—Aún nos siguen esos hombres —le escribió Atenea a Aiden mientras este último hablaba con el gerente del hotel, que resultaba ser un viejo amigo suyo.
Aiden, al oír el sonido de su teléfono y percibir la repentina y deliberada cercanía de Atenea, se disculpó momentáneamente del discurso de su amigo y miró su teléfono, manteniendo una compostura serena cuando leyó el mensaje.
Ni siquiera se volvió para mirar a Atenea o a los hombres a los que ella se refería. Más bien, mantuvo la mirada concentrada en el teléfono, como si todavía estuviera leyendo el mensaje.
—¿Habían venido esos hombres a matarlos o solo a capturarlos? —se preguntó, permitiendo finalmente que una arruga marcara su frente.