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One Piece: I Am Sukuna

Mathias_Miran
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Synopsis
Un Artista con una segunda oportunidad, la oportunidad de seguir haciendo su arte, de plazmar ese hermoso color rojo y extenderlo por todo el mundo, un lienzo en blanco al que pintar de... sangre y muerte
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Chapter 1 - Capitulo 1: Art, Arte Puro y Hermoso

En el estrecho callejón de una calle, ratas y montones de basura se esparcían por doquier. El aire estaba impregnado de un hedor nauseabundo a carne podrida y otros olores indescriptibles. Las ratas, mientras devoraban los desechos, se detenían de repente, alertas a cualquier movimiento.

La escena era una pesadilla hecha realidad, cuerpos desmembrados se esparcían en posiciones grotescamente antinaturales, como fragmentos de un macabro rompecabezas desarmado. La sangre, espesa y oscura, formaba ríos que serpenteaban por el suelo, impregnando el aire con un hedor nauseabundo que parecía envolverlo todo. 

En medio de aquel espectáculo infernal, un hombre permanecía inmóvil. Su rostro, iluminado por una sonrisa torcida que helaba la sangre, emanaba una perturbadora tranquilidad. Sus ojos, desprovistos de toda empatía pero brillando con un destello enfermizo, analizaban cada rincón de su obra con una calma meticulosa, como si estuviera admirando una creación maestra. Cada detalle parecía ser examinado con el orgullo insano de un artista consumido por su propia locura. Su respiración, lenta y controlada, revelaba un placer retorcido que solo él podía comprender.

—Esto es arte... mi obra de arte —murmuró, su voz impregnada de una frialdad que erizaba la piel.

Mientras caminaba para recoger el cuchillo que había utilizado en aquellos actos, escuchó pasos acercándose desde la entrada del callejón. 

—¡Manos arriba! —gritó un oficial, apuntándole con su arma, visiblemente impactado por la escena que tenía frente a él.El hombre levantó lentamente las manos, pero su sonrisa torcida no desapareció. Sus ojos, llenos de una calma inquietante, se posaron en el oficial, estudiándolo como si fuera un nuevo elemento que añadir a su macabra obra.

—Oficial... —dijo con un tono casi burlón, su voz resonando en el silencio tenso del callejón—. ¿Puede acaso comprender la belleza de lo que ve?

El oficial, con el arma temblando en sus manos, dio un paso hacia adelante, intentando mantener la compostura. La escena era demasiado grotesca como para procesarla completamente, pero no podía permitirse vacilar.

—¡Cállate y ponte de rodillas! —ordenó con firmeza, aunque su voz traicionó un leve temblor.

El hombre inclinó la cabeza, como si estuviera considerando la orden, pero en lugar de obedecer, dio un paso hacia el cuchillo que yacía en el suelo. El oficial reaccionó de inmediato.

—¡No te muevas! ¡Te disparo! —gritó, su dedo apretando ligeramente el gatillo.

El hombre se detuvo, levantando las manos una vez más, pero su sonrisa se hizo más amplia, casi desquiciada.

—¿Dispararías a un artista en plena creación? —preguntó con un tono que mezclaba desafío y diversión—. Esto no es violencia, oficial. Esto es trascendencia.

El oficial no respondió, pero su mirada se endureció. Dio otro paso hacia adelante, manteniendo su arma fija en el hombre.

—Última advertencia. ¡De rodillas ahora! —exigió, su voz más firme esta vez.

El hombre suspiró, como si estuviera decepcionado, y finalmente se arrodilló, pero su expresión no cambió. Mientras el oficial se acercaba con cautela, el hombre murmuró algo apenas audible.

—La verdadera obra... aún no está terminada.

El oficial, aún con el arma apuntando, avanzó con pasos lentos y calculados, su respiración pesada llenando el aire como un eco funesto. Cada crujido bajo sus botas parecía desgarrar el silencio opresivo del callejón, un silencio que no era natural, sino denso, cargado de algo oscuro. A medida que se aproximaba, el hombre arrodillado alzó la vista, sus ojos brillando con un fulgor antinatural, como si en ellos se escondiera algo más que humanidad.

—¿De verdad cree que esto termina aquí? —susurró el hombre, su voz arrastrándose como un veneno, impregnada de una calma escalofriante.

El oficial no respondió, aunque un escalofrío recorrió su espalda. Con una mano temblorosa, sacó las esposas de su cinturón, decidido a terminar con aquello. Sin embargo, justo cuando extendía la mano para sujetarlo, un sonido seco y metálico rompió el aire, proveniente del fondo del callejón. Parecía un lamento mecánico, como si algo inerte cobrara vida.

Giró la cabeza instintivamente hacia la fuente del ruido, pero sin apartar del todo la atención del hombre. Fue un error fatal. En un movimiento veloz como un relámpago, el hombre se lanzó hacia el cuchillo que yacía en el suelo, sus dedos huesudos rozando el mango justo cuando el oficial reaccionó.

—¡Alto! —gritó el oficial, disparando un tiro que cortó el aire como un rugido aterrador en la estrechez del callejón.

El hombre cayó hacia un lado, su cuerpo golpeando el suelo con un impacto seco. El cuchillo quedó a escasos centímetros de su mano extendida, mientras un charco de sangre oscura y espesa comenzaba a expandirse bajo él, como si el suelo mismo la absorbiera con ansia. Pero lo más perturbador fue su rostro: incluso en la agonía, su sonrisa torcida permanecía intacta, y sus ojos, abiertos de par en par, parecían mirar más allá del oficial, hacia algo invisible pero presente. Sus labios se movieron, dejando escapar un susurro gélido.

El oficial, con el arma aún en alto, se acercó con extrema cautela, su corazón martilleando en sus oídos como un tambor de guerra. Se inclinó ligeramente, intentando descifrar las palabras que el hombre murmuraba.

—El... arte... no muere... —dijo, su voz apenas perceptible, antes de que su cuerpo se quedara inmóvil.

El silencio volvió a caer sobre el callejón, pero ya no era un silencio normal. Era un vacío que parecía devorar todo sonido, un abismo que se cerraba alrededor del oficial. Miró a su alrededor, sus ojos atrapados en la escena grotesca: cuerpos desmembrados, miembros esparcidos como piezas de un macabro rompecabezas, y los ríos de sangre que parecían formar símbolos en el suelo, como si alguien los hubiera dibujado con intención.

Con manos temblorosas, sacó su radio para pedir refuerzos.

—Aquí unidad 14, solicito asistencia inmediata en el callejón de la calle 42. Sujeto baleado, pero... —su voz se quebró mientras sus ojos recorrían de nuevo la escena, deteniéndose en los cuerpos que, incluso sin ojos, parecían mirarlo fijamente— ...la escena es indescriptible. Envíen a forenses y apoyo psicológico, necesitaré terapia.

Mientras esperaba la respuesta, el oficial se apoyó contra la pared, intentando recuperar el aliento. Pero una sensación inquietante lo invadía, como si algo lo estuviera observando desde las sombras. Las últimas palabras del hombre seguían resonando en su mente, cada vez más fuertes, como un eco que no podía acallar.

Y entonces, desde algún rincón perdido en la distancia, se escuchó una risa. Grave, profunda, casi un susurro, pero tan nítida que logró helarle la sangre. El oficial alzó la mirada, buscando con urgencia, pero no encontró nada. Solo quedó aquella risa final, una despedida escalofriante que se desvaneció en el aire.

//Infierno//

El hombre permanecía inmóvil, con la mirada perdida en el abismo y una sonrisa torcida, casi demencial, dibujada en sus labios. Observaba el paisaje con un placer perturbador, como si estuviera ante la obra maestra de un pintor infernal. Para él, el infierno no era un castigo, sino un espectáculo hipnótico: ríos de sangre serpenteaban como venas abiertas, gritos desgarradores se alzaban como una sinfonía macabra y las torturas se desplegaban como grotescas coreografías. Cada detalle lo fascinaba, cada alarido lo llenaba de un extraño deleite.

Caminó lentamente por los senderos ardientes, sus pasos firmes sobre un suelo que chisporroteaba bajo sus pies descalzos. El calor abrasador no lo afectaba; al contrario, parecía disfrutarlo, como si el dolor fuera un viejo conocido. A su alrededor, las sombras danzaban y le susurraban secretos oscuros, promesas de destrucción y lamentos eternos. Él inclinaba ligeramente la cabeza, escuchando con atención, pero su rostro permanecía inmutable. Era como si ya conociera cada palabra, como si aquellos susurros fueran ecos de su propia mente.

En el horizonte, una colina de cráneos se alzaba imponente, irradiando una presencia aterradora. Se detuvo un momento, observándola con los ojos entrecerrados, como un escultor que evalúa su obra aún inacabada. Luego, sin apurarse pero con una determinación escalofriante, comenzó a ascender. Sus dedos rozaban los cráneos al pasar, como si acariciara preciados trofeos. 

—Qué considerado de tu parte traer mis preciados trofeos a este lugar, Diablo-san —murmuró Erick, su voz impregnada de una mezcla de indiferencia y curiosidad morbida, mientras sus ojos se clavaban en la figura que parecía absorber la oscuridad misma. 

El Diablo inclinó ligeramente la cabeza, dejando que una sonrisa torcida se dibujara en su rostro. Sus ojos, dos abismos insondables de maldad, brillaron con un destello apenas perceptible antes de responder con una voz que parecía resonar en las entrañas mismas de la existencia: 

—Me interesas, Erick. Tu manera de hacer arte... esa forma tan Pura y Hermosa, esos cuerpos cubiertos de sangre, gritando y rogando por el final de tu actuacion, has hecho tantas obras erick, tantas que me temo a que seria una pena terminar tan pronto con tu arte, Has creado tantas obras, Erick, tantas que sería una tragedia poner fin tan pronto a tu talento, ¿no lo crees?

Mientras hablaba, sus dedos largos y huesudos se deslizaban con una precisión inquietante sobre la superficie de un cráneo humano. Sus movimientos eran lentos, casi ceremoniosos, como si cada roce fuera una firma invisible en su macabra obra. El cráneo, blanquecino y pulido, parecía irradiar un tenue fulgor bajo la escasa luz que apenas lograba atravesar la penumbra del lugar. 

—Dime, Erick —continuó el Diablo, su voz ahora un susurro que se infiltraba como veneno en los pensamientos del hombre—, ¿Has escuchado el termino, isekai?