—¿De verdad no vas a dejarlo pasar? —preguntó Atenea mientras se adornaba la muñeca finamente suave con una pulsera de plata.
—¿Por qué lo haría? No todos los días puedo escuchar la vulnerabilidad de Antonio —respondió Aiden alegremente, mordisqueando una manzana.
Su actitud relajada esa mañana casi hizo que Atenea se arrepintiera de haberlo dejado entrar en su habitación.
Suspirando, cansada de su incesante charla, se giró y le lanzó una mirada fulminante. Pero eso no afectó a Aiden, más bien imitó las palabras de Antonio de la noche anterior justo antes de que terminara la llamada: "Buenas noches, Atenea. Te amo".
Atenea sacudió la cabeza, negándose resueltamente a encontrar diversión en la burla de Aiden.
—¿No debería esta actuación estar por debajo de tu nivel de madurez? —preguntó, recogiendo el bolso de cuero marrón que contenía su portátil y un par de archivos de la cama, preparándose para los desafíos que el día le presentaría.