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Chapter 4 - Capitulo 3: El solo es mi Sirviente...¿No?

Perspectiva de Mateo: 

Quelona: Oh, sí, ellas son las Oreades. O sea, mis hermanas. 

Ninfa 1: Me llamo Amaltea. 

Ninfa 2: Yo, Ida. 

Ninfa 3: Yo, Adastea. 

Ninfa 4: Y yo, Liceas. 

Mateo: Es un gusto. (Les dediqué una sonrisa amable). 

Ida: Y dime, ¿cómo te llamas, guapo? (Preguntó con una sonrisa coqueta). 

Mateo: Me... me llamo Mateo. 

Adastea: Lindo nombre. ¿Eres hijo de Afrodita? 

Mateo: No. ¿Por qué? 

Adastea: Porque me has cautivado. (Dijo guiñándome un ojo). 

Estaba un poco incómodo por la escena. Iba a decir algo, pero Quelona habló primero. 

Quelona: Ida, Adastea, dejen de coquetear con mi sirviente. 

Ida: ¿Mateo es tu sirviente? Sabía que eras vaga, pero... 

Quelona: Eso no es de tu incumbencia. Además, ya nos íbamos. 

Amaltea: Quelona, no seas así. Quédense más tiempo, no hay problema. 

Quelona: (Mirando un poco irritada a Amaltea) Es un problema porque quiero irme a dormir. 

Liceas: Uf... Quelona, no seas celosa. Si te quieres ir, no hay problema, pero puedes dejar a tu sirviente aquí. (Dijo con una sonrisa despreocupada). 

Quelona: No. (Dijo molesta). 

Hermes: (Llegando) Hola, ¿cómo están? 

Mateo: Uf... gracias a Zeus, Hermes. ¿Cómo estás? 

Hermes: Bien. ¿Cómo la están pasando en la fiesta? 

Quelona: Bien. Ya nos íbamos. 

Hermes: Pero si apenas inició la fiesta. 

Mateo: Ni te esfuerces. Las Oreades están tratando de convencerla, pero nada. 

Hermes: Mmm... adivino, quiere irse a dormir. 

Quelona: Sí. (Dijo de forma despreocupada). 

Hermes: ¿Pero Mateo se puede quedar? 

Quelona: No. (Dijo irritada). 

Hermes: ¿Por qué? 

Quelona: Porque no quiero que haga el ridículo ante dioses que quieran jugar con él. 

Mateo: ¿Eh? ¿A qué te refieres con "jugar"? (Pregunté confundido). 

Hermes: *Ejem*... (Lo miré y estaba algo nervioso). Eso no viene al caso. (Dijo tratando de disimular su nerviosismo). Pero descuida, yo lo protejo. (Dijo con una sonrisa). 

Quelona: (Ella lo miró para después mirarme). Si no te separas del hijo de Zeus, puedes quedarte. 

Mateo: Ok. 

En eso, Quelona se fue a casa a dormir. Como dijo, intenté no separarme de Hermes. Y digo "intenté" porque él iba de un lugar a otro y yo tenía que buscarlo, además de pasar tiempo hablando con las Oreades. 

Amaltea es la más sensata de todas. Fue la cabra que amamantó a Zeus cuando él estaba escondido de Cronos siendo niño. También Adastea y Liceas ayudaron a criar a Zeus, e Ida lo mantenía oculto. 

La verdad, son agradables, pero trataba de cambiar de tema cuando me hacían insinuaciones. No es que no me gusten, es que me da miedo desatar algún conflicto innecesario al meterme con ellas. 

Ahora llegué con Hermes, quien estaba tomando una copa de vino, pero estoy sumamente nervioso porque frente a nosotros está Zeus hablando con él. 

Zeus: Y tú, humano... *hip*... ¿eres amigo de Hermes?... 

Mateo: Bu... bueno, e-en realidad, so-solo conocidos, gra-gran Zeus. (Dije nervioso). 

Hermes: Tranquilo, Mateo, no te pongas nervioso. (Dijo dándome palmadas en la espalda). 

Zeus: Je, je, je, je. Bueno. ¡A beber, que el día es de fiesta! 

Dioses: ¡Sí! 

Me aparté un poco y me acerqué a un balcón desde donde se podía ver un hermoso paisaje. Pero no pude seguir apreciándolo porque sentí una mano en el hombro. Miré para ver quién quería llamar mi atención, y era una mujer bella de pelo rubio, vestida con una túnica azul y sandalias doradas. 

¿?: Mortal, la diosa Hera quiere hablar con usted. 

Mateo: (Quedé mudo cuando dijo eso). E-e-eh... ¿q-qu-quién e-es u-usted?... 

¿?: (Me dedicó una sonrisa). Me llamo Iris, soy la diosa del arcoíris y mensajera de la diosa Hera. Ahora ven, yo te guío. 

Ella agarró mi mano y me llevó hasta donde estaba Hera. Ella estaba entre otros dioses que la halagaban. Cuando me vio, sentí un escalofrío y un miedo indescriptible, similar al que sentí cerca de Zeus. 

Solo agaché la cabeza y la felicité por su matrimonio. Escuché una risita sutil por parte de ella. 

Hera: Ji, ji, ji. Cómo se nota lo tímido que eres. Con razón divertiste así a Zeus. Bueno, puedes irte. 

Me despedí y me marché de ahí. Llegué nuevamente al balcón y di un largo suspiro, quitándome el sudor frío de la frente. 

Entonces sentí otra mano en mi hombro. Al voltear, di un suspiro de alivio al ver que era Amaltea. 

Amaltea: ¿Estás bien? Se te nota nervioso. 

Mateo: Es que estar entre dioses me pone muy nervioso. 

Amaltea: Mmm... te entiendo. Y dime... (la veo) ¿qué sientes cuando estás cerca de una ninfa? (Preguntó con curiosidad). 

Mateo: Mmm... (Miro el paisaje). La verdad... las veo con admiración. 

Amaltea: ¿A-admiración? (Preguntó nerviosa). 

Mateo: Sí. Digo, ustedes soportaron tanto los caprichos de los titanes como de los dioses. Descienden del primordial Urano, y su belleza lo demuestra. 

Amaltea: E-es n-normal. (Dijo más tranquila). Nuestra belleza natural es incomparable. 

Mateo: No me refiero a la belleza física. (Ella me miró confundida). Me refiero a la belleza que está aquí. (Dije señalando mi pecho a la altura del corazón). Son hermosas tanto de cuerpo como de alma. Por eso las admiro. 

El color de su cara cambió a un rojo fuerte, y posó su palma en su corazón. No entendía por qué se puso así, pero solo me limité a ver el paisaje externo. 

Sentí una mano posar en mi mentón, haciéndome voltear hacia Amaltea. Ella estaba fuertemente sonrojada y con la mirada perdida. No comprendía su accionar hasta que me dio un beso en los labios. 

Esa acción hizo que me sonrojara. Mi mente quería apartarla, pero la sensación y el sabor eran irresistibles. Después de unos minutos, nos separamos y ninguno de los dos dijo algo. 

Ida: *Ejem*... 

Volteamos. Ida y Adastea estaban mirando todo, y se notaban molestas. 

Adastea: Perdón, ¿interrumpimos algo? (Preguntó molesta). 

Amaltea: (Ella se sonrojó). N-no... pa-para nada. 

Hermes: ¡Hola! 

Oreades y Mateo: Hola, Hermes. 

Hermes: Bueno, Mateo, creo que es hora de que te lleve con Quelona. 

Oreades: ¡¿Qué?! 

Hermes: Lo siento, pero Zeus está ebrio y vio cuando se besaban tú y Amaltea. Eso lo molestó. 

Amaltea volteó hacia Zeus, quien nos miraba, pero apenas ella frunció el ceño, él desvió la mirada. 

Solo me limité a aceptar ese capricho y me despedí de las Oreades. Hermes me acompañó a la salida y me guió hasta la casa de Quelona. 

Al llegar, Hermes se fue de vuelta al Olimpo. Suspiré al saber que no hubo consecuencias por faltar a la boda. 

Entré a la casa, donde Quelona estaba durmiendo. Me fui a mi cama y comencé a quedarme dormido poco a poco.