Los demás psicólogos se alarman al ver mis respuestas. No los miro, pero sus emociones me alcanzan de todos modos.
Hum… Estoy aburrido. No es que realmente lo sienta, pero es la palabra que mejor lo describe.
Javier está inquieto. Traga saliva con dificultad. Su aura, su lenguaje corporal… todo grita desesperación. Su mente es un caos, peleando consigo mismo, intentando convencerse de que todo tiene una explicación lógica.
Este niño acaba de entrar en mi cabeza. Está jugando conmigo… o me estoy volviendo loco. No, no, estoy sobrepensando las cosas.
Eso es lo que piensa.
El tiempo avanza rápido. Son exactamente las 4:50 p. m. Yamileth no tardará en venir por mí. Para mí, todos son niños. Y yo… también.
Podría decirle de dónde vengo, pero ¿para qué? Mejor respondo.
—No sé nada, pero tampoco sé nada.
Javier intenta mantener la calma, pero la tensión en sus hombros lo delata. Aun así, se mantiene firme.
—Al igual que tú, miro televisión. Y tienes razón en que no leas. Solo falta una pregunta — dice, anotando algo en su libreta antes de volver a mirarme.
No hay mucho tiempo. Si lo manejo bien, me ahorraré el drama emocional de Yamileth.
—Puedo hacer dos preguntas más, pero ya no. Además, Yamileth no tarda en venir a traerme. Son las 4:50. Ella estará aquí a las 5:00.
Javier baja los hombros apenas un milímetro. Un alivio diminuto se filtra en su tensión.
—Pero puedes seguir viniendo cuando gustes. Podemos hablar con tu mamá. Veo que calculas que estará aquí exactamente a esa hora. ¿Por qué piensas eso? —pregunta, mirando el reloj en la pared.
Sus ojos reflejan una pizca de esperanza. Quizás cree que tiene una oportunidad de racionalizarme.
—Yamileth estará aquí a esa hora —respondo sin titubear—. No sé cómo lo sé, pero lo sé.
Javier no aparta la mirada. Su expresión ha cambiado. Ya no hay solo incertidumbre. Ahora hay un atisbo de resignación.
—No sé si a Yamileth le guste volver a traerme aquí. Pero eso no depende de mí. Lo que ustedes hagan, lo que piensen, lo que decidan… nunca dependerá de mí.
Las manecillas del reloj avanzan con un sonido hueco. Click, click, click.
Escucho los pasos en el pasillo. Retumban en la distancia, como si el tiempo y el espacio se estiraran con cada eco.
Faltan nueve minutos.
Javier parpadea. Algo en su mente cede. No lo ve, pero lo siento. Como un vidrio que empieza a agrietarse.
Javier pensó detenidamente en las palabras del niño. Su cabeza latía con un dolor sordo. Pero aún no. Todavía tenía una última pregunta.
Sabía que lo que tenía enfrente no era solo un niño.
Me acaba de empoderar para que me calme. Vio a través de mí. Me siento aliviado, pero debo ser cauteloso. Mi última pregunta será definitiva.
A estas alturas, incluso podría creer en ese Creador que mencionó. Pero lo que más lo inquietaba era la certeza con la que dijo que su madre quizá no quisiera volver a traerlo.
¿Y si tenía razón?
¿Y si esta era, de verdad, la última vez que Marcos estaría en la guardería?
Pero Marcos ya estaba dos pasos adelante.
Acaba de pensar que lo empoderé.
Es verdad.
No soy ni malo ni bueno. Solo lo saqué de su bucle con mis palabras.
El ambiente pesaba como plomo. Finalmente, Javier abrió la boca.
—Mi última pregunta es...
El reloj marcó las 5:00.
Un sonido seco en la puerta. Pasos.
El tiempo pareció ralentizarse mientras la manija giraba lentamente.
Javier sintió un escalofrío recorrer su espalda.
La puerta se abrió de golpe.
Yamileth entró con pasos medidos, su presencia llenando la habitación. Su mirada se posó primero en su hijo, evaluándolo. Luego, recorrió el entorno con frialdad.
Cuando sus ojos encontraron los de Javier, no fue solo una advertencia. Eran cuchillas afiladas.
—¿Por qué tenían a mi hijo encerrado como si fuera un experimento? —La voz de Yamileth cortó el aire como una navaja—. Eso no está bien. Nunca me dijeron que hacían esto.
Hizo una pausa, su mirada volviéndose más severa.
—Y tú, Marcos… ¿por qué no me dijiste nada?
Marcos volteó a ver a Javier. No dijo nada. Pero en su mente, formuló un pensamiento.
Este es el precio por las preguntas que nunca me respondiste.
Javier tragó saliva, pero mantuvo la compostura. Su tono fue mesurado, casi sereno.
—Mis más sinceras disculpas, niña Yamileth. Si me permite aclarar lo que está sucediendo, puedo responder a sus preguntas.
Marcos observó con interés.
Creo que ya lo dedujo.
Pero Yamileth no se dejó engañar. Sus ojos seguían fijos en Javier, afilados como dagas.
—¿A quién le va a gustar que encierren a su hijo en una habitación? Quiero una explicación —dijo, su voz firme, inquebrantable.
Javier asintió lentamente, midiendo cada palabra.
—Por supuesto. Primero, le pido disculpas nuevamente. Su hijo es… excepcionalmente inteligente. Sabía con exactitud que usted llegaría a esta hora.
El psicólogo hizo un leve ademán hacia Marcos, su tono impregnado de un carisma bien ensayado. Pero Yamileth no parecía alguien que se conformara con palabras medidas o explicaciones superficiales.
—Dígame qué está ocurriendo. Con todo respeto —insistió Yamileth, su voz tensa, pero controlada.
Marcos caminó hacia la salida sin prisa. Yamileth lo siguió de cerca, mientras Javier salía detrás de ellos. Afuera, el murmullo de los padres recogiendo a sus hijos llenaba el ambiente. Voces entrelazadas, risas dispersas, el sonido de mochilas arrastrándose contra el suelo.
Desde el pasillo, los otros psicólogos espiaban con cautela, medio ocultos tras el marco de la puerta. Sabían que lo mejor era mantenerse fuera de la vista de Yamileth.
A unos metros, Elvi y Cristina seguían la escena con interés.
Elvi está detrás de mí. Esperaré a que me llame... y, como un niño obediente, haré caso. Marcos ni siquiera volteó a mirar cuando Elvi se acercó.
—Me llevaré al niño, Yamileth, para que puedan hablar tranquilos —dijo Elvi con tono amable—. Estará afuera conmigo, no se preocupe.
Yamileth asintió sin apartar la vista de Javier.
Elvi tomó a Marcos de la mano y lo llevó afuera.
Javier vio su oportunidad y habló antes de que Yamileth pudiera decir algo. Su tono era medido, pero serio.
—Señorita Yamileth, su hijo tiene varias cosas que debemos considerar. Verá, parece que enfrenta un bloqueo emocional y, quizá, algo de despersonalización. Estos temas están relacionados. Puede ser que haya estado expuesto a situaciones traumáticas o que simplemente sea parte de su naturaleza. Pero es importante tener paciencia para que él se abra. Ha desarrollado mecanismos de supervivencia.
Javier respiró hondo antes de continuar:
—¿Puede decirme por qué cree que su hijo es así?
El rostro de Yamileth se endureció.
—No entiendo nada de lo que dice —respondió con franqueza—. Sé que mis hijos han pasado por mucho… y sí, eso es mi culpa. Pero conozco a mis hijos, y sé que Marcos no tiene nada de lo que usted menciona. Solo es un niño reservado.
Javier inclinó levemente la cabeza, evaluando su respuesta.
—Entiendo… ¿entonces dice que Marcos es así por naturaleza? —insistió con cautela, esperando que ella soltara algo más.
Yamileth no titubeó.
—Sí. No se preocupe. Marcos siempre ha sido así, desde que nació.
Su voz sonaba firme, pero en el fondo había una sombra de preocupación.
Javier decidió no presionarla más.
—Muy bien. La acompaño a la salida.
Mientras caminaban, Javier habló de Marcos. Mencionó su inteligencia, su percepción aguda, su forma peculiar de ver el mundo. Y, con un tono más personal, le pidió que lo cuidara.
Pero no hacía falta que lo dijera. Yamileth siempre había protegido a sus hijos con todo su ser… y con la voluntad de Dios.
Cuando llegamos a la salida, vi a Marcos junto a Elvi. Por un instante, imaginé cómo serían mis hijos cuando crecieran. Ese pensamiento me llenó de esperanza… y también de temor.
Me acerqué a Marcos, le aparté el cabello del rostro y le dije con suavidad:
—Despídete de los muchachos, Marcos. Dales las gracias.
Marcos me miró unos segundos antes de girarse lentamente hacia los psicólogos.
—Nos vemos, y gracias por las conversaciones. Que Dios los cuide siempre. Recuerden dar gracias a Dios.
Sus palabras flotaron en el aire, acompañadas de una leve inclinación. Por un momento, todo pareció quedarse en silencio. Los psicólogos respondieron con sonrisas y palabras de agradecimiento.
Dimos media vuelta y comenzamos a alejarnos. Yamileth caminaba con la mirada al frente. El cielo ardía en tonos naranjas y violetas. Las farolas titilaban al encenderse, y a lo lejos, el aire se llenaba con el aroma de pupusas recién hechas, mientras la gente se reunía a su alrededor. El eco de las risas infantiles se mezclaba con el sonido de nuestros pasos.
Entonces, una voz me llamó desde atrás.
Me giré.
Javier, Elvi y Cristina me hacían señas para que regresara.
Miré a Yamileth. Ella asintió, dándome permiso. Así que obedecí.
Cuando llegué, Elvi me esperaba con una sonrisa y un dulce en la mano.
—Toma, Marcos. Y recuerda: aunque seas muy inteligente, aún eres un niño. Cuídate, hijo.
Tomé el dulce y asentí en silencio.
Javier bajó la mirada. Su tono se volvió más reflexivo.
—Marcos, ¿recuerdas la última pregunta?
Lo miré a los ojos y asentí.
—Dímelo aquí, delante de todos. Queremos que sepas que no somos tus enemigos.
"Enemigos."
Esa palabra resonó en mi mente. No estaba seguro de qué significaba exactamente, pero sabía que no mentía. No eran una amenaza.
Javier dejó escapar un suspiro. Algo en su tono cambió, como si el aire mismo se volviera más denso a su alrededor. Y entonces, formuló la última pregunta:
—¿Quién eres? ¿Qué eres?
Por un momento, no supe qué decir. Pero la verdad salió de mis labios antes de que pudiera pensarlo.
—La verdad de la realidad… No sé quién soy.
El silencio nos envolvió. Los tres psicólogos me observaron con una mezcla de asombro e incertidumbre. Algo en ellos había cambiado. Evolucionaron este día. Y seguirán haciéndolo.
De repente, Cristina me miró fijamente. Sus ojos reflejaban algo nuevo, algo que no había estado allí antes. Luego, sin previo aviso, dio un paso adelante y me abrazó.
No entendí por qué lo hacía.
Su cuerpo temblaba ligeramente, y su voz, apenas un susurro, dejó escapar lo que había estado conteniendo todo el día:
—Lo siento, Marcos. Al principio creí que eras solo un niño engreído… pero ahora entiendo que el problema nunca fue él. Era yo. Gracias. Muchas gracias.
Me soltó lentamente y volvió junto a los demás.
Los tres me miraban. Pero ya no con miedo o escepticismo. Había algo más.
Me di la vuelta con calma.
Mis ojos se encontraron con los de Yamileth.
La pregunta aún resonaba en mi mente.
"¿Qué soy?"
No tenía respuesta.
Y algo dentro de mí seguía disminuyendo.
Cada paso que daba dejaba una huella, no solo en la calle, sino en todos los que me rodeaban.
Javier exhaló lentamente, como si intentara procesar lo que acababa de vivir.
—Marcos tiene un gran camino por recorrer —dijo, con una voz que parecía pesar más que antes—. No será fácil, pero hoy aprendimos mutuamente. Estoy seguro de eso. Cuídate, Marcos… y no apagues esa luz que llevas dentro.
Elvi llevó una mano a su pecho, observando cómo me alejaba.
—Es muy inteligente, pero sigue siendo un niño. Estoy segura de que estará bien.
Cristina miró una última vez al niño que desaparecía en la distancia.
—Su camino no será fácil… pero si yo pude superarme, él también podrá.
Y así, lo vieron marcharse.
Una sombra pequeña pero imponente.
Un niño… que dejó más preguntas que respuestas.