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Las lágrimas de Atenea cayeron sin poder evitarlo cuando vio el brillante color de la señora Mendoza, paciente 409, un marcado contraste con su anterior estado cercano a la muerte. No le importaban los oficiales de policía y las personas que se giraban para mirarla sorprendidos. Ellos no entenderían —pensó, mientras limpiaba las lágrimas que se negaban a obedecer su orden de dejar de caer—. Su vida de trabajo había estado a punto de ser contaminada, de extinguirse, y aquí había un atisbo de esperanza, de que tal vez los planes de la pandilla se frustrarían nuevamente. Estaba tan absorta en sus pensamientos, en intentar detener sus lágrimas, que no se dio cuenta de cuándo la oficial se sentó cerca de ella, hasta que esta última le dio una palmadita en el hombro de forma tranquilizadora.
—Ya ves, todo está saliendo bien. Estoy segura de que pronto saldrás de aquí —Atenea asintió agradecida, fijando sus ojos en la pantalla. La señora Mendoza estaba a punto de hablar.