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Chapter 4 - inicio de la leyenda

Una voz burlona y melodiosa resonaba en la penumbra, como una canción macabra que se arrastraba entre las piedras frías de la celda.

—Te mataré, te mataré. Tu cabeza comeré, tu cuerpo enterraré, tu sangre beberé y tus órganos venderé. Te mataré, te mataré...

El eco de aquellas palabras se mezclaba con el goteo lejano del agua estancada y el crujir de las ratas entre los escombros. El hedor a humedad y descomposición impregnaba cada esquina. Mi estómago ardía con un dolor punzante y el sabor metálico de mi propia sangre inundaba mi boca. Al intentar moverme, un escalofrío recorrió mi espalda: las cadenas frías mordían mis muñecas.

—Oh... Por fin despierta el bello durmiente. —murmuró una voz ronca.

Abrí los ojos con esfuerzo y parpadeé, tratando de distinguir la silueta que se perfilaba en la oscuridad. Un hombre de rostro demacrado y barba descuidada me observaba con una ceja en alto. Sus grilletes tintineaban cada vez que movía las manos.

—¿Dónde estoy? —Mi voz salió raspando mi garganta en un dolor pulsante.

Él esbozó una sonrisa torcida y señaló con un leve movimiento de cabeza una ventana tapiada por barrotes oxidados.

—Bienvenido a la prisión de Narnest, chico.

Mis pensamientos eran un torbellino confuso. Apenas recordaba qué había pasado antes de despertar en aquel infierno.

—¿Tú... sabes por qué me encerraron? —pregunté, sintiendo la garganta arder con cada palabra.

El prisionero se encogió de hombros, las cadenas arrastrándose con un sonido metálico.

—Escuché a los guardias murmurar algo. Según ellos, eres un "vendido" que quería atacar a la princesa kimono. —como si estuviera apunto de contar un chiste rio a carcajadas. — Pero el caballero valdor te inmovilizo antes que concretarlo.

Me enfureció su tono, al intentar levantarme Intentando incorporarme, sentí como una cadena alrededor de mi cuello se tensó y me obligó a retroceder. Tosí, sintiendo la piel arder bajo el hierro.

Aquel preciare rio.

—Tranquilo, muchacho. Sé que no eres un vendido.

—¿Un vendido...? ¿Qué es eso?

El hombre soltó una carcajada áspera, rascándose la cabeza con una mano encadenada.

—Vaya, sí que eres un ignorante. Los vendidos son aquellos que han permitido que el kio los corrompa... Pero no el kio normal, con ese nacemos todos. —Hizo una pausa, observándome con detenimiento—. Cuando alguien abusa de su kio y gasta más del que posee, su alma se fragmenta y, a cambio, obtiene un poder descomunal. Dicen que un vendido puede igualar la fuerza de tres soldados clase cuatro.

Lo miré con incredulidad. Nada de eso tenía sentido para mí.

—¿Kio...? —repetí.

El prisionero abrió los ojos de par en par, llevándose las manos al rostro en un gesto exagerado.

—¡No me jodas! ¿Cómo no sabes qué es el kio? —Se estiró la piel de la cara, como si el asombro lo retorciera por dentro—. El kio es la esencia misma del mundo, la energía que fluye en todas las cosas.

Se inclinó y recogió una piedra del suelo mohoso.

—Incluso esta roca tiene kio. Mira —susurró.

La piedra se elevó levemente en el aire... pero cayó casi al instante.

—Mi kio es de control —explicó con una mueca—. Como impregné la piedra con mi kio, pude manipularla... por un segundo. No soy un talento con el kio.

Mis pensamientos eran un mar de preguntas.

—¿Existen otros tipos de kio? —pregunté, intrigado.

El prisionero mostró una sonrisa ladeada, llena de ironía.

—Por supuesto. El mío es el más común... y, para colmo, ni siquiera soy bueno usándolo. Pero hay otros con talentos excepcionales, como el primer monarca de Narnest o la mismísima princesa Kimono. Esos son monstruos con apariencia humana.

Dibujó símbolos en el polvo del suelo con un dedo huesudo.

—Dicen que el primer monarca podía mover el mundo entero con su kio de control... pero bah, son solo leyendas.

—¿Y la princesa Kimono? —pregunté.

Él sonrió, pero no era una sonrisa agradable. Su tono al hablar parecía irritado. Algo rencoroso.

—aunque no se deja ver mucho sé que ella tiene un kio de creación momentánea.

—¿Cómo lo sabes? —Mi desconfianza se hizo evidente.

El hombre inclinó la cabeza con un destello burlón en la mirada.

—¿Has oído hablar de Veyker?

Negué con la cabeza. Su sonrisa se ensanchó.

—Se nota que eres un niño perdido. Veyker es un cazarrecompensas. Él intentó asesinar a la princesa Kimono... y falló.

Mi cuerpo se tensó de inmediato.

—No me digas que tú...

Él soltó una carcajada amarga. Sus ojos, hundidos y sombríos, reflejaban algo más que simple maldad: reflejaban resignación.

—Sí, chico. He matado a muchos... No sientas lástima por mí.

Apreté los puños. Su historia me repugnaba, pero, al mismo tiempo, algo en su tono me hizo estremecer.

—Esa cara de muñeco y esos ojos rosas... ¡me sacan de quicio! —continuó, con un gruñido bajo—. No necesito tu compasión. Lo único que importa es que aquí creen que eres un vendido. Y en este lugar, eso significa que tarde o temprano vendrán por ti... para matarte.

Un golpe resonó en la puerta de la celda, seco y metálico, como el anuncio de una sentencia.

Mi corazón se encogió en mi pecho.

—Vaya, vaya... parece que la muerte llega puntual. —murmuró el prisionero con una sonrisa torcida.

Las bisagras rechinaron cuando la puerta se abrió lentamente. Instintivamente intenté retroceder, buscando la penumbra como refugio, pero las cadenas tiraron de mi cuello, negándome la escapatoria. El sonido de botas pesadas retumbó en el pasillo, cada paso resonando como un martilleo en mi cráneo.

Entonces lo vi.

Un caballero imponente, con el cabello negro cayéndole sobre los hombros y una mirada helada como una noche sin luna, sujetó mi cadena con una sola mano y tiró de ella con un chasquido. Sentí cómo la argolla en mi cuello vibró antes de ser arrancada brutalmente de la pared.

—¡Ey, Jon! —saludó con burla aquel prisionero, vi a mi compañero de celda saludar con tanta familiaridad aquel caballero. —Viejos amigos, cuando lo maten mándame su cabeza, sabes que esa es mi parte favorita.

—Cállate, basura —gruñó el caballero con desprecio.

Se acercó al prisionero sin vacilar y, con un movimiento brutal, hundió su bota en su estómago con tal fuerza que lo atravesó como si su carne fuera papel mojado.

El prisionero soltó un estertor de sorpresa y dolor, su risa sádica ahogándose en un borbotón de sangre. Solo pudo voltear y verlo a los ojos una ultima vez. Su boca goteaba de sangre y aun así mostraba una sonrisa.

—Alguien de tu calibre no tiene derecho a darme órdenes, escoria. —sus últimas palabras eran frías, como si ese toque de humor nunca pudiera desaparecer.

Sin una pizca de emoción, el caballero retiró su pierna del cuerpo moribundo y, con un gesto casual, aplastó su cabeza contra el suelo, como quien destroza un huevo podrido.

La sangre salpicó las piedras.

Antes de poder procesar lo que acababa de suceder, el caballero me arrastró fuera de la celda y me arrojó sin esfuerzo a un amplio salón de armas. Caí de bruces sobre el suelo frío.

—Tienes dos horas para prepararte —anunció con su tono burlón, disfrutando de la desesperación en mi rostro—. Elige lo que quieras.

Me puse de pie con dificultad, observando el desastre que me rodeaba. Estantes oxidados, armas maltrechas, espadas sin filo, armaduras abolladas... cada objeto parecía más inútil que el anterior.

Suspiré con frustración, pasando la mano por la hoja de una espada, solo para confirmar que tenía menos filo que un cuchillo viejo.

—Mierda...

Al final, tomé lo mejor que pude encontrar: una espada apenas funcional, una armadura con menos hoyos que las demás.

El tiempo pasó como una brisa gélida antes de que la puerta volviera a abrirse.

La luz del sol me golpeó los ojos.

Parpadeé varias veces hasta que mi vista se adaptó. Entonces lo vi: el rugido del público, el olor a arena y sudor, la inmensidad de un coliseo donde el destino de los condenados se decidía a golpes de espada y sangre derramada.

Una voz atronadora llenó el aire.

—¡Hoy presenciarán una batalla especial! —gritó un enano desde lo alto, con una voz tan potente que parecía sacudirme los huesos—. ¡Nuestro honorable caballero Jannesss contra una escoria, un vendidooooo!

El coliseo vibró con vítores y burlas.

Frente a mí, un caballero pelirrojo se alzaba con una armadura reluciente y una espada colosal que llegaba hasta su cintura.

No hubo señal de inicio.

No hubo tregua.

Jannes se lanzó sobre mí con una velocidad sobrehumana, su espada descendiendo como un relámpago.

Instintivamente alcé la mía para bloquear, y un impacto estremecedor recorrió mis brazos hasta mis huesos. Mi hoja tembló, pero resistió.

—Hola, vendido —murmuró con una sonrisa torcida.

Su espada se elevó de nuevo en un giro letal.

Desesperado, alcé mi arma para interceptarlo, pero esta vez el filo de su espada partió la mía en dos como si fuera de madera podrida.

Un ardor abrasador recorrió mi mejilla.

El filo de su espada había rozado mi piel, dejando una delgada línea roja.

Retrocedí de un salto, con la respiración agitada.

Jannes se echó a reír.

—¡Ja! Impresionante. El sacrificio de tu alma te ha dado más poder del que esperaba. Te pondría en clase dos o tres, como mínimo.

Sus ojos brillaban con sadismo mientras adoptaba una postura de ataque.

Yo, en cambio, me sentía perdido. No tenía armas. No tenía defensa. No tenía salida.

—¡Espera, por favor! —grité, arrojando la empuñadura rota de mi espada al suelo.

Acepté mi destino.

Oí su salto, sentí la tierra temblar bajo su impacto.

El polvo se elevó en una cortina espesa.

Entonces, algo en mi interior rugió.

Mis puños se apretaron.

Un calor extraño recorrió mis venas.

Mi brazo vibró con una intensidad desconocida.

—¡No! ¡Yo no moriré aquí!

Con todas mis fuerzas, lancé un golpe al aire.

El estruendo que siguió no provenía de mí.

El polvo se despejó, revelando una silueta imponente entre la bruma.

Aquel caballero que me había topado e la evitación de la princesa estaba entre medio de nosotros dos, mi golpe había hundido su armadura, pero no lo inmutaba, permanecía con una confianza inquebrantable.

Sostenía la espada de Jannes con una sola mano.

—Un vendido no tiene la posibilidad de hablar —dijo con una sonrisa calmada, sin esfuerzo alguno.

Jannes se quedó paralizado.

Pero solo por un instante.

Con un rugido de furia, soltó su espada y se lanzó sobre mí con un cuchillo en la mano.

El frío del acero perforó mi pecho.

Un dolor punzante me recorrió por dentro mientras un aura azul brotaba del arma, atravesándome de lado a lado.

Mis fuerzas flaquearon.

La vista se nublaba.

Caí de rodillas.

—Mierda... —susurré, sintiendo cómo la sangre me llenaba la boca.

Jannes sonrió, triunfante.

Pero su victoria duró un solo segundo.

El caballero de armadura oscura se movió como un relámpago.

Con una patada devastadora, lanzó a Jannes por los aires, estrellándolo contra el suelo con un impacto brutal.

Antes de que mi cuerpo tocara la arena, una mano fuerte me sostuvo.

Su agarre era firme, pero no agresivo.

—Tranquilo, niño —susurró—. No te dejaré morir.

Mis párpados se cerraron.

El frio de los guantes metálicos helaba mi piel hasta que lo deje de sentir.

Al poco de recuperar mi conciencia sentía estar sobre algo muy suave. al abrir mis ojos, era una cama echa de piel de animales.

mis heridas parecían haberse desvanecido.

Al levantarme vi mis cosas puestas a un lado, encima de un cajon. Me coloque la ropa, viendo el gran agujero que atravesaba mi camiseta.

A mis espaldas escuche el rechinar de las bisagras, una joven chica de pelo y ojos azules como el cielo se asomaba. Su traje parecía el de un mayordomo barón tradicional. Pero sus dos coletas, cada una colocadas de cada lado de su rostro delataban su género.

En sus manos tenía un tazón de plata.

—la princesa kimono me ordeno darle este presente. —abriendo el tazón de plata. Una camisa blanca de botones se dejaba relucir. Finamente doblada. —su camiseta fue arruinada por el cabañero Jannes y la princesa pensó que el blanco le quedaría bien con el color de su pelo.

Sostuve la camiseta con ambas manos, extendiéndola al aire.

—sabemos bien el trato que recibió. —inclinándose al frente, bajando la cabeza. Dijo con una voz chillona. —lamentamos el trato que le dimos. Discúlpenos, pensamos que era un vendido.

La mire con pena, era una pobre chica que obligaron a disculparse por todos. Seguramente ella no quería arriesgarse a ver si de verdad era un vendido, debieron haberla obligado a verme.

—¿por qué enviaron a una simple sirvienta a ver a un posible vendido? —pregunte intentando ser amable.

Ella reacomodo su postura, sus pómulos parecían enrojecidos. Lagrimas resbalaban por ellos. ¿de verdad sentía pena por mí situación?

—mi nombre es finn. —dijo limpiándose las lágrimas de los ojos. —el monarca quiere hablar con usted.

Su mirada por alguna razón bajo. ¿No era bueno?, me coloque la camiseta blanca. Al salir vi a finn esperándome afuera. La cual me tomo de la mano y me guio asea el salón principal. Su aroma era dulce. Pero el castillo entero olía a polvo y antigüedad.

Al llegar al salón ella me soltó inclinándose frente al monarca. Su trono era imponente. Era dorado. Tan puro era el oro que veía mi reflejo. El hombre parecía tener una edad mayor. Su barba marrón perfilada a cero junto a su larga melena y corona brillante. Mostraba mucho cuidado comparándolo con los sibiles del coliseo.

—joven peli rosa. Lamentamos mucho el trato que os demos dado. —chasqueando los dedos, un grupo de guardias entro, cargando dos bolsas grandes. —esas bolsas contienen doscientas monedas de bronce plateado. Lo suficiente para que vivas dos siglos sin problemas.

Una gota de saliva se desbordo por mi boca, pero un estruendo se escuchó detrás. La puerta de metal puro había sido azotada contra la pared. Era aquel caballero que me salvo la vida: valdor.

Llego enfrente del trono. Arrodillándose a la que ahora parecía una pequeña figura del monarca.

—mi señor. Le pido como favor que no deje ir a este joven.

al escuchar esas palabras un nudo se izó en mi garganta. ¿Qué hice?, ¿por qué no me quieres dejar ir?

—este guerrero fue capaz de pelear con el caballero jannes, a pesar de su delgado y escuálido cuerpo, tiene una fuerza descomunal. —encajando su aspada al suelo. —déjeme entrenarlo y volverlo un guerrero enfrente de las filas de narnest

—valdor entiendo lo que dices. —apunando a las bolsas de bronce. —dejaría que lo entrenaras, pero no creo que el joven quiera dejar pasar esta oferta.

Levantándome del suelo.

—no se preocupe me quedo con las bol…—en ese intente donde intente aceptar el dinero, ese enorme saco de músculos me interrumpió.

—piénsalo bien, muchacho. —desenterrando su espada. —no quieres la fuerza para defenderte, tener el poder de ayudar.

Sus palabras no me llegaban, ya fui un héroe. Ese tipo de cosas ya no son de mi interés.

—no te gustaría tener la fuerza de recuperar aquello que se te fue arrebatado. Una gema preciosa, un arma legendaria o alguien de tu familia.

Que, que fue eso. Sentí como mi corazón dio un latir más fuerte. Mi mandíbula se apretaba. Como este idiota lo sabría, solo adivino.

Sentí como el tiempo se pauso. Todo a mi alrededor era gris. Y con un caminar como la caperucita roja se apareció ese dios. Histor.

—¿a qué vienes? —le pegunte mostrando mi hostilidad hacia él.

—y ese tonito. —rio ligeramente. —veo que estas en una decisión muy fácil. Tomar el dinero y vivir feliz el resto de tu vida. —ates de dejarme hablar el dios me callo. Sacando de su bolsillo lo que parecía una canica. —póntelo en el ojo.

Al ceder vi a mi hermana, alado de otro dios.

—lo que vez, es el dios jouny sama con tu hermana. —quitándome la canica de la mano, la apretó con tanta fuerza hasta hacerla polvo. — También es el dios que robo el cuerpo ego. —reacomodándose el peinado asía atrás. —marl. Como último pedido, vuélvete más fuerte, salva a tu hermana y mata a jouny sama en el acto.

—tu no puedes asarlo, dios idiota.

—entre dioses ay reglas, un dios no puede matar a otro. Para eso son los campeones. —mostrándome una sonrisa burlona. —al menos que quieras que tu hermana viva como una miseria sirviendo a un asesino por la eternidad. vuélvete más fuerte.

Justo en el clavo. El tiempo volvió a su normalidad. Mire por última vez las bolsas de bronce. Dos siglos es mucho, moriría antes de acabármelo. Trague saliva.

—¿qué tan fuerte me arias? —le pregunte aquel caballero.

Me mostro una sonrisa llena de confianza.

—lo suficiente para ser un campeón.

Reí, es como si todo lo planeara aquel dios idiota. Ya sé cómo recuperar a mi hermana. Es lo que importa. Solo toca ser más fuerte.

—monarca. ¿No puedo elegir el dinero y el entrenamiento?

—el dinero se usaría en tu entrenamiento, armas que usaras y armaduras que destrozaras.

solte un aire en forma de risa por última vez. No todo es perfecto.

Me aleje del dinero. Dándole la mano aquel gigante hombre.

Tal vez a esto te referías con darme el poder para lograrlo. Eres un dios idiota, pero te respeto por eso.

En este mundo de espadas y escudos entrenare. Me volveré más fuerte y salvare a mi hermana, esto es solo un escalón para lograr mi objetivo.

—Marl stimson. Este es el inicio, el inicio de tu leyenda. De la leyenda de marl—dijo el dios histor alejándose del castillo asía un sitio desconocido.