbolo de que, con el talento de su hijo, podría al fin ganar la aprobación de las familias más influyentes.

Yunqing y los Susurros del Niño

Dentro de la casa, Yunqing observaba a su hijo, que dormía en una pequeña cuna improvisada. Su rostro seguía empañado de cansancio, pues las pesadillas del niño eran recurrentes. Casi cada noche, el bebé se removía como si un torbellino de imágenes lo persiguiera.

"¿De qué sirve el estatus, si para alcanzarlo uno pierde el alma?", pensó, recordando las palabras que su propia madre solía repetir.

La sirvienta Qiaoling se acercó para ayudar con la limpieza y el té. Cada tanto, lanzaba miradas furtivas al niño. Había algo en esos balbuceos que la inquietaba. Parecían palabras de una lengua lejana, tal vez extinta. Su abuela le había contado cuentos sobre infantes que veían más allá de su tiempo, que balbuceaban en idiomas muertos.

—Tal vez solo sean imaginaciones mías —murmuró, pero el escalofrío no desaparecía.

Fue entonces cuando el bebé movió los labios y, entre sus balbuceos, Qiaoling creyó captar sonidos extraños:

—Fa… bri…k… re… vo… —Un murmullo gutural que se mezclaba con el crujir de las hojas de bambú en el patio, como si dos mundos chocaran en su garganta.

La sirvienta retrocedió un paso y miró nerviosa a Yunqing.

—Señora, su hijo…

—Sí —asintió ella—. A veces pienso que se aferra a un sueño que ni él comprende.

La Tensión Familiar

Cuando He Rulong regresó del patio, encontró a su esposa con el niño en brazos. Yunqing sostenía con fuerza un pequeño amuleto de plata—un talismán que le había regalado su madre para "alejar miradas codiciosas".

—Hablé con el emisario de la Secta Loto Carmesí —comentó él, intentando sonar casual—. Parecen muy interesados en nuestro hijo.

Yunqing lo miró con preocupación.

—Rulong, es solo un bebé. ¿Debes apresurar así las cosas?

—Necesito ser precavido —respondió él, sin poder disimular la emoción—. Si tiene un gran potencial, no podemos permitir que otra familia se aproveche.

—¿De qué sirve un estatus elevado si pierdes el alma para alcanzarlo? —murmuró ella, acariciando la cabeza del niño.

He Rulong frunció el ceño.

—El alma es un lujo que solo los ricos pueden permitirse, mujer. Prefiero asegurarme de que nuestro hijo llegue alto, aunque implique desafiar algunas tradiciones.

El bebé, como si comprendiera el trasfondo de la discusión, abrió los ojos y clavó la mirada en su padre. Un leve temblor recorrió el cuerpo de Yunqing.

—A veces siento que esa mirada no es de un recién nacido —susurró ella.

He Rulong, sin querer caer en superticiones, apartó la vista.

—Eso es exactamente lo que nos hará prosperar.

Sombras en los Sueños

Aquella noche, el bebé volvió a agitarse en la cuna. Yunqing, que dormía cerca, se incorporó al escuchar un gemido profundo, casi adulto. Pudo ver cómo el niño sudaba y movía las manos como si tratara de aferrar algo en medio de un vacío.

En la mente inconsciente de Friedrich Engels, la misma figura embozada de noches anteriores volvía a presentarse con un objeto en cada mano. En la derecha, un martillo, manchado de hollín. En la izquierda, una espada con un brillo etéreo. Y una voz, ni masculina ni femenina, le preguntaba en un susurro:

—¿Con cuál lucharás?

Entonces, las imágenes se sucedían con rapidez: la polvareda de las fábricas, el clangor de metales en forjas industriales, el incienso de templos orientales, espadas cruzadas en duelos marciales. El niño se estremeció y soltó un balbuceo lleno de angustia.

Yunqing corrió a alzarlo en brazos, sintiendo cómo su amuleto de plata se calentaba contra la piel.

—Shh… tranquilo, mi niño, todo está bien. —Aunque en su interior temía que nada estuviera bien del todo.

El Banquete de las Lenguas de Fuego

A la mañana siguiente, He Rulong decidió celebrar un pequeño banquete para mostrar a su heredero ante la comunidad. En el patio, colgó banderines de vivos colores que ondeaban como lenguas de fuego sobre las mesas. Un músico local soplaba una flauta de bambú, cuyas notas parecían flotar con matices de advertencia más que de gozo.

Vecinos curiosos se acercaron a contemplar al niño que, según rumores, poseía un Qi poco común. Ancianos susurraban teorías descabelladas; mercaderes envidiaban la posible fortuna que la familia He podría amasar. Yunqing sentía cómo las miradas se agolpaban sobre su hijo, y lo sostenía contra su pecho con recelo.

—¡Brindo por el futuro de mi hijo! —proclamó He Rulong, alzando una copa de licor.

—¿Un futuro en la Secta Loto Carmesí? —bromeó uno de los invitados.

—O en cualquier otra gran secta. ¡Su destino es brillante! —añadió con una risa cargada de ambición.

Mientras tanto, Qiaoling servía el té, lanzando ocasionales ojeadas al bebé. Recordaba las palabras de su abuela: "Los que nacen viendo a través del tiempo balbucean lenguas muertas."

—¿Qué verá este niño para debatirse tanto en sueños? —se preguntó con un escalofrío.

En lo alto, surcando el cielo matinal, un halcón de plumaje oscuro trazó un círculo sobre la casa de los He. Nadie pareció notarlo… excepto el bebé, que alzó sus ojos como si supiera que aquel ave no estaba allí por casualidad. El ave graznó, y un par de invitados levantaron la vista, pero enseguida siguieron comiendo y bebiendo sin darle importancia.

El Murmullo Revelador

Entre todo el bullicio, el bebé soltó un balbuceo que hizo que Yunqing lo apretara con más fuerza. Sonó a un término extraño, algo parecido a "Mansche…ter" o quizás "Marx", imposible de discernir. Fue un susurro breve, pero pareció encender las alarmas en el corazón de su madre.

—Mi niño… —musitó ella, acariciándole la frente—. ¿Qué mundo te persigue?

Las notas de la flauta se prolongaron en un eco desconcertante, y los pétalos de ciruelo que el viento arrancaba cayeron sobre la mesa principal, como si hasta las flores quisieran huir de esa atmósfera enrarecida.

Un Destello en la Penumbra

Cuando el día dio paso al crepúsculo, los invitados comenzaron a despedirse. Algunos felicitaron a He Rulong por su "excepcional heredero", mientras otros salían cuchicheando sobre prodigios y prodigios falsos. La luna se alzó poco a poco, ocupando el lugar donde antes brillaba el sol.

En la cuna, el niño —ese ser que en su antigua vida respondía al nombre de Friedrich Engels— miró con aparente calma a su alrededor. Un leve resplandor cruzó sus ojos, y por un segundo, pareció que todo el bullicio de Baishu se contenía en un instante de presagio.

Nadie en el banquete podía imaginar que aquel pequeño, atrapado entre dos realidades, sería quien algún día encendiera una llama que no se apagase fácilmente. Mientras la luna sustituía al sol en el firmamento, aquel brillo inusual en los ojos del bebé no tenía nada que ver con las farolas de Baishu, sino con la chispa que, muy pronto, incendiaría praderas enteras.