Marl despertó de golpe, jadeando. Sus ojos estaban hinchados, la garganta seca y el cuerpo entumecido tras una noche de pesadillas y desvelo. Durante horas, había repasado mentalmente todas las posibilidades, todos los caminos que su hermana podría haber tomado, pero ninguno lo llevaba a una respuesta concreta.
Con un suspiro pesado, se frotó los ojos y tomó el control remoto de la mesa de noche. Subió la televisión con la débil esperanza de encontrar alguna noticia sobre Rinn.
La pantalla iluminó la habitación con un destello azul, y una voz grave resonó en el aire:
—¡Últimas noticias! El temible villano Eggface sigue sembrando el caos en las calles. Las autoridades han fracasado en contenerlo, y nuestro gran héroe, Ergos, parece habernos abandonado. La ciudad lo necesita más que nunca. Ergos, si nos estás escuchando... ¡por favor, regresa!
Marl siguió las noticias hasta el final, pero no hubo mención alguna de su hermana.
—Mierda...— murmuró, golpeando la mesa con el puño. El impacto hizo vibrar su teléfono, que cayó al suelo. Maldiciendo en voz baja, lo recogió y notó una notificación en la pantalla.
Era un mensaje de Mian:
"Marl, ayer, cuando nos pediste buscar a Rinn, Lee y yo nos separamos. Lo encontré... pero no está bien. Se encuentra muy grave. Por favor, ven a verlo".
Un escalofrío recorrió su espalda. Su corazón latió con fuerza, y sin perder un segundo, se puso un suéter sobre la camiseta arrugada de la noche anterior. Abrí la puerta de su departamento y lo que vio lo dejó sin aliento.
La ciudad estaba en ruinas.
Los edificios estaban cubiertos de hollín, las calles eran un caos de escombros y vehículos volcados. Disparos resonaban a lo lejos, y gritos de auxilio emergían entre las estructuras tambaleantes. Parecía que todos los villanos habían salido de sus escondites al enterarse de la ausencia de Ergos.
Marl se movió con rapidez, manteniéndose en las sombras. Sabía que cualquier movimiento en falso podría atraer la atención equivocada.
Al doblar una esquina, se encontró con un grupo de saqueadores rompiendo la vidriera de una tienda. No podía arriesgarse a cruzar por allí, así que optó por un atajo a través de los callejones.
Avanzaba con cautela cuando un ruido a su derecha lo hizo girar. Un hombre con el rostro cubierto por un trapo viejo emergió de entre la basura, blandiendo una navaja.
—Dame todo lo que tengas, chiquillo— gruñó el asaltante, con una sonrisa torcida.
Marl sintió un nudo en el estómago, pero no podía perder tiempo. Con un movimiento rápido, pateó un bote de basura hacia el hombre y aprovechó la distracción para salir corriendo. Atravesó los callejones sin detenerse hasta llegar al hospital.
Al entrar, se encontró con un escenario peor de lo que imaginaba. La recepción estaba repleta de heridos, algunos gimiendo en el suelo mientras los médicos corrían de un lado a otro. La falta de recursos era evidente: las camillas escaseaban, y los pasillos parecían más un campo de batalla que un lugar de recuperación.
Una doctora, con el uniforme salpicado de sangre, se acercó y lo guió por el pasillo hasta una habitación. Marl tragó saliva antes de entrar.
El olor a sangre y medicamentos lo golpean con fuerza, revolviéndole el estómago. En el centro de la habitación, sobre una camilla, estaba Lee.
—Hola, Lee...— dijo Marl con un hilo de voz.
Lee giró la cabeza y se sintió débilmente.
—Hola, Marl...— su voz era apenas un susurro—. No creo que lo logré.
—No digas eso, amigo. Los doctores harán algo...— Marl intentó sonar optimista, pero su voz temblaba.
Lee se quitó con esfuerzo y apartó la sábana. Marl sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
En el centro de su pecho había un agujero, un boquete que atravesaba su cuerpo de lado a lado. La carne alrededor estaba ennegrecida, con un tono morado putrefacto. Marl tuvo que llevarse una mano a la boca para evitar vomitar.
—Lee... eso...— susurró, tambaleándose.
Lee bajó la mirada. Sus labios temblaron antes de hablar, pero cuando lo hizo, su voz sonó firme, con un toque de desesperación.
—¡Cállate, Marl!— Las lágrimas rodaban por su rostro—. Solo te pido una cosa... ve a la Montaña Dios y grita con todas tus fuerzas: "Edgar, estoy aquí".
Marl frunció el ceño, confundida.
—Pero Lee, ¿qué...?
Antes de que pudiera terminar la frase, un sonido agudo lo congeló.
El pitido monótono de la máquina de latidos.
Marl volteó lentamente. La pantalla del monitor mostraba una línea recta.
—No... no, no, no...— susurró, sacudiendo el cuerpo de Lee—. Vamos, Lee, despierta. ¡Despierta!
Pero su amigo ya no estaba ahí.
El aire se sentía más pesado, como si el mundo entero se hubiera vuelto mudo de arrepentimiento. Marl sintió un nudo en el estómago, una mezcla de desesperación y rabia.
Solo vio cómo un doctor metía el cuerpo de Lee en una bolsa y se lo llevaban, solo para poner a un nuevo enfermo en la camilla.
En ese momento, Marl lo entendió.
Debía ir a la Montaña Dios.
Deberás encontrar a Edgar.
Sin una pizca de duda, Marl emprendió su camino hacia la montaña, subiendo con cautela por el terreno irregular. Cada paso lo acercaba a la cima, un punto plano desde donde podía divisar toda la ciudad. El aire se volvió más denso a medida que ascendía, dificultándole la respiración. Aun así, inhaló profundamente y gritó con todas sus fuerzas:
—¡Edgar! ¡Estoy aquí!
Su mirada se fijó en el cielo, esperando alguna respuesta. Nada. Solo el eco de su voz resonando en la inmensidad. Su pecho se agitó con un sollozo ahogado, y su cuerpo comenzó a temblar. La impotencia lo consume. Cayó de rodillas, golpeando el suelo con todas sus fuerzas.
—¡Edgar! ¡Édgar! Estoy… estoy aquí… —Su voz se debilitaba con cada palabra.
De pronto, escuche los pasos detrás de él. Al girarse, vio a un chico pequeño de cabello verde observándolo con una expresión serena.
— ¿Qué haces aquí, pequeño? —preguntó Marl, limpiándose las lágrimas mientras se ponía de pie.
El muchacho sonriente con dulzura.
—Vine porque escuché tus gritos.
Marl se rascó la nuca, avergonzado.
—Lo siento, niño. No quería molestarte. Solo es que… —Sus ojos se abrieron con sorpresa al notar algo inusual.— ¿Cómo… cómo subiste la montaña?
El chico soltó una risita juguetona.
—Jeje, eso no importa. Sé que llamaste a Edgar, pero en su lugar, vine yo. Me llamo Histor.
Marl sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¡Histórico! ¡Como el tercer dios del Threedial!
—Me alegra que me conozcas. —El chico dio un paso hacia adelante, clavando su mirada en Marl.— Te he estado observando.
Al escuchar esas palabras, Marl se arrodilló ante él.
—Por favor, ayúdame. Mi hermana está perdida. Mi amigo murió buscándola. Necesito tu ayuda.
Histor acarició la cabeza de Marl con un gesto tranquilizador.
—Me encantaría ayudarte, pero no puedo resolver tus problemas. Sin embargo, puedo darte el poder para que tú mismo los resultados.
Marl lo miró con duda y desconfianza, pero el dios mantuvo su mirada firme.
—El poder que te otorgo no será gratis, Marl Stimson Tial. A partir de ahora, serás mi campeón. El Campeón de Historia.
De repente, el cuerpo de Marl comenzó a brillar con una energía desconocida. Su cabello se elevó contra la gravedad, volviéndose de un color oscuro. Sus ojos, antes rosados, adquirieron un tono azul profundo.
—Este es el Cuerpo Ego, el poder que te concedo. —Histor señaló el collar en el cuello de Marl.— Este objeto será el receptáculo de tu nueva fuerza. Cuando digas "Adiós, Cuerpo Ego", el poder se desactivará.
Marl sintió su energía drenarrse por completo y cayó rendido al suelo, sumiéndose en un profundo sueño. Su respiración se volvió acompañada, sus pensamientos se desvanecieron en la oscuridad del descanso.
Histor lo observó con una sonrisa serena.
—Creo que fue demasiado por ahora. Descansa. Mañana tendrás una nueva oportunidad.
En su habitación.
El silencio fue interrumpido por el caótico sonar de una alarma, que Marl apagó de un golpe casi automático. Despertó con el cuerpo aún adormilado, frotándose los ojos sin darse cuenta de su transformación. Con un bostezo, se dirigió al baño, cuya puerta estaba abierta, y subió la luz.
Al mirarse en el espejo, sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué…? —Estirándose el párpado, observe sus pupilas, ahora de un azul intenso y brillante.— ¡Mi pelo! ¿Mi pelo es negro?
Marl tocó su cabello, confundido, hasta que su mirada cayó sobre el collar que llevaba en el cuello. Un recuerdo llegó a su mente como un relámpago: las palabras de Histor, el dios que le había otorgado este poder.
—Adiós, Cuerpo Ego —murmuró, casi como un experimento.
En un instante, su figura comenzó a cambiar. Su altura disminuyó, sus rasgos faciales y físicos volvieron a la normalidad, y su cabello y ojos recuperaron su tono rosa pastel. Marl se observó en el espejo, asombrado.
—Wow… —susurró, y luego, con una sonrisa de complicidad hacia su reflejo, dijo—: Hola, Cuerpo Ego.
Su cuerpo volvió a transformarse. El azul intenso volvió a sus ojos, y su cabello se oscureció de nuevo. Esta vez, una idea brilló en su mente. Colocó su mano sobre la puerta del baño y, con un leve esfuerzo, la arrancó de la pared como si fuera papel.
—Esto es… increíble —murmuró, dejando la puerta a un lado. Desactivó el Cuerpo Ego y se quedó mirando el collar que colgaba de su cuello.— Con que este es el poder del que me hablabas, dios…
De repente, una explosión retumbó a sus espaldas, sacudiendo las paredes de su apartamento. Marl giró hacia la ventana, donde una columna de humo se elevaba en el horizonte.
—Creo que a esto te referías con ser tu campeón —dijo en voz baja, apretando el collar con determinación.— El Campeón de Histor… un héroe.