El día después de la declaración de guerra fue diferente. Londres, aunque igual de ruidosa, parecía estar cubierta por una capa invisible de tensión. La gente hablaba más bajo, los rostros estaban más serios, y los periódicos volaban de mano en mano, devorados por ojos ansiosos.
Yo estaba sentado en el banco de un pequeño parque cerca de casa, tratando de encontrar algo de paz, pero mi mente no se quedaba quieta. Todo lo que podía pensar era en la guerra, en las expectativas de mi padre, en las palabras de mis amigos… y en mi miedo.
"No puedo hacerlo," murmuré para mí mismo, mirando mis manos temblorosas.
"¿Qué no puedes hacer?"
La voz me sobresaltó. Levanté la vista y vi a un hombre mayor, bien vestido, con un sombrero oscuro y un bastón de madera. Tenía un aire amable, pero sus ojos parecían demasiado atentos, como si pudieran ver más allá de lo evidente.
"Ah… nada importante," respondí, tratando de quitarle importancia.
El hombre se sentó a mi lado sin pedir permiso, como si fuera lo más natural del mundo.
"No pareces alguien que no tiene nada importante en mente," dijo con una sonrisa. "Dime, ¿te preocupa la guerra?"
"¿A quién no?" respondí, encogiéndome de hombros. "Es imposible no pensar en ello cuando está en todas partes."
El hombre asintió lentamente. "Es cierto. Pero no todos ven la guerra de la misma manera. Algunos la ven como una tragedia, otros como una oportunidad."
"¿Oportunidad para qué? ¿Para morir?"
El hombre rió suavemente, aunque no había alegría en su risa. "No, muchacho. Una oportunidad para cambiar las cosas. Para convertirse en algo más grande que uno mismo."
Sus palabras me hicieron recordar a George y William, con su entusiasmo casi infantil. Pero este hombre no tenía esa energía juvenil. Su tono era calculador, como si supiera más de lo que decía.
"¿Y tú?" preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí. "¿Qué es lo que deseas? ¿Qué estarías dispuesto a hacer por ello?"
"No lo sé," dije con sinceridad. "Solo quiero que todo esto desaparezca. Quiero que mi familia esté a salvo, que las cosas vuelvan a ser como antes."
El hombre me miró en silencio durante unos segundos antes de hablar. "Si te dijera que hay una manera de asegurarte de que tu familia esté a salvo, ¿estarías dispuesto a escucharme?"
"¿Qué quieres decir?" pregunté, sintiendo un nudo formarse en mi estómago.
"Ven conmigo," dijo, poniéndose de pie. Señaló una pequeña tienda de té al otro lado de la calle. "Solo quiero hablar. Prometo que no tomará mucho tiempo."
Entramos a la tienda, que estaba casi vacía. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, y el hombre pidió té para ambos. Mientras esperábamos, sacó una foto de su bolsillo y la colocó frente a mí.
Era mi familia. Mi padre, mi madre, Thomas, y yo. La foto había sido tomada en el jardín de nuestra casa.
Sentí que la sangre se me helaba. "¿De dónde sacaste eso?"
"No importa," respondió, con una calma perturbadora. "Lo que importa es que quiero ayudarte a protegerlos."
"¿Qué quieres de mí?" pregunté, tratando de mantener mi voz firme.
El hombre sacó otro objeto de su bolsillo: una pistola pequeña, negra y brillante. La colocó sobre la mesa, cubierta por una servilleta.
"Quiero que te alistes en el ejército del Reino Unido," dijo, como si estuviera pidiéndome un favor cualquiera. "Y cuando estés en el frente, quiero que hagas algo por mí."
"¿Qué?"
"Quiero que elimines a tantos enemigos como puedas. Pero no debes ser descubierto. Nadie debe saber que estás trabajando para mí."
Me quedé mirándolo, incapaz de procesar lo que acababa de decir. "Eso es una locura."
El hombre sonrió. "Es supervivencia. Mira, sé que esto es mucho para ti, pero piensa en lo que está en juego."
Abrió un maletín que había traído consigo y lo giró hacia mí. Estaba lleno de dinero, más de lo que había visto en toda mi vida.
"Esto es tuyo si aceptas. Y no te preocupes, me encargaré de que tu familia esté protegida mientras cumples con tu misión."
"Esto no puede estar pasando," murmuré, sintiendo que el pánico comenzaba a apoderarse de mí.
"Badoman, escucha," dijo el hombre, inclinándose hacia mí. "Si dices que no, me veré obligado a buscar otras maneras de asegurarme de que cooperes. Y créeme, esas maneras no te gustarán."
Miré la pistola, el dinero, y luego la foto de mi familia. Mis manos temblaban, y sentía como si el aire en la habitación se estuviera agotando.
"No puedo hacer esto," dije, sacudiendo la cabeza. "No puedo."
"Sí puedes," respondió el hombre, con una firmeza escalofriante. "Porque sabes que no tienes otra opción."
Cuando finalmente salí de la tienda, sentí que el mundo giraba a mi alrededor. Caminé sin rumbo, tratando de procesar lo que acababa de ocurrir.
"¿Cómo se supone que haga esto?" me pregunté en voz baja. "¿Cómo?"
Pero no tenía respuestas. Solo miedo, culpa, y un peso insoportable sobre mis hombros. La guerra ya no era algo lejano. Ahora estaba dentro de mí, en mi mente, en mi alma. Y no podía escapar.