—Atenea, ¿qué haces aquí? Después de todos estos años de tormento injusto, después de dejarme cargar con la culpa de un pecado que no cometí, ¿has venido finalmente a matarme? —La voz de Lucas era dura, impregnada de amargura mientras tomaba asiento con reticencia en la silla de hierro de la estrecha mesa.
Atenea lo enfrentaba desde el otro lado de la superficie metálica destinada a los interrogatorios. Su pequeña linterna era la única fuente de iluminación en la oscura y húmeda celda.
Quienquiera que hubiera creado esta idea de una celda era tanto un genio como una personalidad psicótica. Pensó, revisando las esquinas de la celda habitadas por mohos negros.
¡Realmente no se llamaba 'Agujero Negro' por nada!
—No estoy aquí para matarte, Lucas —finalmente respondió, sentándose derecha en su asiento, proyectando un aire de autoridad—. De hecho, estoy aquí para ofrecerte una oportunidad de libertad.