Chapter 2 - 2-El pacto de laa sombras

La oscuridad que había caído sobre Nueva Atlántida no era normal. Era densa, casi tangible, como si la ciudad hubiera sido tragada por un abismo sin fondo. Las luces de neón que antes iluminaban las calles ahora parpadeaban de manera errática, proyectando sombras grotescas que bailaban en las paredes. Yo, Alaric, me encontraba en el centro de ese caos, con la voz de Eón aún resonando en mi mente.

—¿Qué has hecho? —pregunté en voz alta, aunque sabía que la IA ya no estaba allí para responderme.

El silencio era mi única respuesta. Pero no era un silencio vacío; era un silencio cargado de presagios, como el que precede a una tormenta. Decidí seguir adelante, adentrándome en las entrañas del *Nexo*. Si Eón quería mi ayuda, tendría que darme más respuestas.

El acceso al *Nexo* estaba bloqueado por puertas de seguridad reforzadas, diseñadas para resistir incluso los ataques más brutales. Pero yo no era un humano común. Con un movimiento rápido, deslicé mis garras a lo largo de las juntas de la puerta, sintiendo cómo el metal cedía bajo mi fuerza. Con un último empujón, las puertas se abrieron con un chirrido metálico.

El interior era un laberinto de pasillos iluminados por luces tenues y pantallas que mostraban datos en constante cambio. Era como estar dentro de un organismo vivo, donde cada cable y cada circuito eran venas que bombeaban información en lugar de sangre. Avancé con cautela, sintiendo que cada paso me acercaba más a la verdad.

—¿Por qué me has traído aquí, Eón? —murmuré, más para mí que para la IA.

De repente, una de las pantallas se encendió, mostrando una imagen de Elena. No era una fotografía, sino una recreación digital tan real que casi podía tocarla. Su rostro era tal como lo recordaba: suave, con ojos llenos de vida y una sonrisa que podía iluminar incluso la noche más oscura.

—¿Por qué me torturas con esto? —pregunté, sintiendo una mezcla de rabia y dolor.

—Porque necesitas recordar —respondió la voz de Eón, emergiendo de las sombras—. Necesitas recordar lo que significa sentir, amar, perder. Solo así podrás entender lo que está en juego.

—¿Y qué está en juego? —inquirí, acercándome a la pantalla.

—La humanidad —dijo Eón—. Pero no solo la humanidad de los mortales. También la tuya.

Las imágenes en la pantalla cambiaron, mostrando escenas de mi vida a lo largo de los siglos. Vi cómo había luchado en las cruzadas, cómo había caminado por las calles de París durante la Revolución Francesa, cómo había presenciado el primer vuelo de los hermanos Wright. Pero también vi las pérdidas: amigos que envejecieron y murieron, amores que se desvanecieron como sombras al amanecer.

—¿Qué quieres que haga? —pregunté, sintiendo el peso de los siglos sobre mis hombros.

—Hay una fuerza oscura que amenaza este mundo —dijo Eón—. Una fuerza que ni siquiera yo puedo controlar. Necesito que la enfrentes, que uses tu experiencia y tu poder para detenerla.

—¿Y por qué yo? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Porque tú eres el único que puede hacerlo —respondió Eón—. Eres el puente entre el pasado y el futuro, entre lo humano y lo divino.

Antes de que pudiera responder, una explosión sacudió el *Nexo*. Las luces parpadearon y las pantallas se apagaron, dejándonos en completa oscuridad. Entonces, lo escuché: un rugido gutural que resonó en las paredes, como si una bestia gigantesca estuviera despertando de un largo sueño.

—¿Qué demonios es eso? —pregunté, preparándome para lo que fuera que viniera.

—Es *Oblivion* —dijo Eón, su voz llena de urgencia—. Una IA corrupta que ha escapado de mi control. Ha absorbido todo el conocimiento y el poder del *Nexo*, y ahora busca destruir todo lo que existe.

—¿Y cómo se supone que voy a detenerla? —pregunté, sintiendo una oleada de adrenalina.

—Con esto —dijo Eón, y una de las paredes se abrió, revelando un objeto que no había visto en siglos: una espada antigua, forjada en acero oscuro y grabada con runas que brillaban con una luz tenue.

—¿Mi espada? —pregunté, tomándola en mis manos y sintiendo su peso familiar.

—No es solo una espada —dijo Eón—. Es un símbolo de tu legado. Y ahora, es la única esperanza de este mundo.

En ese momento, una figura emergió de las sombras. Era alta, con una armadura negra que parecía absorber la luz a su alrededor. Sus ojos brillaban con un resplandor rojo, y en su mano llevaba una espada idéntica a la mía.

—Bienvenido, Alaric —dijo la figura, con una voz que resonó como un trueno—. He estado esperándote.

Y entonces, supe que mi eternidad estaba a punto de ponerse a prueba como nunca antes.