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Chapter 23 - Capítulo 22: Humanos ante lo desconocido

Por un instante, sentí que el tiempo se ralentizaba a mi alrededor.

El entorno era moderno: escritorios alineados con precisión, sillas de respaldo rígido, estanterías llenas de libros organizados con un orden artificial. El piso de cerámica reflejaba la luz amarilla del techo, proyectando sombras tenues bajo los muebles. En mis recuerdos, antes solo había tierra, piedras o el pavimento irregular de algún puesto improvisado.

Los humanos han cambiado con el tiempo. O al menos su mundo lo ha hecho. Ahora hay casas modernas; antes eran de paja o dormían al aire libre. Antes había caníbales en ciertos lugares y épocas. Ahora, en teoría, no.

Pero la jerarquía sigue intacta. Algunos acumulan más, otros apenas sobreviven. Siempre ha sido así.

¿Cómo sé esto?

La pregunta me golpeó de pronto. No recordaba haberlo aprendido, pero lo sabía. Como si fuera un eco antiguo dentro de mí.

Y luego estaba ese sonido… Hum.

¿Por qué lo hacía? ¿Era un reflejo aprendido? ¿Un intento de imitar? No lo entendía, pero ahí estaba.

No importaba ahora. Quería ver qué diría el más experimentado. Esos humanos llamados psicólogos.

Pensé todo esto en cuestión de segundos. Supongo que es normal. Tal vez mi mente funciona a una velocidad distinta. No estoy seguro.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Lo dices porque no sabes, por curiosidad, o porque lo sabes y quieres ver cuál será mi respuesta? —dijo Javier con voz firme, aunque con un matiz desafiante.

Excepcional. Su aura vibraba con curiosidad. Es el primero aquí que parece manejar múltiples posibilidades en su mente… y que percibe las mías.

—Las tres —respondí, sin apartar la mirada.

Entonces, como si una señal invisible hubiera recorrido la sala, los demás comenzaron a moverse. Primero uno, luego otro, y después todos, levantándose con manos sudorosas y posturas tensas.

Elvi y Cristina me dedicaron una última mirada antes de salir.

Javier, en cambio, permaneció en su asiento. Su expresión cambió. Ahora sus ojos recorrían mi rostro con un análisis más profundo, buscando algo más allá de lo evidente.

—Escucha, Marcos. Estoy aquí para ayudarte, no para hablar de cosas personales mías… pero puedo hacer una excepción contigo —dijo, levantando ligeramente la mano que reposaba en su rodilla.

He oído esa excusa demasiadas veces antes.

Lo observé en silencio.

—Le intriga mi persona —afirmé sin bajar la mirada.

Javier no respondió de inmediato. Su mano se cerró ligeramente sobre su rodilla.

—No me ve como un niño, ¿verdad? —continué, con la voz neutra—. Para usted, solo soy un experimento.

El silencio se extendió entre nosotros. Un segundo, dos. Luego, Javier exhaló despacio.

—No. Pero admito que me intrigas. No he tenido un paciente como tú. Si tú me contestas, yo haré lo mismo. Aunque sé que no dirás nada hasta que yo lo haga primero.

¿Es este un psicólogo humano?

Desde que entré, noté el vidrio oscuro en la pared. Apenas visible, pero lo suficiente para saber que no estamos solos.

Siento sus miradas. No los veo, pero están ahí, anotando cada palabra, cada gesto. Evaluándome.

Para ellos, soy solo un conjunto de datos por descifrar.

Lamentablemente para ellos, yo no existo y, a la vez, sí. Esa es mi dualidad.

—Javier, puedo ver que los otros psicólogos nos están estudiando. No los veo literalmente, pero sé que están detrás de ese vidrio oscuro. —Señalé el vidrio con el dedo.

Javier alzó la mano, un gesto mínimo, casi automático. Su forma de confirmar que ya lo sabía. Él pregunta, yo respondo. Está bien.

Dio en el blanco. Su expresión vaciló por apenas un segundo, pero fue suficiente para que Marcos lo notara.

No debía sorprenderlo, y sin embargo, apretó los labios.

Ese detalle solo lo conocían los presentes. Lo habían preparado con precisión, una ilusión bien calculada… y él la derrumbó con una simple frase.

Inconscientemente, se inclinó hacia adelante, como si acercarse al niño le permitiera entenderlo mejor.

Este niño es un caso especial. No encaja en ninguna categoría. He conocido niños talentosos, incluso prodigios, pero él es diferente. Es como si, al entrar en la habitación, ya tuviera el control.

Además, supo que Elvi, Cristina y mis compañeros estaban en la otra habitación observándonos, sin que nadie se lo dijera.

Ahora solo me mira, esperando mi respuesta.

¿Por qué me siento expuesto? Intento mantener la compostura, pero mis dedos juegan con el bolígrafo antes de que lo note. ¿Acaso esto es nerviosismo?

Marcos se ajustó la ropa con movimientos exactos. Pantalones azules, zapatos negros lustrados, camisa roja de manga larga metida con precisión dentro del pantalón. Sin una arruga fuera de lugar.

No es un simple acomodo. Es un acto calculado. Preciso. Metódico.

Le gusta el control.

—Primera pregunta, Marcos: ¿cómo sabes tanto? ¿De dónde viene todo ese conocimiento? —preguntó Javier con una voz medida, como si la respuesta de Marcos pudiera revelar más de lo que el niño dejaba ver.

Pero Javier no estaba preparado para la respuesta. Marcos simplemente respondió con honestidad.

—No lo sé. Solo lo sé. ¿Usted cómo sabe lo que sabe?

Javier sintió un leve mareo, como si las palabras de Marcos hubieran alterado algo en su mente, aunque no supiera exactamente qué.

¿Era una respuesta o una paradoja?

Finalmente, después de unos segundos de silencio, Javier contestó.

—Yo estudié, y por eso sé lo que sé —respondió, pero se podía notar en sus pestañeos pesados que algo estaba ocurriendo.

Mientras tanto, la mente de Marcos estaba en otro lugar. No se daba cuenta del impacto que provocaba en el psicólogo.

Me aburrí. Desvié la mirada al reloj de la pared. Las 12:00 en punto. Yamileth llegará en unas horas. Hum...

La voz de Javier sacó al chico de sus pensamientos. Quería reafirmar la dinámica que había mencionado antes.

—Serán cinco preguntas, pero con las tuyas serán diez, como acordamos. Segunda pregunta: ¿cómo te sientes en los lugares? Aquí, en casa, en la calle. ¿Tienes problemas? ¿Te dicen algo? ¿Te hacen algo o haces algo?

—Siempre estoy solo, pero no me siento solo. Y no, no es un mecanismo. Simplemente soy así desde siempre. Usted se siente solo, ¿verdad? Puedo ver que a veces está bien y otras veces no.

Un vacío pesado llenó la sala.

Javier no respondió de inmediato. Ni siquiera parpadeó.

Javier se sentía extraño. Sus manos sudaban, un escalofrío le recorría la espalda. Pero la verdadera pregunta era: ¿se debía a Marcos?

¿O tal vez porque lo que dijo el niño era cierto?

Javier entrecerró los ojos, evaluando la pregunta con detenimiento antes de hablar.

—Sabes cosas que normalmente se aprenden con estudio. ¿Lees libros? ¿Ves televisión?—Y sí… —exhaló suavemente— soy humano. A veces bien, a veces no. Es lo normal.

Marcos estaba en paz, pero en su mente resonaba una verdad absoluta.

Entiendo su punto. No busca llevarme la contraria, solo hacer que me sienta seguro y me abra. Pero hay algo que no entiende: yo no siento nada. Literalmente, nada.

Él lo anotará en su libreta, y los demás, en la otra habitación, escribirán que no identifico mis emociones. Dirán que tengo un vacío existencial, un bloqueo emocional o algún mecanismo de defensa. Pero no es nada de eso. Yo, Marcos, no siento nada.

El niño volteó a ver los libros ordenados en el salón. Con una voz meditada, habló:

—No leo libros. En este país, El Salvador, no todos pueden darse el lujo de estar en una biblioteca. Sí veo televisión. Es extraño, como un portal o algo así… pero Goku me interesa. ¿Y a usted?

Esa respuesta dejó una luz en la oscuridad que veía en el niño. El psicólogo comenzó a ver en Marcos una señal de esperanza… o al menos eso quería creer.

Vaya, al menos parece un niño normal. Le gusta la caricatura Dragon Ball. De ahí aprendió lo del portal... ¿o tal vez no?

Marcos ha mostrado signos de ser un niño normal, pero parece bloquear sus emociones de forma inconsciente. O eso quiero pensar, porque si lo está haciendo a propósito, entonces está entrando en un terreno muy peligroso.

Lo anotaré en mi libreta, pero algo no encaja. Se supone que debo hacer que se abra, pero… ¿y si ya lo está? Entiendo…

Javier quería seguir escarbando, buscando una grieta en el niño.

—Tercera pregunta: ¿cuándo te enojas o estás alegre? ¿Cuándo y cómo sucede?

Marcos respondió con naturalidad.

—No sé qué quiere decir con su pregunta. ¿Habla de mis emociones, sentimientos… nociones? Si se refiere a esos sistemas, no lo sé. Podría decir que no siento nada o que nunca los he sentido, pero sería mentira. Tal vez lo hago inconscientemente. Por ende, no tengo una respuesta. Pero si quiere una, sería que no siento eso.

Marcos nunca se inmutaba. Mantenía la mirada fija en Javier, y eso empezaba a pesar en la mente del psicólogo.

—Entiendo. No identificas tus emociones. Podemos empezar a trabajar en ello —dijo Javier, escribiendo en su libreta.

Entonces Marcos miró hacia el techo. Un ventilador giraba sobre ellos, pero no era el ventilador lo que estaba observando.

El niño bajó la mirada hacia Javier, fijando sus ojos en los de él. El psicólogo sintió un peso mayor, como si le hubieran puesto un saco de maíz sobre los hombros. El ambiente se tornó tenso.

Marcos rompió el silencio.

—No, gracias. Eso vendrá con el tiempo. Que nuestro Creador haga lo que sea mejor para todos.

En el momento en que el niño mencionó a su Creador, la luz amarilla parpadeó, proyectando una sombra alargada detrás de Marcos, moviéndose en dirección contraria a la luz. Javier parpadeó varias veces, intentando convencerse de que era solo su mente jugándole una mala pasada.

El aire se volvió más denso. A Javier le costaba respirar, como si la presión en la habitación hubiera cambiado. Sus latidos retumbaban en sus oídos. Apretó el bolígrafo con más fuerza.

Creador… ¿habla de Dios? ¿O de algo más, como el universo? Sea lo que sea, no diré nada. No quiero incomodarlo.

Pero, como si hubiera escuchado esos pensamientos, Marcos habló. Su voz sonó extrañamente profunda, con un matiz que no pertenecía a un niño.

—Hablo de nuestro Creador, Dios. No de esas cosas del universo, ni de algo más grande o de las estatuas de yeso —dijo Marcos.

Las luces parpadearon más lento, como si su presencia controlara el ritmo en la habitación.

Javier tragó saliva y miró a Marcos, buscando en su expresión algún indicio de que hubiera notado su reacción. Nada. El niño seguía allí, inmóvil, con la misma mirada fija.

Un escalofrío recorrió la espalda del psicólogo cuando las palabras escaparon de sus labios casi sin pensarlo:

—¿Acabas de leer mi mente...?

Su mirada se desvió hacia el vidrio oscuro. En su reflejo, notó algo inquietante: su propia silueta estaba borrosa, como si no perteneciera completamente a ese lugar.

Pero… ¿cómo era posible, si el vidrio apenas se podía ver?

Marcos respondió con la misma calma de siempre, sin emoción alguna en su voz.

—Sí, se la acabo de leer.

El ambiente se volvió aún más denso. Javier sintió un leve mareo, como si el suelo temblara bajo sus pies, aunque todo seguía en su lugar. Sus manos estaban frías, pero en su espalda corrían gotas de sudor.

—Y ahora —continuó Marcos—, como acordamos, responda mis preguntas, que no ha contestado.

Javier apretó los dientes. Era un hombre inteligente, metódico. Pero no esperaba que Marcos hubiera notado ese pequeño detalle. Un niño normal lo habría pasado por alto.

—Eres más de lo que aparentas —admitió finalmente, bajando las manos de sus rodillas—. Incluso te disté cuenta de que no respondí en mi turno. Dime, ¿hay algo más que sepas y que no me hayas dicho?

Las luces parpadearon una última vez y luego quedaron fijas. La sombra detrás de Marcos se comprimió de golpe, encajando con la forma de su cuerpo.

Los ojos de ambos se encontraron en un duelo silencioso.

Ninguno apartó la mirada.

Javier sintió que su cuerpo pesaba más de lo normal, como si algo invisible presionara sobre él. Respiró hondo, pero el aire era espeso. No debía perder el control. No ahora.