Fue una noche fantástica, sobre todo para Gael, hablando con esos niños de vida sencilla, de penurias, que trabajaban de sol a sol para ayudar a su padre. El pequeño aprendiz fue por primera vez consciente de lo afortunado que era y de lo injusta que era la vida. De toda la familia, solo el pequeño Matías había nacido con dos afinidades con el maná: el viento y el rayo, no eran suficientes para que el chico llegase a caballero, pero podía ser soldado.
"Crece fuerte, cuando sea mayor necesitaré soldados que me sigan..."
Los dos niños se prometieron dar lo mejor de sí mismos en la vida, crecer fuertes y reunirse cuando pasasen los años. La amistad a corta edad era algo que florecía rápido; no tenían el peso de la desconfianza y cautelas que los adultos grababan año a año en sus almas.
De vuelta al carro, y al camino, el maestro y el alumno iban tranquilos, pero al cabo de unas horas Rilcar frenó los caballos. Había unas gruesas nubes de tormenta que se acercaban desde el norte; ese día iba a descargar una fuerte la lluvia de final de primavera.
"Ese claro estará bien para acampar"
"¿Por qué paramos? ¿No tenemos otra misión que cumplir?"
"Sí que la hay, a un día o día y medio, pero esa misión será dura, es mejor descansar y hacer también la otra parte del trabajo, tenemos muchos materiales que pulir y tratar y así vas viendo todas las partes del oficio."
"Bien, una misión dura, ¿cuántos monstruos mataremos?"
"¿monstruos? En nuestra próxima misión no hay monstruos, tenemos que despedrar un campo nuevo y fertilizar la tierra..."
"Pero ese es el trabajo de los granjeros..."
"No, Gael, ese es el trabajo de los magos, ¿qué pensabas que todo era matar monstruos y correr aventuras?, no, los magos viajamos y ayudamos a partir y quitar piedras, a preparar la tierra para que los nuevos colonos tengan más fácil sacar los cultivos adelante, además que sea trabajo no significa que no sea una buena oportunidad para practicar magia, o para descubrir cosas..."
"¿Magia? ¿Pero no íbamos a quitar piedras?"
"Claro, pero no las partiremos con un martillo, ¿has echado un ojo al primer conjuro de piedra?"
"Se llama hendidura, pero no acabo de entender para qué sirve, como no sea para romper un golem..."
"¿Bueno, practicaremos antes de que llegue la tormenta, dime Gael, cómo romperías esas piedras de allí usando tu maná de tierra?"
El niño saltó del carro y se fue a inspeccionar las piedras, menos que él, pero eran muy pesadas y duras, Gael intentó proyectar todo su maná de piedra y dividirlas en dos, pero realmente era un gran esfuerzo y un proceso lento, además que una vez dejase de aplicar mana tarde o temprano las piedras tenderían a buscar su forma previa.
"Esto es muy lento"
"Ahora, vuelve a leerte el conjuro de hendidura, a ver si lo entiendes"
El maestro se sentó mientras miraba cómo el muchacho estudiaba el conjuro y se esforzaba para entender sus entresijos.
"Creo que ya lo entiendo"
"Vamos a ver si realmente eres un genio o solo un pequeño bocazas"
"Bocazas, mi culo"
El maestro intentó darle una colleja al niño, pero este ya estaba dos pasos más allá. La persecución posterior fue la típica entre un adulto y un niño. Más juego que riña, y finalmente acabó con Gael colgando de un pie mientras Rilcar lo sostenía en alto.
"Ahora vas a tener que explicármelo y practicar bocabajo, vamos con tu explicación primero"
Gael intentaba concentrarse en esa postura, pero le era difícil pensar con propiedad viéndolo todo del revés.
"Este conjuro no manipula la forma de la piedra, eso es lento, aquí el maná se concentra en una línea, pero lo que hace es convencer a la piedra de que ya no está unida, la parte, pero no la deforma, por eso es más rápido..."
"No está mal, ahora a ver que puedes hacer así"
El niño aún no había recuperado todo su maná, así que no era el momento para medir su capacidad. Debería, con un núcleo de primer nivel, poder romper o hacer cinco hendiduras de un metro de largo.
El chico se concentró, el maná afín a la piedra se encargaría de entender la naturaleza de la misma y su voluntad, de convencer a cada parte que ya no estaba unida. Usó exactamente la energía que indicaba en el libro, la mezcló con más facilidad que antes con los otros conjuros, tardando solo 11 segundos en su primer intento. Una de las grandes piedras se partió por la mitad. Había sido un éxito, pero Gael no parecía contento.
"Hacer el conjuro, así despedía mucha energía, esa piedra era más pequeña que la hendidura"
"¿Qué harías entonces, ohhh gran mago Gael?"
Aunque Rilcar se mofaba del niño, en el fondo estaba sorprendido de que en un primer intento ya hubiese dado con la clave de la falta de eficacia que podían tener los conjuros reglados. El niño se concentró en otra piedra, que tendría unos cuarenta centímetros de diámetro. Esta vez el muchacho la partió con dos hendiduras en perpendicular, la piedra se cortó limpiamente en cuatro. El chico aplaudía para sí mismo aun estando bocabajo. Rilcar lo imitó con una tercera piedra, pero no se limitó a dos hendiduras. Hizo las suficientes como para que ocho ladrillos perfectamente iguales se cortasen, dejando el resto solo como si fueran meras piedras menores.
"Ohhhh, entonces de ahí salen los ladrillos de las casas"
Aunque fuese un pequeño genio, solo era un niño de cinco años criado entre algodones en un castillo, le faltaba mucho mundo, muchas cosas que ver, desde las más pequeñas a las más grandes, pero sobre todo el aspecto más práctico de la magia era algo con lo que Gael no había tenido contacto pese a que su madre era una gran maga. Pero, como dijo Rilcar, su madre tenía tanto poder que no necesitaba limitarse u optimizar la magia, solo repetiría los conjuros reglados sin preguntarse si no había una forma más óptima.
Gruesas gotas comenzaron a caer mientras un trueno sonó en la lejanía.
"Será mejor que entremos sino queremos mojarnos"
Rilcar comenzó a introducir el caballo en el carromato, pero el niño miraba con aprensión.
"No pienso dormir al lado de ese animal. Seguro que se caga encima de mí"
"Entra dentro y después me lo dices"
Una vez estuvo guardado el caballo que había entrado por la parte de atrás del carromato, Rilcar abrió la portezuela que daba al montante donde viajaban los dos. El niño se asomó con sospecha, pero lo que vio dentro lo dejó sin palabras, incluso se asomó para ver por fuera el carromato como si no se creyera lo que sus ojos veían.
Aunque el carro era grande, de unos tres metros por apenas dos de ancho, dentro el espacio se ampliaba dejando espacio a una habitación grande, con una cama cómoda, un sofá y una estufa, muchas estanterías con cachivaches y libros y una gran mesa con alambiques, redomas, y todo tipo de enseres de alquimia. La habitación tendría cinco metros de ancho por unos diez de largo, un poco más del doble que el tamaño exterior del carro.
"¿A que no te esperabas esto? Los magos ambulantes llevamos nuestra pequeña casa con nosotros, es la clave, un refugio del frío, para nuestras bestias de tiro, y el lugar donde hacemos nuestras pociones y podemos tener nuestro laboratorio, el mío es especialmente grande, pero eso es porque mi especialidad en verdad es la magia del espacio"
"Esto es genial, ¿puedo leer algún libro?"
"Tendrás oportunidad, Gael, ahora prepárate para tu primera sesión de alquimia"
El resto del día lo pasaron preparando los materiales que habían recopilado en su aventura, transmutándolos, mezclándolos y reduciéndolos a veces a mero polvo. Gael no dejaba de preguntar, pero Rilcar demostró mucha paciencia. El niño al menos no preguntaba nada absurdo ni superfluo, solo era pura curiosidad. Cuando escampaba salían a practicar partiendo piedras. Gael consiguió hacer hasta ocho hendiduras; se notaba que la afinidad del muchacho con la piedra era grande.