Atenea contemplaba la consecuencia final de los resultados que tenía en la mano, relacionados con los problemas cerebrales de Ewan, y suspiró resignada.
No había escapatoria. Lo pensó tristemente, después de haber realizado llamadas a varios especialistas cerebrales alrededor del globo.
Se planteó contarle la noticia a Ewan, pero cambió de opinión.
Por la forma en que él había respondido anteriormente, estaba segura de que ahora se negaría a ser examinado y tratado, citando a la empresa como excusa.
Exhalando suavemente, apoyó su espalda firmemente en la silla y dejó que la girara.
¿Qué debería hacer?
Su mente escogió ese momento para atormentarla. ¿Por qué se preocupaba por Ewan?
Atenea puso morritos. Era el sentido del deber de un médico. Nada más. Nada menos.
Solo un sentido del deber insistente y apasionado.
Su teléfono emitió un sonido con un texto.
Rápidamente devolvió la silla a su posición central y cogió su teléfono de la mesa.
Era un texto de Kathleen.