Después de revisar los informes, el corazón de Sandro latía acelerado mientras la confusión y la incredulidad inundaban su mente.
Unos momentos después, soltó el teléfono de Ewan sobre la mesa, el golpe resonando como el último martillazo del mazo de un juez.
—¡No puede ser! —pensaba desesperadamente, intentando conciliar a la Atenea que conocía con la Atenea descrita en el informe, una enredada en tiranía y horror. Las dos no encajaban, y negaba con la cabeza en descreimiento, sin darse cuenta de cómo su acción agravaba aún más la ira latente de Ewan.
—Entonces, ¿incluso después de ver la prueba, todavía eliges creer que Atenea es inocente? —la voz de Ewan era aguda, como un cuchillo cortando el aire entre ellos.
Sandro se encontraba sin palabras, impotente empujando el teléfono de vuelta hacia Ewan mientras se encontraba con la mirada cargada de turbulencia de su amigo.