Después de un rato caminando, se dio cuenta de algo inquietante: estaba perdido. Al parecer, esta isla estaba completamente desierta.
—Tenía que pasarme a mí... justo ahora que quería divertirme un poco. Tal vez incluso crear algo de arte... divertido —murmuró Sukuna, mientras avanzaba hacia la orilla y notaba una isla a lo lejos.
—Parece civilizada... Je, por fin. Es hora de propagar dolor entre esas pobres y desafortunadas piezas de arte. ¿Qué podría hacer primero? ¿Matar a todos de golpe? Oh, no... Mejor poco a poco, mientras disfruto destrozando sus mentes. —Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro mientras sus ojos brillaban con oscura emoción. Sukuna se relamió los labios, saboreando la anticipación de lo que estaba por venir.
El viento salado que soplaba desde el mar parecía susurrarle promesas de caos, y él no podía esperar para cumplirlas. Se adentró en el agua, dejando que las olas le acariciaran los tobillos mientras avanzaba con paso firme hacia la isla distante.
—Espero que tengan algo de resistencia. No sería divertido si se rompen demasiado rápido —dijo en voz baja, como si estuviera hablando consigo mismo, aunque en su mente ya visualizaba las caras de terror que tanto disfrutaba provocar.
Al llegar a la orilla de la nueva isla, Sukuna notó que efectivamente había señales de vida. Un reino, uno grande. Sus ojos brillaron con una mezcla de entusiasmo y crueldad.
—Perfecto. Un Reino... La clase de lugar donde nadie se conoce y ahí desconfianza... perfecto para plasmar, mi arte. Eso hará que el caos sea aún más delicioso.
Sin perder tiempo, comenzó a caminar hacia el asentamiento, sus pasos resonando con una calma inquietante. Los pájaros que cantaban en los árboles parecían callarse a medida que él se acercaba, como si incluso la naturaleza pudiera sentir la amenaza que representaba su presencia.
Cuando llegó al primer edificio, una anciana salió al porche, mirándolo con curiosidad. Sukuna sonrió, pero era una sonrisa vacía, carente de calidez.
—Disculpe, joven, ¿es usted un viajero? —preguntó la mujer con amabilidad.
—Algo así... —respondió Sukuna, inclinando ligeramente la cabeza. Su tono era cortés, pero sus ojos no ocultaban la oscuridad que se escondía detrás de ellos—. Estoy aquí para... dejar mi marca.
Antes de que la anciana pudiera responder, Sukuna levantó una mano, y un destello de energía oscura cruzó el aire. El silencio que siguió fue ensordecedor. Él soltó una carcajada baja, casi inaudible, mientras poco a poco empezaba a un pequeña matanza. La diversión apenas comenzaba.
.
[una semana después]
.
La escena era indescriptible, una ciudad entera reducida a escombros, un paisaje que hablaba de una tragedia inimaginable. Los edificios, antes orgullosos y majestuosos, ahora eran montones de piedra y madera calcinada. Por las calles, los cuerpos yacían esparcidos, muchos de ellos retorcidos en posturas antinaturales, con rostros congelados en expresiones de puro terror. Había un silencio sepulcral, roto únicamente por el crujido ocasional de los restos que aún se desmoronaban y el zumbido de las moscas que rondaban los cadáveres.
Cuando los marinos llegaron al lugar, la magnitud de la devastación los dejó paralizados. Algunos se llevaron las manos a la boca, tratando de contener las náuseas que los invadía al ver el horror que los rodeaba, pero no todos lo lograron. El hedor a muerte era insoportable, y varios vomitaron en el acto. Otros, incapaces de soportar la brutalidad de lo que tenían frente a ellos, cayeron desmayados, como si su mente se negará a procesar tal atrocidad ante sus ojos.
Nadie podía comprender cómo algo así había ocurrido. No era un desastre natural, no había señales de un terremoto, un incendio accidental o una inundación. Todo apuntaba a una masacre deliberada, una obra de destrucción ejecutada con una crueldad meticulosa.
puede que no sea el primer pueblo que ven totalmente destruido, pero es la primera vez que ven todo un reino torturado, todo tan... muerto y abandonado, que nivel de fuerza ahi que tener para hacer tal atrocidad...