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Chapter 3 - Capítulo 3: Sombras y Reflejos

El primer rayo de sol se filtró con timidez sobre Baishu, como si vacilara ante el silencio inquietante que habitaba la casa de la familia He. Aún resonaban los ecos del banquete celebrado la noche anterior, y aunque en las calles la gente comenzaba su rutina, en aquella vivienda algo pesaba en el aire, un presentimiento de que el destino se enroscaba en torno a un niño de apenas un mes de vida.

1. Una Visita Madrugadora

Yunqing se despertó con la misma zozobra que la acompañaba desde que supo del extraño talento de su hijo. Se incorporó al oír voces procedentes del patio. Cuando salió, encontró a He Rulong conversando con el Maestro Lin, el anciano de porte sereno que les había visitado anteriormente.

—¿Tan pronto, Maestro Lin? —preguntó Yunqing, acunando al bebé contra su pecho.

—Pido disculpas por la hora —respondió el anciano, inclinando apenas la cabeza—. Pero después de lo ocurrido en vuestro banquete, me pareció oportuno realizar una evaluación más detallada. Si el niño porta una resonancia de Qi inusual, es mejor detectarla cuanto antes.

He Rulong sostenía su medallón de jade entre los dedos, acariciándolo con un nerviosismo apenas contenido. Sobre la piedra translúcida se veían finísimas grietas, como si algo hubiese comenzado a quebrarlo desde dentro.

—Será rápido —aseguró—. No hay nada que temer.

Yunqing sintió un nudo en el estómago, pero asintió en silencio. Desde que el niño había nacido, presentía que su destino estaba ligado a fuerzas que ella apenas comprendía.

2. El Cobertizo y el Cristal

Guiados por el Maestro Lin, se dirigieron a un cobertizo donde se almacenaban sacos de grano y herramientas. Qiaoling, la sirvienta, retiró con premura un par de barriles para despejar el lugar. Yunqing notó que la muchacha se llevaba la mano izquierda a la muñeca, rozando una cicatriz en forma de espiral. Cada vez que el bebé balbuceaba sonidos extraños, la cicatriz parecía dolerle, como si tuviera voluntad propia.

—Coloquen al niño en el centro —indicó el anciano, deslizando con cuidado una esterilla al suelo.

Yunqing obedeció, sentándose en el suelo con el bebé sobre su regazo. He Rulong, apoyado en la pared, no apartaba la vista del Maestro Lin. Instintivamente, los dedos del comerciante frotaban el jade, cuyo tenue brillo daba la impresión de ir apagándose.

El maestro sacó de una caja de madera un cristal alargado. Al alzarlo, recitó un cántico apenas audible, y la gema se tornó azulada. En el mismo instante, un yunque antiguo, arrinconado contra la pared y marcado con runas casi borradas, emitió un clang sordo, como si algo dentro del metal respondiera a la invocación.

—¿Qué ha sido eso? —susurró Qiaoling, sobresaltada.

Pero el Maestro Lin no se distrajo. Acercó el cristal al rostro del niño con suma cautela. De pronto, un zumbido agudo, similar al de una cuerda de guqin tensada al límite, vibró en el aire. Yunqing sintió un hormigueo recorrerle la espalda; se le erizaron los vellos de la nuca mientras un vaho helado empañaba la superficie de la gema.

El bebé, lejos de llorar, ladeó la cabeza con curiosidad. Al momento siguiente, el vapor que cubría el cristal desapareció, y el zumbido se detuvo de golpe. Parecía como si la energía hubiera retrocedido, negándose a mostrarse por completo.

—Es… extraño —murmuró el Maestro Lin. Bajó la gema, pensativo—. Como si algo en su interior despertara por un instante, pero después se escondiera.

He Rulong frunció el ceño, con el medallón de jade apretado hasta que las grietas casi se podían oír crujir.

—¿Hay un diagnóstico? —preguntó, impaciente.

—No con este método básico. Podría necesitar una técnica más avanzada, pero forzar ese contacto a tan temprana edad podría dañarlo. —El anciano miró al niño, luego a Yunqing—. Disculpen si esto les inquieta, pero prefería comprobarlo.

Yunqing abrazó al bebé, agradecida de que la prueba hubiera terminado. Sin embargo, una parte de ella seguía desasosegada por el clang del yunque y el repentino silencio del cristal.

3. El Diálogo Oportuno

Mientras He Rulong acompañaba al Maestro Lin a la salida del cobertizo, Qiaoling se acercó a Yunqing con expresión turbada.

—Señora, lo que balbucea el niño... —comenzó, mirando de reojo la cicatriz en su muñeca—. Ayer me pareció oír palabras que no eran de esta región. Algo como fabrik o revolte. Sentí un ardor aquí —señaló la cicatriz con forma de espiral—, como si estuviera vivo.

Yunqing recordó los rumores de Qiaoling sobre una abuela que le contaba historias de seres que "hablan con voces del otro lado". Inspiró hondo, intentando no dejarse llevar por el temor.

—No le digas esto a nadie, por favor. Bastante tenemos con las sectas queriendo entrometerse. —Meció al bebé con ternura—. Mi hijo no es un monstruo, sea lo que sea que traiga dentro.

Qiaoling asintió en silencio, aunque sus ojos seguían fijos en la cicatriz que palpitaba de forma incómoda.

4. El Sello del Cielo Inquebrantable

Antes de marcharse, el Maestro Lin solicitó ver al niño a solas en el patio trasero, donde crecían varios tallos de bambú. Yunqing, recelosa, lo acompañó. Bajo la sombra de los tallos, el anciano levantó dos dedos y dibujó en el aire un trazo fluido.

—Ese gesto… —murmuró Yunqing—. Mi madre me habló de él. Dicen que es el Sello del Cielo Inquebrantable, capaz de sellar espíritus o liberar fuerzas ancestrales.

El bebé no mostró miedo. Extendió su manita con curiosidad, como si quisiera atrapar las hebras de luz que emanaban de aquel símbolo invisible. Entonces, una ráfaga de viento agitó los bambúes, y sus hojas produjeron un silbido amenazante.

Yunqing sintió que algo pulsaba en el aire, una energía misteriosa que conectaba al anciano con el niño. El Maestro Lin retiró la mano con lentitud y dejó escapar un suspiro.

—Hay algo muy antiguo en él, pero no es la típica fuerza de cultivación. —Sus pupilas mostraban una mezcla de reverencia y desconcierto—. No puedo descifrarlo con mis conocimientos actuales. Solo aconsejo cautela: a veces, cuanto mayor es el talento, más peligro encierra si se tuerce el camino.

Al despedirse, su mirada se cruzó un instante con la de Yunqing, como si quisiera advertirle que mantuviera a su hijo a salvo de ambiciones desmedidas. Luego se perdió entre los corredores de la casa.

5. Discusión entre Esposos

En cuanto el Maestro Lin se marchó, He Rulong se acercó con paso firme, el ceño fruncido.

—¿Qué te ha dicho? —exigió saber—. ¿Confirma que mi hijo podría llegar a ser un genio?

Yunqing, todavía conmocionada por el encuentro, intentó mantener la calma.

—Ha dicho que debemos ser prudentes. Que el poder de nuestro hijo es inusual y podría ser peligroso forzarlo.

He Rulong chasqueó la lengua, dejando escapar su frustración. El medallón de jade en su mano mostraba más grietas.

—¿Crees que la pureza alimenta a una familia? —bufó—. Sin ambición, seguiremos siendo peones de los gremios y las sectas. Este niño es nuestra única oportunidad de escalar.

—¿Y a qué precio? —replicó ella, indignada—. ¿Dejarías que lo entrenen en técnicas que podrían romperle el alma con tal de ganar estatus?

Los bambúes del patio crujieron con un chasquido seco, como si el viento quisiera subrayar la tensión. He Rulong apartó la mirada, molesto.

—No estoy dispuesto a sacrificarlo —musitó—, pero tampoco a quedarme de brazos cruzados.

Yunqing tragó saliva y apretó al bebé contra su pecho. No respondió. Ambos sabían que sus visiones del futuro eran irreconciliables.

6. La Noche y el Yunque

Cuando llegó el anochecer, Yunqing arropó al pequeño en la habitación principal. El niño se durmió con relativa rapidez, pero un leve temblor sacudía sus manitas, como si peleara contra algo en sueños. Afuera, el viento se colaba por las rendijas, silbando con un tono casi lúgubre.

En el duermevela del bebé, Friedrich Engels volvía a contemplar visiones de máquinas industriales, espadas y pergaminos llenos de caracteres extraños. La figura embozada reapareció ante él, pero en vez de mostrarle martillo o espada, señaló hacia un yunque cubierto de runas. El metal parecía hervir bajo un fuego invisible.

Allí yace tu primer enemigo... —susurró la voz con una reverberación ominosa.

El niño gimió, removiéndose en su cuna. Yunqing, atenta, lo meció con suavidad.

—Tranquilo, hijo mío —murmuró—. Ojalá pudiera entender las cadenas que te aprisionan en estos sueños…

7. El Murmullo Final

Muy cerca de allí, Qiaoling pasaba con una vasija de agua. Al oír el leve quejido del bebé, se detuvo. Notó que la cicatriz en su muñeca ardía con intensidad, como si la advertencia de su abuela cobrara vida. Aun así, respiró hondo y siguió su camino, decidida a no añadir más temores a la familia.

En el interior de la habitación, la luz de la luna acariciaba el rostro del niño. De pronto, entre balbuceos, soltó un susurro que resonó en el silencio:

—…re…vol…ti… —La palabra se apagó antes de formarse por completo, pero Yunqing sintió un escalofrío que le recorrió la columna.

¿Qué significaba ese extraño sonido? No lo sabía, pero la sola pronunciación se le antojaba cargada de fuerza. Fue en ese instante cuando la madre levantó la vista hacia el cielo, llena de un presentimiento inefable.

8. Bajo la Luna

Mientras todo Baishu se sumía en el letargo nocturno, el niño abrió los ojos. Por un segundo, alzó una mano en el aire, como si tratara de asir algo invisible. Fuera lo que fuese, era tan real en su mente que su gesto parecía auténticamente desesperado. Yunqing alcanzó a rozarle los dedos, uniendo por un instante sus manos.

En ese contacto, ella creyó oír un tenue tintineo de cadenas, si bien no había nada que pudiera explicar aquel sonido. El bebé se relajó de golpe, cayendo en un sueño más profundo. Yunqing, con el corazón encogido, sintió que algo más grande que ella —que toda la familia— estaba en juego.

Así, la noche cubrió con su manto la casa de los He, aunque bajo aquella aparente calma se agitaban fuerzas desconocidas. Los bambúes en el patio seguían crujiendo al ritmo del viento, y en el cobertizo, el yunque con runas desgastadas aguardaba con un silencio expectante. El destino del niño, atado a visiones industriales y un potencial marcial fuera de lo común, apenas comenzaba a perfilarse.

Y, como un presagio, el crujir de las hojas resonó de nuevo, recordando que incluso las cadenas más sólidas podrían romperse cuando llegara el momento.