Al sentir calidez por primera vez en muchos días, la pequeña sintió que la firme voluntad que acababa de construir se desmoronaba al instante. Sus ojos acuosos volvieron a rebosar lágrimas mientras se aferraba a la mano del hombre que tenía delante.
No sabía de dónde venía y le habían dicho muchas veces que no confiara en los extraños. Pero no le importaba. Ver a alguien distinto a esas horrorosas criaturas y ver a alguien que la miraba con tal calidez la hizo cruzar el límite.
Lamentos dolorosos y quebrados salieron de la garganta seca de la niña. Quería trepar y abrazar al hombre para sentir más calidez, pero sus frágiles y quebradas piernas no le permitían tal consuelo.
Pero viendo lo fuerte que se agarraba a sus ropas, el hombre pareció entender su deseo. Tomándola con suavidad, la levantó y la cargó, abrazándola ligeramente y dándole palmaditas en la espalda.